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Era muy abierta y cuando estaba a gusto y segura de si misma se veía con fuerzas para hacer cualquier cosa. Solía exteriorizar bastante sus sentimientos, pero solo a aquellas personas maduras, a personas que le desprendían confianza.
En ese preciso momento se encontraba sin sus conocidos habituales. Cogió un periódico del pequeño montoncito que había sobrevivido a los salvajes estudiantes y dijo:
- Leer nunca es malo.
Al ver que su posible receptor se interesaba por lo dicho dio a relucir una leve sonrisa. Después de unos segundos, cuando él reconoció la frase pronunciada, empezó a hablar. No paró hasta que una profesora se acercó a pedirle una copia de la llave del aula de tecnología 2. Durante la charla, él dijo frases como: no hay un solo libro que te enseñe algo malo, en este mundo no está escrito que halla nada mejor que una madre o recuerda este refrán, el que te hace lloran, bien te quiere. Después de cada una de estas frases ella pensaba lo contrario ya que su etapa, la pubertad, se lo exigía. Pero en ninguna de ellas protestó, cogió esos pensamientos negativos fabricados por su impulsividad y los echó a la papelera de reciclaje. Sabía controlarse, aunque muchas personas dijeran lo contrario.

Mientras subía las escaleras, no pudo evitar pensar lo que diría cuando llegara a arriba, cosas como: no veas la charla que me ha dado o ese tío esta del todo loco. Sin embargo se reprimió, tenía mucho que meditar sobre esa conversación, además, estaba madurando. Dos años más atrás seguramente las habría soltado a bocajarro al llegar a la clase y hubiera criticado esa conversación con el primero que encontrara dispuesto a oírle. Pero llegó al aula aturdida, como si esa dominación propia le apartara de si misma.

Se consideraba una chica muy impulsiva y lo más importante, orgullosa de serlo; siempre que soltaba alguna memez se excusaba con ello, era como un caparazón, y no pensaba desprenderse de él hasta que la situación lo requisara. Sin embargo, durante los últimos meses algo había cambiado. Las amigas íntimas no eran las mismas, los conocidos eran otros, la familia también, incluso Barcelona parecía ser una doble. No, eso era imposible, pero le resultaba más fácil pensar que el mundo entero había cambiado. Se prometió que su manera de ser la conservaría para siempre, que por mucho que le dijeran no conseguirían dominarla, le gustaba ser un caballo desbocado. Por otra parte tenía claro que eso le provocaría muchas consecuencias, ya que esa impulsividad podría ser peligrosa, pero decía que la mejor profesora era la experiencia y los mejores libros los errores. No es que fuera una chica de principios, pero la adolescencia la obligaba a diferenciarse de las demás y ella quería darse a conocer.

Pero últimamente se controlaba, hablaba con personas con las que nunca se le hubiera ocurrido hablar, se alejaba de esas amigas con las que se había divertido los últimos años y se enamoraba de hombres que no tenían otro atractivo que su voz. Su superficialidad había disminuido, eso estaba claro; buscaba otro ambiente ya que el que tenía parecía estar sobrecargado de: la vida es bonita. Necesitaba meditar, compartir sentimientos no risas.
Pero... ¿porqué?
Lo tenía todo... ¿o no?
Algo faltaba, había un vacío que llenar, una estrella brillante de su mundo se había convertido en un agujero negro. Era la chica perfecta, con errores como todos, pero al fin y al cabo ideal, así se consideraba y no le importaba que la gente no pensara igual. Mientras ella estuviera segura de si misma nadie la podría vencer. Sin embargo y a pesar de su dureza, un aire de cariño no correspondido podría hacerle a añicos.
Eso le asustaba. No entendía como un sentimiento tan vulgar podía hacerle daño.

Hacía media hora que la clase había comenzado y solo la pregunta de la profesora la bajo de su nube.
- ¿Es que nadie tiene hecho los deberes?
Las primeras manos en alzarse fueron las de los tres alumnos más trabajadores de la clase. Ella simplemente se dedicó a simular que la alzaba, como que si, como que no. Por desgracia tuvo la mala suerte de que le preguntara a ella:
- ¿A mí? Estaba haciendo la tonta.
Y se desplegó un intenso mar de carcajadas donde flotaron dos islas serias, una la de la
profesora, otra la de ella.
Dominaba bastante bien esas situaciones. Habitualmente las provocaba ella y reconocía las reacciones de sus profesores, sabía parar las bromas cuando tenía en frente una posible expulsión. Con todo y con eso su comportamiento era benigno. Una buena estudiante o como diría ella: una chica de notables.

Después de que tocara el timbre, llegara a su casa y merendara, se encerró en su pequeño mundo, su habitación.
Un refugio. El único lugar donde se sentía segura del todo.
Y cada vez la gustaba más aquello. Tenía una vista espléndida, de cara a la puesta de sol. Las tardes de verano disfrutaba locamente con aquél panorama; se sabía de memoria los colores que adoptaba el cielo cuando el sol se escondía avergonzado de la luna, que siempre relucía antes de que este desapareciera.


Se despertó siete minutos antes de lo habitual. Levantó la persiana, las luces de la calle todavía iluminaban la acera, encendió las tres velas que le acompañaban cada mañana y puso una música melodiosa. La suave luz le permitió ver la silueta de su cuerpo y su nítida cara reflejada en el espejo. Le gustaba mirarse en la semioscuridad, disfrutaba viendo su rostro no iluminado porque así, le desaparecían las impurezas con las que la adolescencia la había marcado. No estaba acomplejada con ninguna parte de su ser, es más, alguna vez la habían tomado por creída. Pero no sonrió al verse. Tampoco disfrutó haciendo tonterías. Simplemente se dedicó a construir los cimientos de un nuevo día.
La rutina.
Ese día la sintió más que nunca, en el alma, envolviéndole la energía con un oscuro manto, y encerrando su vitalidad que tanto la caracterizaba en una celda. Ni siquiera se animó cuando vino a buscarla una de sus anteriores mejores amigas para acompañarla al instituto. Siguió su camino de monotonía, saludó levemente con la mano a los que iba encontrando por su paso y fue directa a clase. Una vez esquivados todos los amigos, llegó a la mesa donde su tutora la colocó, en segunda fila, un sitio que no dominaba.

Fue ese día, mientras la profesora de sociales explicaba las revoluciones liberales, que decidió la manera de hacerles comprender a sus padres lo que le ocurría.

Aparentaba ser una chica sin problemas, no tenía hermanos; hija de mama, niña mimada. Caminaba siempre con la cabeza bien alta, bajo el lema de: y a mí que más me da. Pero eso solo era, como su impulsividad, un escudo.
Imponía. Se hacía respetar.
A menudo potenciaba ese carácter comentando sus cinco años de Judo. Pero todas las personas nacen con problemas, y si no, se los buscan. Así que ella, a pesar de ser la reina de su casa, se quejaba de no ser comprendida por sus padres. No era nada nuevo, ya hacía varios años que llevaba guardándose ese sentimiento de indiferencia que ellos le demostraban. Así que tenía una relación colgada de un hilo. Por eso decidió hablar con ellos, pero al no ser escuchada, ese hilo se rompió y estalló una guerra de
emociones vengativas que ella no supo controlar.

Se pasó la hora del patio delante de un pupitre, maquinando su carta de protesta encima de una hoja cuadriculada, con un bolígrafo que se negaba a escribir esas palabras y un corazón que las gritaba a modo de sonata nupcial. Logró escribirla, y aunque tuvo que destruir la voz interior que le cerraba el paso a una gloria sin paraíso, consiguió congelar su corazón por unos minutos.

El chirrido de la campana le atravesó el cuerpo, como la primera luz antes del holocausto. Una vez en casa, sacó la carta y la dejó en la mesa de la cocina. Cogió un refresco de la nevera y se dispuso a abandonar el hogar que la vio nacer, crecer, y ahora... desperdiciar todo lo que había conseguido sin esfuerzo ninguno.
Mientras cerraba la puerta, sintió un enjambre de abejas irritadas en su celebro.
La rabia.
Lo que le permitió superar el vacío de su corazón, ahora invadido por una emoción desastrosa, sin sentido.

CARTA

Tengo entendido que la adolescencia es una etapa en la que empezamos a cuestionar lo que nos rodea: el mundo, la muerte, los valores de las persona cercanas... En este ciclo se supone que yo debería construir mi identidad: el proceso de diferenciarme, de saber quien soy, que quiero hacer...
¿Por qué no me dejáis?
¿Por qué impedís que viva la vida y aprenda de mis propios errores?
Lo único que quiero es deshacer el nudo que me priva ser aquello que siempre ha estado allí, pero que nunca se le ha permitido salir.
Para qué tantas normas, tantas pautas, si lo único que producen son monotonía e igualdad. Dicen que cada persona es un mundo y tienen razón. Pero es que todo los mundos tienen la misma forma: agua y tierra. Todas las personas tienen la misma formación: mente y cuerpo. El agua y la mente son infinitas, libres e inagotables. Nadie puede impedir que sean de una manera o de otra. Sin embargo, la tierra y el cuerpo, no. La primera está compuesta toda ella por lo mismo, pero cada parte se puede dominar de una manera diferente; se le puede cambiar el aspecto, la productividad... Lo mismo pasa con el cuerpo. A este se le domina de una manera o de otra, se le manda y puede estar sometido a lo que se le ordene. Y yo pregunto:
Entre el agua y la tierra ¿qué es lo más frecuentado? Entre la mente y el cuerpo ¿qué es lo que tiene más protagonismo? ¿qué es lo único que se puede dirigir?
Con esto quiero llegar a la conclusión que a todas las personas desde chicas nos queréis hacer igual que a los demás: educadas, listas, respetuosas... y nos ordenáis lo que debemos hacer, como debemos ser. Nos regaláis un hogar, y conseguís que nuestro carácter vaya a juego con él.
La tierra, mi cuerpo, ya está dirigido para tirar por un camino determinado ¿Y si el agua no se lo permite? ¿y si mi mente no está de acuerdo?
Da igual. Una vez aceptado ese modo, una vez acostumbrados a esa vida, ya no nos podemos deshacer de esa monotonía que la rodea.
Se que no puedo cambiarla, así que lo único que puedo hacer es no permitir que me cambien. Que no intenten que sea como los demás; si el lugar, si la clase social, si la vida no va conmigo ¿porqué tengo que adaptarme a eso?
Lo siento, a partir de ahora: nada de cargar con lo que no quiero, nada de soportar lo que odio, y sobretodo, nada de ser algo que no quiero ser.
Si no es así, no volveré.

Texto agregado el 18-01-2004, y leído por 285 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-01-2004 La vida es así, por ejemplo en mi caso , yo lo escribi una carta a mi madre agradeciendole por todo lo malo que me habia pasado en mi vida, la heri de tal forma , que se podria decir que nada es igual, pero me di cuenta que no me supe expresar, ella tampoco leyo entre lineas quela culpable no era ella, yo me culpaba por todo lo que pasaba, porque a fin de cuentas uno es responsable de su vida, los padres nos enseñan el camino, es cosa de nosotros si lo seguimos o no aparte de sso, quiero que sepas que tus metaforas son muy especificas, por lo cual te felicito White_Nemesis
18-01-2004 Me vuelvo a poner un tres por el mismo motivo >_< sp_lucia
 
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