Su madre, una puta; su padre, un obrero alcohólico, y él...
“Macarra de ceñido pantalón, pandillero tatuado y suburbial, hijo de la derrota y el alcohol, sobrino del dolor, primo hermano de la necesidad.”
Así lo describió su profesor de literatura. Así lo describieron sus compañeros:
“Chorizo y delincuente habitual contra la propiedad de los que no le dejan elegir.”
¿Qué sabia toda esta gente sobre él?
La mitad de la historia porque se reservaba la otra parte para no dar pena. Corrían rumores de posibles peleas en su casa pero solo eran eso, rumores. Nadie se imaginaba como era la vida de este pobre chaval, pensaban que era un chico callejero de nacimiento, de esos pasotas que se creen que tienen la vida solucionada. Pero se equivocaban, nadie lo conocía mejor que yo y os aseguro que él era un ser humano ejemplar, luchador. Lo único que hice fue tratarle como una persona normal, hablándole y prestándole atención. Él que no era nada tonto me dijo:
- No cal que te esfuerces por ser mi amiga, no encontrarás nada bueno a mi lado.
No lo entendí:
- ¿Es que tú no te has enterado de lo que dice la gente de mí?
Claro que lo sabía, por eso estaba hablando con él. Pero me hice pasar por una chica de principios diciéndole que solo creía lo que veía, no lo que decían:
- Pues lo que dicen es verdad, así que lárgate.
Casi me di por vencida. Pero soy la típica cabezota y una de las que mejor sabe sonsacar la verdad. Así que me puse dura advirtiéndole que no me fuera de chulito, que no era ni la mitad de buen actor de lo que se creía. Se notaba a la legua que necesitaba desahogarse. Al final cedió.
Y ese fue el origen de una buena amistad, un poco raro, demasiado directo, pero el principio de un afecto verdaderamente grato, apacible y ameno.
La primera vez que mantuvimos conversación fue una tarde de mayo en una de las primeras terrazas colocadas. El tiempo dejó que viviéramos sonrisas debajo de un sol radiante, permitió que intercambiáramos risas bajo un cielo azul y accedió a mantener ese panorama mientras compartíamos carcajadas.
Al cabo de tres salidas como esa se sinceró conmigo. Lo primero que hizo fue explicarme su situación y no se cortó nada a la hora de ponerse verde el mismo:
- Tuve por escuela la calle y cuatro libros viejos de mi abuelo, me lo monté de guapo, de golfo, de ladrón y de darle al canuto cantidad; todo eso para sobrevivir. Si no robaba, no comía y lo de los canutos era para relacionarme con los drogadictos de la calle; se sacan una buena pasta traficando. Lo demás ya lo sabes: mi madre dice que estudiar ¿para que? y mi padre dice que lo mejor de esta vida es el alcohol y una tía que este buena.
Me sentí estrechada, sin salida; no sabía que argumentar.
¿Cómo consolarle? No hizo falta.
Esbozó una sonrisa cansina como de alguien que se siente acorralado y ha de continuar, atacar para sobrevivir.
Suspiré a fondo y sentí que era mi turno, explicar mi aburrida vida posiblemente le ayudaría a olvidar la suya. Así íbamos matando el tiempo.
Solíamos salir a los barrios bajos a dar una vuelta, decía que la alta Barcelona estaba llena de gente diferente, de pijos. No tenía nada en contra de ellos, al revés. Los padres lo miraban de arriba a bajo, las viejas se apartaban de él pensando que les robaría y los chavales le lanzaban miradas de una compasión adinerada:
- Si hay una cosa que no soporto, son las personas que critican a los demás sin conocerles. A mí, a parte de criticarme, me miran de una manera repulsiva. Seguramente es por la ropa que llevo y por la seguridad con la que camino. Ellos lo llaman chulería yo lo llamo pisar fuerte. No tengo nada para vanagloriarme.
Se sentía desplazado de la sociedad, marginado. Pero desprendía una seguridad alertadora, pensaba que si alguna vez diera a conocer algún punto de flaqueza sería su perdición. Me resultó imposible convencerle de lo contrario.
Tenia un sinfín de aventuras, algunas peligrosas y otras divertidas, pero siempre salía malparado de ellas:
- Caigo al suelo muy abajo, pienso que no lo conseguiré, pero con los meses me doy cuenta que vuelvo a empezar. Y a fuerza de mucho caer , de volverme a levantar y ver que las cosas no cambian pierdo energía. Así voy, a tropezones, pero cada vez saco una lección nueva de los golpes que me da la vida. Te daré un consejo: vive el presente y no pienses en el futuro.
Solía escucharle con atención, parecía una persona muy madura y por eso, yo, reflexionaba lo que me decía. Medité mucho sobre ese consejo. Desde pequeña me metieron en la cabeza que tuviera cuidado con mi porvenir, que no hiciera locuras de las que después me pudiera arrepentir. Pero él también tenía razón:
- Si piensas en el futuro, la mitad de las cosas que quieres hacer no las harás. No por precaución sino por miedo. Haz todo lo que se te pase por la cabeza, disfruta, aunque tengas que cargar con las consecuencias. Después de la tormenta llega la calma y piensa que siempre tendrás unos padres que te ayudarán en todo lo que puedan. Así que aprovecha esa oportunidad que te da la vida porque hay muchas personas que no la tienen.
Se que lo decía por él. Tenía unos padres pero como sino existieran. Su madre siempre le decía que él, fue un descuido de una noche copas. Su padre que fuese un hombre y que se dejara de memeces. Le aconsejaba que se pusiera a trabajar, que ganara experiencia y después se buscara un sueldo fijo para mantener una casa. Le dejaba seco, vacío, sin ilusiones.
Se iba quedando sin imaginación, no creía en nada solo en lo que le permitía sobrevivir. Bienes materiales, necesidades, nada de caprichos. Demasiado maduro para su edad. Pero a él no se le bajaba la autoestima. Era una persona muy optimista y siempre procuraba ver el lado positivo, el envoltorio no el regalo:
- Soy un privilegiado. Aunque vaya escaso de alegría, aunque no tenga ese calor que familiar que abraza a los adolescentes, aunque la vida me halla tratado tan mal, tengo suerte.
En ese momento mi cara se volvió un interrogante pero no hubo necesidad de preguntar. Ya nos conocíamos lo suficiente para comprendernos. Cada gesto, cada expresión era como quien aprieta un botón para obtener una respuesta:
- Mira, no quiero que te ofendas, pero vosotros no valoráis ni la mitad de lo que tenéis. Vuestros padres suelen deciros que todo lo que tienen se lo han ganado a pulso y que nadie les a regalado nada. Pero solo cuentan una parte de la historia. Ellos saben muy bien lo que es el dolor porque lo vivieron. Seguro que vieron morir a muchos de sus compañeros y familiares; saben que la vida es dura. Vale, nadie les ha regalado lo que tienen, pero no me dirás que la vida no les ofreció un golpe de suerte.
Lo comprendí a la primera. Tenía, sino toda, la mayoría de razón. Me explicó que su madre se quedó sin padre a los nueve años por un impacto de bomba cuando luchaba en el frente. Su madre no lo superó y se suicidó dejándola huérfana a los 11 años. Sabía que eso no era una justificación razonable para excusar su prostitución, pero si la vida no la hubiera desamparado habría sido aconsejada para tirar por el camino adecuado.
Suerte, la palabra clave. Decía que la tenía y que no vivía tan mal. Que en los tiempos que corrían los derechos estaban a flor de piel, por eso no se preocupaba tanto. Le gustaba la naturaleza, lo básico, valoraba lo que Dios había construido:
- Pienso que la vida me ha dado uno de los tantos sueños que tienen las personas desgraciadas, la vista esplendida de la Mar. La llamo así, con mayúsculas, por que le debo un tremendísimo respeto. Ella es la que me ampara continuamente, siempre me refugio en ella. Cada vez que la vida me da un golpe, cada vez que no encuentro una salida mejor que la muerte, ella me ayuda.
En realidad era muy sentimental:
- Cada día por las tardes, observo la Mar misteriosa. Me fascinan los reflejos de las barcas rojas y el Sol brillante que la ilumina con sus rayos. Me gusta oler el agua salada, el humo de los barcos y el olor de la madera húmeda. Me tranquilizo escuchando el sonido que hacen las olas suaves, los cantos de gaviotas y las salpicaduras de los peces cuando saltan.
Se expresaba bastante bien cuando hablaba conmigo, dijo que yo le inspiraba un no se que.
Poco a poco conseguimos reconocerlos. Intercambiábamos sentimientos continuamente y cada vez me sentía más cercana a él. Confiábamos plenamente el uno en el otro. Surgió entre nosotros algo singular, un sentimiento muy especial que maduraría hasta convertirse en algo más.
Al principio sentía afecto.
Después cariño.
Lo siguiente... ¿amor?
¿Porqué no?
Claro que, yo, nunca había llegado tan lejos. Y no hubo ningún paso adelante hasta que, una tarde de verano, me llevó a su refugio. Allí viví el momento más feliz de toda mi vida:
- ¿No lo ves? Seguro que tú notas lo placentero que es estar aquí sentado, lo tranquilizante que es poder olvidarse de todo. Este olor a agua salada es aire puro y el vientecillo que te roza la cara... No puede haber nada mejor en este mundo.
Su cara brillaba al igual que sus bonitos ojos. El pelo le ondeaba al compás de las olas al viento. Sus labios se humedecían y se sonrojaban formando una sonrisa de esas que salen del alma. La felicidad personificada.
Fue en ese preciso momento cuando me enamoré. No había sentido nada igual en toda mi vida; era un cosquilleo que empezaba en los pies y subía hasta la cabeza poniéndome todos los pelos de punta. Las dos islas verdes de sus ojos de luna se posaron en mi:
- ¿Te gusta? Seguro que no has sentido nada igual en tu vida.
Tenía que confesárselo. El corazón me palpitaba a cien y las temperaturas subían a toda velocidad. No podía guardarme ese sentimiento que hacía estremecer todo mi cuerpo, cuando su voz de héroe de película salía a relucir. Le miré, me miró y me sorprendió:
-Te quiero.
Fue él quien lo dijo:
- Te quiero y deseo que no sufras a mi lado. Así que lo mejor será que no nos veamos más.
Se me paró el corazón, estaba a punto de partirse a pedacitos. Menos mal que él me lo selló con un fulminante beso, de esos que funden a dos personas:
- Lo siento. A mi lado no tienes futuro. Tienes que comprenderlo. Al principio todo irá estupendamente, pero yo no soy nadie y tú te mereces algo mejor.
Me costó reaccionar. Todo pasó tan deprisa que...
Cuando ordené los hechos me di cuenta que él estaba asustado, nervioso e inseguro de si mismo. Me quería locamente hasta el punto de separarse de mí para protegerme de él. Pero yo no pensaba igual. Tenía que hacerle comprender que él lo era todo para mí, que si estaba a mí lado no podría pasarme nada malo.
En el fondo, yo también pensaba en las dificultades de esa relación: los hablares, los conocidos, mis padres, mi familia...¡el mundo entero estaría en contra! Pero me daba igual, a su lado me sentía lo suficientemente fuerte para superar cualquier obstáculo.
Así, explicándole mis miedos y razonando los suyos lo convencí. Llegamos a la conclusión de que la vida es dura, pero solo se vive una vez. Queríamos disfrutar, si nos separábamos estaríamos muertos en vida, nos necesitábamos.
Y nos tuvimos durante unos minutos.
Por desgracia la vida no nos dejó vivir ese momento durante más tiempo.
La luna, desplegó su brillante manto negro de estrellas obligándome a abandonar el paraíso. Empujándome a volver a mi hogar, a mi cárcel.
Después de eso pasé, un día, una semana, un mes, sin verlo. Me tuve que enterar por terceras personas de que...
¡¿Muerto?!
De pronto fue como si me abalanzara sobre un pozo infinito y me precipitara hacia el fondo mientras a mi alrededor estallaba una sinfonía de imágenes vivas.
Solo sentí dolor. El vacío de la nada envolviéndome por el espacio de toda una eternidad.
Su joya, su amiga predilecta, su salvadora, la Mar le quitó la vida suavemente. Esa tal inmensa lo quiso solo para ella y acariciándolo con sus dulces olas se lo llevó a lo más profundo. Seguramente se sintió traicionado porque su amante lo ahogó.
Pero creía en el destino.
Lo único que no entendí fue porque la vida lo trató así. Era una buena persona, no se merecía nada de eso.
Superamos todos los obstáculos, en una tarde reunimos la fuerza necesaria para combatir cualquier tormenta. Estábamos preparados, dispuestos a expulsar de nuestra vida a todas aquellas personas que quisieran separarnos. Lo que pasó, su muerte, no era discutible.
Ese chico que me hizo vivir, que consiguió darme lo mejor de él sin esperar nada a cambio era una persona optimista. Así que apliqué todo lo que me enseño de la vida llegando a la conclusión de que tuvimos suerte. Vivimos unos minutos inolvidables en la playa, nuestra relación debía de acabar así. Después de ese momento no habría ninguno que lo superara. Perduraría para toda la vida. Seguramente, para que no pudiéramos compararlos con otros y decepcionarnos, me abandonó. Se fue al barrio que hay detrás de las estrellas.
La muerte que es celosa y es mujer, se encaprichó con él y se lo llevo a dormir siempre con ella.
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