LA EXTRANJERA
“Somos una secta. (…) Nos une el estar acostumbrados a lo inverosímil, a lo improbable, incluso a lo descabellado. El azar es nuestro credo. La casualidad, afirmamos, no existe.”
Jorge Carrión
Venía hoy en el periódico. El autor, de oficio escritor, buscaba a una mujer, Anna Losada. Uno de esos artículos que no son noticia porque no dibuja muertos ni pinta tragedias, no presenta cifras maquilladas del gobierno de turno, no predice futuros avances de una guerra al otro lado del planeta, ni plantea debates de ámbito nacional sobre el acierto o desacierto de tal o cual entrenador de fútbol en el partido del domingo anterior. Sencillamente una columna, que cada mañana destapa la opinión de un poeta urbano acerca de una cuestión pública o privada, ventana a través de la cual diversos autores de esta ciudad se muestran al mundo. Sin embargo, el poeta de hoy anhelaba encontrar a una persona, y sin ser a mí a quien buscaba, fue a mí a quien atrapó. Y aquí me tienen, a altas horas de la noche, recordando aquel encuentro en una librería de Buenos Aires, hace ahora…muchos años.
Yo había llegado a la ciudad hacía poco más de una semana, con intención de permanecer en ella varios meses, quizá algunos años. El billete de avión, solo de ida, me servía para reafirmarme en mi intención de no dar marcha atrás. Y aunque disponía de dinero suficiente para haber comprado un pasaje de vuelta a España, eso habría supuesto dar la razón a quienes durante meses se habían esforzado en hacerme ver los múltiples inconvenientes de una aventura de aquella índole, y por tanto no estaba a dispuesto a permitirme semejante ultraje.
Por aquellos días, Buenos Aires no ofrecía su cara más sonriente, - permítanme recordar la crisis económica por la que atravesó Argentina a comienzos del milenio, de la cual aún hoy se hacen eco los analistas financieros, y gracias a la cual los políticos del país excusan los puntos más negros de su mala gestión económica -. Pese a ello la ciudad no había perdido la magia de sus noches de tangos, el embrujo de los barrios porteños, el encanto de sus gentes… No había pasado un solo día desde mi llegada en que no hubiese conocido a alguien nuevo dispuesto a mostrarme toda la belleza de la ciudad. Cada uno era el mejor conocedor de los rincones más insólitos de Buenos Aires, de los callejones más oscuros, de los tugurios más secretos donde se bebía más y por menor precio, donde las mujeres eran las más dulces y abiertas al amor. Cada uno presumía de ser el más experto guía de lo más recóndito de la ciudad. En poco más de una semana conocí, efectivamente, muchos de esos lugares furtivos, pero sobre todo descubrí el carácter de sus gentes, de aquellos exmarineros vanidosos y un tanto arrogantes, orgullosos de su condición de hijos de aquella ciudad, única en el mundo.
Fue mi afición por los libros perdidos, por los escritos prohibidos de otros tiempos, la que dirigió mis pasos hacia “La Extranjera”, la librería de Alberto Mascovari. Se trataba de uno más de esos tugurios a los que me he referido. Pero en lugar de emborrachar de vino, cerveza y mujeres, aquellas ocho paredes, – las cuatro de la librería propiamente dicha, y las cuatro de la trastienda -, ofrecían una sobredosis de conocimientos perdidos, de poesías clandestinas de autores desconocidos unos y reconocidos otros, de columnas y artículos recopilados y conservados por el propio Alberto a lo largo de décadas. La mayor parte de estos escritos trataban de Argentina, de la dictadura, de los poetas en el exilio.…El mismo Alberto había vivido una especie de exilio. Gran parte de su juventud la había pasado en París y Barcelona, donde se había dedicado durante un tiempo a la dirección de teatro, su verdadera pasión. A ella había renunciado por volver a su país. Por eso siempre decía que Argentina le había perdido, que había sido la causante de la más grande de sus múltiples infidelidades. Pero la amaba con el alma, y por eso la perdonaba. Desde su regreso a Buenos Aires, Alberto no había vuelto a hacer teatro. Unos cuantos trabajos provisionales, “para salir del paso sin salir de pobre”, y por fin, con un poquito de plata ahorrada, había montado ”La Extranjera”, que le quitaba más que le daba, como una mala mujer. El nombre, supe más tarde, le venía por una dama que había conocido en Europa, sobre la cual él nunca hablaba, y yo jamás le pregunté.
Acudía yo regularmente a “La Extranjera” por escuchar las historias que a menudo contaba su propietario, por las anécdotas sobre su vida, siempre interesantes, unas reales, y otras fruto de una inventiva que, de haberle pillado con más fuerzas y menos años otro gallo le hubiera cantado. La librería y la trastienda eran centro de encuentro y reunión de unos pocos afortunados que, como yo, una tarde por azar, había llegado buscando alguno de aquellos libros míticos de cuentos, poemas o ensayo, y se había dejado un pedazo de alma anclada en el lugar. En las tardes sucesivas volvía por recuperar ese pedazo, o mejor dicho, por asegurarme de que seguía allí.
Fue una de esas tardes, a los pocos meses de mi llegada a Argentina, cuando conocimos a Jorge Carrión, español de paso por Buenos Aires, que había ido a dar con “La Extranjera” por casualidad. Después de un par de días rondando por sus estanterías se decidió a adquirir algunas revistas, y entablamos conversación. Jorge vivía en Barcelona, y frecuentaba algunos de los lugares que habían sido los de Alberto durante su etapa de exilio. Conocía, al menos de nombre, a Anna Losada, actriz catalana por la que Alberto le preguntó rememorando aquel tiempo ya lejano.
- Dale recuerdos, si la ves, si la llegas a conocer.
- Difícil me lo pones. Barcelona es grande, ya lo sabes. España también. Puede estar en cualquier parte, del mundo incluso. Pero lo intentaré.
Algunas semanas después, Alberto nos mostraba a los habituales de “La Extranjera” un recorte de un periódico de Barcelona. Una columna titulada “Para Anna Losada” que hablaba de la casualidad, de encuentros entre personas desconocidas en lugares insospechados, y que era, en definitiva, un mensaje en una botella en busca de esta mujer vinculada a la juventud de Alberto. Lo firmaba Jorge Carrión, y estaba fechado el 3 de Diciembre de 2002.
Hasta aquí, los antecedentes y la historia de un breve encuentro. Nada tendría de especial si no fuera por la columna que en la mañana de hoy, 24 de Enero de 2023, he encontrado en el mismo diario en el que Jorge Carrión escribió hace ya algo más de veinte años: “Para Anna Losada, veinte años después”. La botella lanzada al mar con un mensaje de búsqueda hace tanto tiempo, parece que aún no ha encontrado la playa.
Violeta Mascovari, la única hija de Alberto, se encuentra pasando unas semanas en Barcelona, con motivo de la obra de teatro que representa en esta ciudad la compañía que ella dirige y que lleva el nombre de su madre. La casualidad o el destino, en la tarde de ayer guiaron los pasos de Violeta hasta la librería Carrión, el propietario de la cual resultó ser hijo de Jorge, periodista y escritor, que en su juventud había viajado a Buenos Aires.
La columna de esta mañana, redactada por un Jorge con más canas y más recuerdos, casualmente compartía página con el anuncio en el que la compañía de teatro Anna Losada informaba sobre el estreno de la obra póstuma de Alberto Mascovari: “La Extranjera”.
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