La radiante aurora traspaso el viejo cristal de la ventana, y dio luz a mis fallecidas pupilas. La soledad y el fragor del antiguo despertador anunciaban un día más de vida, un día más de oficinas y estresadas conferencias. Bostece unos segundos y recomencé la rutina, instalando la tetera con agua en la impecable cocina.
Por la ventana se lograba ver la peculiar madrugada de la moderna ciudad, por suerte el trafico no me asordaba tanto, pues mi departamento sentaba en el decimotercero pavimento del edificio. La ciudad estaba como de costumbre: los imberbes distribuidores de diarios transitaban aceleradamente. La anciana tamalera ofrecía sus tamales de pollo y chancho, proporcionaba un vaso de linaza de cortesía. Los estrictos policías custodiaban la cuadra, luciendo sus impecables uniformes verdes. Las sirvientas higienizaban con empeño las ventanas, mientras escuchaban agitadas músicas. Los establecimientos abrían sus portones alborotadoramente. No faltaba el astuto timador que transitaba buscando sus victimas. Todo estaba normal en la moderna ciudad.
Se trataba de un muchacho no muy común por la zona, vestía con un arrugado pantalón de percal, una harapienta camisa azul, un par de zapatos negros de cuero con agujeros en el pico. Éste circulaba con discreción mientras ofrecía unos mantos de artesanía, tenía un caminar de optimismo, se introducía a las tiendas y tornaba jubiloso, sonriendo a los restos e insistiéndoles su mercancía. No prestaba mucha atención a las muecas de niñas encariñadas y los rumores de individuos racistas.
Mis ojos perseguían sus movimientos, sus prolongadas sonrisas y sus frecuentes rechazos. Mientras espectaba inquietadamente, el muchacho doblo por el ángulo de la otra calle y desapareció, dejándome perplejo. Aquel instante, mi mente se saturo de incontables recuerdos, concebí una emoción muy misteriosa.
Hace algunos años atrás, abandone mi pueblo, por inspiraciones económicas y bélicas. Aquellas épocas, los terroristas rodeaban el provinciano pueblo, asesinaban a infantes y doncellas; mis padres ya habían muerto hace mucho tiempo. Arto de la opresión, robe la mercancía de mi tía Nelly, y opte por un mejor futuro, y solucione con viajar hacia aquí, Lima. Recuerdo visiblemente la forma como llegue. Llegue como aquel muchacho optimista, advirtiendo con mucho júbilo la venta de mis mantos de terciopelo, sin timidez.
Aquella mañana, la habitación se nublo de misterio. Mientras el agudo silbido de la tetera anunciaba el hervor del agua, mis lágrimas yacían en la fina alfombra. Me interrogaba tácitamente sobre lo que había habituado en el transcurso de mi éxito. Entre sollozos, sustraje del buró una colección de añejas fotos. halle en seguida una foto que padecía de diminutos rasguños, estaba a blanco y negro: ahí estaba la cándida sonrisa de mi madre, sentada en una banqueta vieja de madero, al lado yo, con mi imberbe rostro, nos rodeaba unos arbustos verdes, palomas que adornaban la mística iglesia, etc. Era mi humilde pueblecillo.
Lloraba cual niño extraviado en un fúnebre túnel. Suspire un segundo y casi sin fuerzas invertí hacia la otra página: ahí estaba yo, sentado en el parque Kennedy, abrazando a julia, dueña de mis encantos y de mis adolescentes orgasmos, la amaba como también ella a mí, el azar nos desunió. Me pregunté si será feliz, si habría hallado el éxito con la venta de sus dulces. La imagine desnuda, llamando clientes con su sucia carita de niña, brincando en la arena, abrazándome.
Ya sin precaución, roté la página siguiente; pero no poseía nada, solo una poesía escrita con lápiz adornaba la pagina. Las torpes y desalineadas letras decían:
Aquí los riachuelos serpentean
Mientras cantan en coral sus
Agudas melodías de armonía.
Brincan jubilosos desde los
Montículos de hierba lozana
Aquí el roció posee el aroma
a jazmín y yace sobre el pueblo
y despierta a la gente con un
estricto susurro mañanero.
Aquí la noche es alumbrada
por las pacificas y enormes
luciérnagas propias de este territorio
los noctámbulos circulan silbando
al compás del panorama.
Aquí, en este angosto pueblo.
La sencillez de esta poesía prolongo mis lágrimas. Era una descripción justa a mi angosto pueblo. En seguida me eche a meditar en la cómoda, imaginando mi pueblo, sus manantiales, su población, todo. Me pregunte si ya habían desaparecido los terroristas; el presidente hizo una promesa de sepultar a todos ellos, quizás la cumplió.
El peculiar sonido del moderno celular me volvió a la rutina. Era el gerente general, con su estricta voz ronca, advirtiendo una entrevista con un prospero mercader. Le dije que vendría después y colgué sin despedirme.
Algunos minutos después, me asome por la cortina de tul: todo seguía igual, el taxista me esperaba en la puerta para charlar de política mientras me transportaba al trabajo. Volví la mirada hacia la habitación y el silencio inspiraba soledad. La nostalgia confundía mis instintos; pero tenia que seguir mi rutina, y vestirme otra vez de tela, situar la corbata en mi pecho, y salir a saludar al taxista. Antes de cepillarme los dientes e iniciar con todo, decidí echarle un vistazo por última vez a la poesía. Unos segundos después di un ruidoso suspiro por la ventana y resolví invertir mi aburrida rutina.
El día siguiente, mis ojos estaban obstruidas por unas pegajosas lagrimas coaguladas. El asombro de mi despertar tardío, me despojó velozmente del cobertor. Un día más se anunciaba en la ciudad de Lima. Un frió roció entraba por un minúsculo agujero de la ventana, la atmósfera estaba rodeada de neblina, y no se lograba escuchar el ruido del tráfico; la ciudad estaba callada.
Sustraje de mi ropero un pequeño baúl donde habituaba depositar los ahorros; pero de inmediato recordé que había pagado un préstamo a un banco internacional. Me preocupe por algunos minutos, pero eso no invirtió mis planes y seguí empacando: decidí llevar conmigo el viejo despertador, para que me despierte siempre en alborada, las camisas extravagantes que nunca utilizaba, y también los clásicos pantalones de corduroys. También empaqué la colección de fotos y el retrato de beethoven. No olvidé los zapatos viejos de cuero que olvide usar cuando el éxito llego a mí. Introduje a mi equipaje todo lo que hallé necesario para vivir cómodo.
Cuando estaba a instantes de evadir la habitación, recordé los calzoncillos verdes que una bella empresaria me había obsequiado como recuerdo de su exhibición de moda. La modelo era tan bella y merecía que yo la recuerde. Cuando retorne a la habitación, el silencio casi asustaba, y sin querer lance unas lagrimas a la alfombra.
El taxista como siempre, esperaba mientras se informaba muy atento con el diario. Mientras me transportaba interrogaba e interrogaba, hablaba de sus aventuras nocturnas de la semana pasada; por primera vez le pedí que guardara silencio, y le dije que acelerara hacia la empresa.
Me introduce cabizbajo a la empresa, escuchando los apurados saludos por los trabajadores, recogía algunas solicitudes para no levantar sospecha. Todo el mundo seguía su rutina tranquilamente. Me dirigí a saludar al gerente general, y me interrogo brevemente sobre mis irritados ojos, _no es nada, _le dije, mientras parpadeaba.
En un acto desesperado, asalte la caja registradora de la oficiada numero trece, introduje el dinero en una bolsa de supermercado y evadí de inmediato el lugar. Una ves fuera, medite un poco, y recordé que había olvidado los libros de locos intelectuales y poetas anarquistas, y resolví retornar a mi departamento.
Algunas horas después, me hallaba sentado en la butaca numero trece de un autobús interprovincial, me asegure de que no fuera muy prestigioso y que careciera de popularidad, así era muy difícil de que me hallaran. Por suerte una linda muchacha con apariencia de provinciana sentaba a mi lado, era muy linda, sin duda, seria un estupendo viaje. Sustraje de mi maletín un libro muy nuevo para impresionarla, y me instalé cómodo para comenzar la prolongada lectura.
En el autobús, todos guardaban silencio. Algunos viajaban entristecidos, otros meditabundos, muchos dormían. La chica bonita de cabello largo que sentó a mi lado dormía también. Todo estaba callado, incluso el motor no resonaba tanto. Procuraba dormir, pero me mantenía despierto la emoción de estar de nuevo en mi pueblo. Pensaba en sus lagunas, en sus causes, y en mi nueva vida en ahí.
Una radio local anunciaba las seis de la tarde. Por la ventana se lograba ver una inmensa neblina que obstruía el panorama, un congelado roció penetraba por la ventana desalineada, aun la chica bonita dormía, los restos también lo hacían, solo algunos niños dibujaban rostros en los cristales ventanales. Me halle perplejo y una fría nostalgia me volvió a la soledad. De pronto un chiquillo no muy educado gritó “baja en lago Vayta”. Entonces me di cuenta que estaba solo a algunas leguas de Paucarbanba, y también el cobrador gritó: “quienes bajan en Paucarbanba”. Nadie contestó la interrogación, solo yo articule modestamente “yo bajo”.
Cuando solitario llegue a Paucarbanba, pude notar de inmediato el pasado fúnebre: las cabañas despintadas y solitarias yacían desalineadas por las vías de tierra húmeda. Por los Balcanes ladraban algunos perros, algunos muy pálidos dormían en las puertas de madero añejo. Una lenta llovizna envolvía el pueblecillo. Algunos niños sucios se introducían velozmente en las tiendas y tornaban rápidamente hacia sus casas. De los árboles de eucalipto emanaban roncos ruidos lastimeros. También se podía ver algunas golondrinas agonizando de frió. Un prolongado aguacero se anunciaba mientras recorría con mucha nostalgia las callejuelas de mi pueblecillo. Segundos después, descubrí a algunas lenguas, un notable letrero de madero que decía hospedaje, sin meditar, me dirigí apresuradamente hacia el.
Una angosta habitación sin luz, sin agua caliente, ni televisor, fue lo único que pude hallar. Con una melancolía profunda e infinita me eche a llorar en el cobertor de lana. Mientras sollozaba, la soledad me susurro con su voz pálida y ahogada, me pronuncio bajito el nombre de las personas con las que antes solía reír a carcajadas, los nombres carecías de asentó; pero cada nombre evolucionaba a una lagrima.
La máxima nostalgia penetro hasta lo infinito de mis entrañas. Mientras escuchaba la lista interminable de recuerdos, mi mente viajaba por pasados fúnebres y felices.
La soledad termino gritándome: ¡déjame, necesito estar solo, necesito honrar mi nombre, vete con ellos, acaso no los añoras. Vete déjame!
Me asome triste por el bacón, y advertí el sur con una mirada taciturna; casi muerto le susurre a la soledad:”hasta nunca”.
Marché muy apurado hacia el puente colgante que se lograba ver desde el bacón. Acelere con un poco de adrenalina y odio hacia la soledad. Me detuve con frenesí en el medio del puente, sujetaba pálidamente una de las cuerdas, y sin miedo salte hacia el vacio.
La soledad me dejo cadáver,
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