Como Un Ángel se acercó para ver a las ninfas durante el festín, se agachó tanto que podía escuchar a Pacha, la matrona del lugar, contándole un secreto. Música de arcilla mezclada con arena la embelezó; Como Un Ángel se quedó dormida soñando un recuerdo inventado.
Onir, el celador, dispuso los óleos; y Psique, su esposa, tradujo el sosegado encuentro así:
“Nardo tenía raíces en forma de tubérculos y espigas de flores rosadas. Guairo se quedaba con él todo el día y bailaba con su perfume; Nardo apenas se movía…ya había viajado demasiado.
Guairo solía planear cerca del Inti, el sitio más elevado, pero siempre regresaba a Nardo; y aunque a esas alturas ya había visto muchos parecidos a Nardo; éste era suyo y él, de Nardo. Se querían tanto que en los momentos de hostilidad, Nardo solo esgrimía un argumento y Guairo fingía desfallecer en silencio. Breves discusiones eran el pináculo de cualquiera de sus infantiles batallas.
Si Guairo alguna vez se hubiese enojado realmente, Nardo hubiera muerto; cuando los Guairos se molestan se tornan tan helados que ningún ser de menos de un metro de estatura sobrevive a su insensibilidad. A ellos nunca les ocurrió, ni siquiera estuvieron cerca…no que yo sepa.
De repente, la tarde de un día que pronto se convertiría en noche asomó embocando todo; una nena, Como Un Ángel, cansada de volar, se arrastró ociosamente hasta Nardo. Guairo había salido y Nardo cantaba memorias. Como Un Ángel no avanzó más.
Nardo, niño distraído, se te ha olvidado envejecer unos años—dijo la nena.
¡Descuidada flor! Te has confundido de Nardo y ya te habías dado cuenta—contestó éste, tajante pero inerme.
Yo no soy una flor Nardo apestoso – dijo ella indignada.
Claro que si, ¡qué, no te haz visto! ¡tienes pétalos en tu espalda!…
¿Eres mía? ¿De mí te has caído? – preguntó Nardo.
Si, supongo que si—aseveró aún con duda.
No lo olvides nunca; eres mía, solo mía – sentenció él.
Como Un Ángel se quedó junto a él un rato más, creyéndose flor. Tararearon memorias juntos hasta que Guairo regresó. Luego ella se fue a casa.
Como Un Ángel visitó por mucho tiempo a Nardo durante la hora del almuerzo. Hasta que una mañana de sombras llegó, y con ella, Como Un Ángel, más temprano que de costumbre.
Nardo no estaba.
Como Un Ángel se sentó a esperarlo. El hoyo que había dejado Nardo en la tierra parecióle escasamente profundo.
Como Un Ángel calló.
A la distancia podía escuchar viejas reminiscencias que se entonaban nuevamente, melodías propias que sonaban a ajenas. “Eres mía, no lo olvides nunca” citaba otra dulce flor. Entonces lo supo, eran palabras de una especie sin imaginación.
Como Un Ángel cayó.
No quiso ser más una flor. Arrancó sus “pétalos” y los despedazó dentro del surco, el polvo de alas concibió siete huevos de trips; Como Un Ángel se tendió sobre ellos y los calentó. Guairo no notó nada extraño.
Como Un Ángel permaneció acostada, cubriendo con el esternón la nueva morada de las futuras larvas. La flor que había hecho su aparición anteriormente, se mantenía lejana y seguía con la cadencia: “Eres mía, no lo olvides nunca”. Todo-Miela era su nombre. Como Un Ángel se acercó solo para olerla y no pudo evitar estornudarle encima; así que regresó a la incubación.
Cinco minutos después una abeja arribó sobre Todo-Miela, posteriormente una segunda… la tercera se la llevó. “Pequeña meretriz… no es de nadie” pensó desde su posición y sintió pena de haber querido ser una flor.
El nido dio sus frutos, los huevos se rompieron y con ellos la conciencia de la nena; y aunque quiso enmendar el error, ya no querría ser de nadie tampoco.
El mal estaba hecho.
Pasó el frío, Domini, el arquitecto del pueblo, trajo a Nardo de regreso y sepultó sus raíces en su antiguo hogar, el féretro póstumo; ni Cocha, el curandero, podría salvarlo.
Las larvas se habían convertido en proninfas y Como Un Ángel parecía haber olvidado a Nardo; ella no llegó.
Nardo fenecía sin saberlo y al verse solo, gritó.”
Como Un Ángel despertó. Onir se retiró, de la mano de Psique; no sin antes tomar el lienzo y empuñarlo como báculo para remover el pecho de la homicida.
Y a la víctima, las ninfas ya le habían extraído casi toda la sangre, la necrosis avanzaba; Nardo estaba gris y Guairo acariciaba las heridas pero esto lo empeoraba.
Como Un Ángel, en un impulso desesperado arrancó a Nardo desde los decadentes tubérculos, lo tomó en sus brazos como a un amante-vástago y corrió en busca de Nina, su abuelo.
Entró a la siempre calientita vivienda de Nina, y no salió más…
Lo único que emergía de esa casita era humo…
Hasta hoy.
La Chimenea ya cesó de producir la extraña y deliciosa bocanada; y dicen que a la hora del almuerzo, la nena irrumpió en la montaña. Como Un ángel anda por ahí paseando sin alas con el cuerpo envuelto en aceite de Nardo.
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