Será otra vez mejor. Pues, eso era lo que yo pensaba mientras fumaba sobre el puente que pasa por la avenida Salera. Pensaba, tal vez, que nunca llegaría a saber por qué todos esos autos, buses y motos, al pasar por debajo, se meten en mi cabeza, no salen al otro lado; nefastas consecuencias de no mirar atrás.
Pateo el chicote que sale volando aún con el humo de su agonía, o tal vez el humor de su asesinato.
En todo caso, cae sobre la hierba y parece un incendio forestal observado desde el cielo. Una señorita, bastante sucia, deshaliñada y sin dientes, para y lo rodea con su mirada. Lo recoge después de haberlo pensado mucho y mira la avenida. Lo lanza al primer coche que viene y lo mete justo cuando el afán del copiloto por subir la ventana se hace inútil.
¡Arghh! suelta un alarido el hombre que se quema su pantalón de pana nuevo y, en sus movimientos de alegato, golpea con su mano a la piloto, que a su vez se desconcentra y timonea sin control para terminar estrellándose de frente con un bus. La puerta se abre y una mano ensangrentada sale.
¡Uich! dice uno de los pasajeros del transporte público chocado. Se para y camina por el corredor mientras todos se apeñuscan en las ventanas para ver lo sucedido. En el desespero del conductor, justo en el momento en que la situación lo altera y por ende lo cega, la mano del tranquilo pasajero toma la caja con la plata y la deposita en su maleta.
Se baja, mira los posibles heridos, sigue sus pasos y ve una tienda a unos cinco metros. Buenas tardes, me hace el favor y me regala dos mi pesos de pan? La señorita que atienda le enseña unas muestras de lo que tieney decide llevarse el segundo, no, mejor el tercero. Se lo guardan en una bolsa café y el hombre sale de la tienda mirando el cielo y ve una mujer parada en la mitad del puente. No le importa. Lo que sí le interesa es el niño con cara de hambre que observa el choque con ojos de canibal, la sangre regada por el pavimento tal vez le parece vino, le parece desperdiciada.
Toma dice una voz gruesa mientras una mano le ofrece un pan al infante, que a su vez, con los ojos aguados, recibe el alimento como una gracia del cielo.
De las nubes, o pues, cerca a ellas, mjusto en la copa del árbol que está en la otra acera, empiezan a caer hojas secas que lleva la brisa fuerte de agosto. Un par de nocios, que se acaban de sentar en el parque junto a la avenida Salera, se besan apasionadamente, recien enamorados, recien ilusionados. Se acuestan sobre la hierba mientras la hojarasca les hace un remolino los envuelve. Se fascinan ante el espectáculo y, sin meditarlo, se paran a bailar la música crujiente que hace el torbellino, un niño que pasa se les une, dos, tres.
Já digo yo mientras bajo las escaleras del puente y me seco las lágrimas, empueñando una toallita rosa con bordes arcáicos, mojada ya de limpiar tanto. Miro la calle, miro el parque, miro la ciudad. Que tonta es la distancia que hay entre cada habitante de la urbe, ninguno se da cuenta que está amarradoal desconocido como los ojos al cuerpo, todos creen ser el único, el que merece más la hospitalidad de las bocas, el que menos traiciona el Azar de la vida. |