O más bien, todo siguió, aún por un tiempo, igual, es decir, yo sintiendo, ahora con mayor claridad, que estaba viviendo una vida de mentira, entiéndeme, no es que yo, en esos momentos, estuviera ya planeando un futuro junto a ti, no, por el contrario, en esos momentos yo podía ver, aún con mayor claridad que cuando tú no estabas, la imposibilidad de cualquier sueño contigo, pero, al mismo tiempo, sintiendo que, más allá del Ravotril y del angustioso whiskie del domingo en la tarde, había un mundo de relaciones y de afectos que parecían vedados para mí, pero al que tenía derecho, y comencé poco a poco a acercarme a ese mundo, aún cuando sentía que al acercarme, tímidamente, a ese mundo, al mismo tiempo me alejaba irreversiblemente de la vida que había vivido, o sobrevivido, hasta ese momento, y, así, poco a poco empecé a participar más del centro, sintiendo que era un medio, tal vez el único, para estar más cerca de ti. Ya sé que a ti te parecerá absurdo que yo diga esto pues a través del centro sólo podía verte una vez al año, tal vez dos como máximo, pero así era, pues no era sólo verte, sino estar cerca de un mundo que también era el tuyo, tener un espacio que también era tuyo, en el que podía percibir tu existencia, compartir afectos, aunque tú no fueras consciente de ello, no, tú sólo me veías con el rabillo del ojo, yo era ese personaje borroso y distante que tú conocías apenas como el que había escrito ese cuento en el que te habías reconocido en la Sonia Borchers, pero en el que nunca podrías haberte reconocido en la Matilde, ese personaje que se mantenía distante, parapetado en la mesa de su generación, la del año 1971, no como tú, que circulabas sonriente de mesa en mesa, rodeada siempre por tus “edecanes”, platónicos enamorados que revoloteaban en torno a ti como abejas en torno a la miel, y tú recordarás que yo, tiempo después, me negué a aceptar esa condición para mí, porque lo que yo quería era que tú te dieras cuenta que mis sentimientos hacia ti eran algo más que una atracción, y que prefería mantenerme rigurosamente lejos a acercarme integrando una cofradía de edecanes, y así nuestra distancia se mantuvo aún por años, viéndonos, o, más bien dicho, viéndote, una vez al año, sin intentar por mi parte acercarme más que lo que estaba, recuerdo, incluso, que yo sabía, desde el inicio del centro, tu dirección en Santiago, tu teléfono, y que, a pesar que yo iba a Santiago dos veces por semana, tal como lo hago hasta el día de hoy, nunca intenté contactarme contigo, ignorando, aún por un tiempo, que tu casa quedaba a escasas cuadras de los mormones, el lugar al que yo iba en Santiago, en Pedro de Valdivia, pero nunca te ví, y después de un tiempo supe donde quedaba la calle Diego de Almagro, donde tú vives, y desde entonces circulaba mucho por ahí, pero nunca te ví, Antonia, nunca te ví. Siempre he pensado que, de no haberte visto el día de tu titulación con Alfonso y los niños, me habría sido más fácil acercarme a ti, no sé, tal vez es sólo una excusa, pues también entremedio escuché, no sé cuando ni a quién, que tu matrimonio no era tan feliz, y que esa imagen que yo me había hecho al verte ese día era sólo eso, una imagen, pero que la realidad era otra, como la mía, tú me has dicho que en ese tiempo en que me veías sólo con el rabillo del ojo pensabas que yo no participaba de ese mundo, que era sólo un observador que se mantenía voluntariamente aparte, porque tenía un mundo estructurado al que no quería renunciar, yo era para ti un personaje lejano y borroso, pero del que pensabas, o percibías, que era “compuestito”, son tus palabras, Antonia, y tu percepción, en algún sentido, era correcta, sí, yo era, y sigo siendo, “compuestito”, pero no más que lo que tú lo eres, con la diferencia que tú participabas y disfrutabas de ese mundo y de esos encuentros en la medida de la lealtad con tu pasado, en tanto que yo me mantenía alejado, no por lealtad con mi presente y con mi estructurado mundo, sino lisa y llanamente por cobardía, por no atreverme a sumergirme en este otro mundo que se me ofrecía con las puertas abiertas, por una noche al año, y en el que además estabas tú, por una sola noche en el año, y que yo observaba desde el umbral con fascinación y temor. Pero, poco a poco, año tras año, yo me adentraba en esa noche que también era tu noche, hasta una noche en que terminamos juntos en el subterráneo de algún pub porteño, en medio de un barullo infernal que impedía cualquier comunicación, yo junto a ti, la Anita, y otros que no recuerdo, y yo pensando en lo absurdo que resultaba andar recorriendo la noche de Valparaíso, tomando tragos que no quería tomar, escuchando música a un nivel que no quería escuchar, sólo por prolongar la noche, y yo junto a ti, más cerca que lo que nunca había estado, y sin embargo en la imposibilidad más absoluta de decirte una sola palabra, de hacer siquiera el amago de algún tipo de comunicación, en fin, por estar cerca de ti yo podía soportar eso y mucho más, pero me producía una sensación enorme de frustración, y no sé si fue antes o después de eso, creo que fue antes, un año que tú estabas en Canadá en la fecha del almuerzo, y yo sentí enormemente tu ausencia, pero pocos días después me llegó un correo tuyo, en el que me pedías te contara los pormenores y comidillos de ese almuerzo, y para mí fue como un regalo compensatorio por tu ausencia, y al mismo tiempo tan inusual, que tú te dirigieras a mí, aunque decías hacerlo a nombre de los que estaban allá, de alguna manera con ello le quitabas la gracia que era para mí recibir un correo tuyo, que ya no era tuyo, sino de una comunidad, pero qué diablos, era un correo tuyo, y me lo pedías tan encantadoramente que rápidamente te contesté, dándote cuenta de los sucesos y anécdotas y, al mismo tiempo, expresándote la nostalgia que yo había sentido por tu ausencia, lo que era para mí una osadía inusitada, además de haber olvidado que ese correo no era sólo para ti, ¿o es que era sólo para ti, y tú te escondías en esa comunidad?, déjame quedarme con esa ilusión, al menos, ya que ese correo fue una golondrina que no hizo verano, esto fue, me parece, pero no estoy tan seguro, el año 2001, y al año siguiente fue el almuerzo de la pelea, para mí todavía resulta un misterio cómo me enviaste ese correo, pues no habíamos tenido más intercambio en toda la vida que un par de palabras, es verdad que, posiblemente, yo podía ser para ti una especie de cronista con capacidad de transmitirte mejor que otros lo que había sido ese almuerzo al que no fuiste, no tengo por qué suponer otra intención en ti, pero, para mí, continúa siendo un regalo inolvidable, un preludio de lo que serían, algo más de un año después, nuestros correos semanales y hasta diarios, y con los que empezamos a construir , en algún momento entre diciembre del 2002 y enero del 2003, todo esto que ha sucedido entre nosotros, Antonia, y que todavía ni tú ni yo podemos asimilar por completo, cuando aún lo nuestro es algo que poco a poco van sabiendo los otros, es decir, todos aquellos que conforman tu entorno y el mío, y especialmente el nuestro, ese entorno ocasional y permanente formado por nuestros compañeros de universidad, los que forman parte del centro, y dentro del cual las reacciones pueden ser variadas, tal vez no siempre tan afectuosas como las que hemos apreciado hasta ahora, en que lo nuestro ha dejado de ser un secreto, pero en que tampoco ha sido proclamado a voces, me inquieta, debo decírtelo, no tanto por mí, al fin y al cabo cualquier reacción contra mí ya estaría sustentada en treinta años de persistencia de una imagen caracterizada por aspectos más bien negativos, al menos en lo político, aunque tengo la percepción que, con los años, especialmente los transcurridos desde la fundación del centro, esa imagen ha ido cambiando por una más amable, más aceptada y, por último, hay otros que tienen una peor imagen, frente a los cuales lo mío es casi anecdótico, pero me inquieta por ti, pues tú sí eres una especie de paradigma, un objeto de culto por parte de la gente del MIR, y yo no sé si es por eso que tú has preferido mantener un perfil bajo con lo nuestro frente a ellos, no es que tú me digas nada, no, nunca me has dicho algo así como “disimula” ni nada que se le parezca, yo, por mi parte, he tratado de ser más bien discreto con lo nuestro, pero parece que el correo de las brujas en la izquierda de la escuela es muy eficiente, y rápidamente muchos han ido sabiendo, uno de los primeros el guatón Rivas, el que, antes de morir, se encargó de lograr una confesión conmigo, no sé, habrá sido unos tres, no más de cuatro meses antes que muriera tan repentinamente, pero en esos pocos meses lo difundió continentalmente, hasta en Canadá se supo, pero él no lo tomó a mal, al contrario, se alegró de lo que había sucedido, y conste que el guatón te quería mucho, no en vano compartió exilio contigo en Canadá, no en vano fue por tantos años amigo de Marcelo, me acuerdo como si fuera hoy, luego de la misa de funeral de Gabriel Nieto, otro que se fue este año, el guatón se vino a almorzar conmigo al departamento, los restos de una pizza que me había quedado de un fin de semana con los niños, y hasta el día de hoy ha sido una de las pocas personas que han estado aquí. |