Aquella tarde, no me apetecía quedar con los amigos. Aunque era un plan relajado y no implicaba especial esfuerzo, prefería quedarme en casa.
Además, cosa rara, aquel día estaba sólo. No recuerdo que recados tenía que hacer mi madre, ni con quién había quedado mi hermana, pero no me importaba demasiado... Puse un disco y anduve echado pensando en mis asuntos, cantando, levantándome a hacer pequeñas cosas que venían a mi cabeza protestando por haber sido dejadas de lado una y otra vez.
Poco a poco, me fui relajando y centrando en mi mismo. Estaba extráñamente contento, en paz, no eufórico. Era como si me hubiera hecho mayor de repente y, al final, fuera capaz de controlar mis altibajos emocionales pero sin parecerme aburrido. Todo lo contrario, era impresionante.
Al rato de estar sumido en mi propia introspección, sonó el timbre y me devolvió al primer plano de la realidad. Me encaminé a la entrada y, a pesar de que no contestaron al preguntar quién era, sentí la necesidad de abrir.
Frente a mi, una silueta pálida cubierta por un hábito negro que no dejaba mucho lugar a las especulaciones. A pesar de que me resultaba ridículo preguntarle quién era, le dije: "¿Eres la muerte?", entonces, ella, esbozó la sonrisa más irónica y fugaz que había visto nunca...Ni tan siquiera creo que llegara a sonrisa y me dijo: "No...Soy tu muerte, ¿Puedo pasar?".
Al momento, me encontraba sirviéndole un café solo y sin azúcar en el salón de mi casa y respondiendo sus preguntas sobre hechos de mi vida que nunca habría tenido en cuenta... Ni aquella tarde que había sentido algo especial al conocerme un poco más, había apreciado esos detalles a los que ella parecía darles una importancia especial.
En ningún momento sentí miedo, quizás porque vaticinaba lo que se acercaba. En una de mis respuestas, fría pero amablemente, ella me dijo que se marchaba, que no solía pasarle pero se había equivocado. Intuí que de momento, claro... Pero, ¿Por qué aquella tarde? Demasiada casualidad. Le acompañé a la puerta y, sin saber muy bien a qué venía, me pidió disculpas y me dijo que esperaba verme pronto.
Todavía hoy sigue sin asustarme aquella última frase, era como una invitación a conocernos más que una amenaza. No lo se y poco podría hacer al respecto, excepto seguir esperando que vuelvan a llamar a la puerta... Pero no de brazos cruzados. |