Recupero aquí un texto que fue creado para el foro de Cuentos Infantiles por petición de un cuentero de aquí, Alqutun, quien me conminó a colocarlo en este lugar. Así que va para él, como no podía ser de otra manera.
Érase una vez un pequeño tigre que jugaba y jugaba feliz en la selva. En la selva hay muchas plantas y muchos animales muy diferentes entre sí. Así que entenderéis que, para nuestro pequeño tigre, cada día estaba lleno de descubrimientos y de nuevas aventuras que le hacían reír, asustarse a veces, saltar, correr y jugar hasta el agotamiento. Cuando se oscurecía estaba tan cansado, que se dormía rápidamente y bien tranquilito mientras su mami le daba el beso de buenas noches.
Por las mañanas le costaba un poco levantarse. ¡Se estaba tan a gustito durmiendo! Pero su mami le insistía con dulzura que tenía que lavarse y desayunar. ¡Desayunar! ¡Hum! Era la comida preferida del tigre. ¡Qué hambre tenía recién levantado...!
Pero esa mañana todo fue distinto. El pequeño tigre se despertó cuando el sol le daba en la carita. Al principio no hacía caso, se daba la vuelta y seguía durmiendo. Pero la luz del sol era tan fuerte y clara, que no tuvo más remedio que levantarse. Y lo que vio le dejó boquiabierto.
¡La selva había desaparecido! No estaban los altos árboles, ni las frondosas plantas, ni las lianas, ni los extraños ruidos de la selva. En su lugar había un enooooorme prado de fresca hierba que parecía no tener fin. El tigrillo no estaba acostumbrado a tanto espacio abierto y con tanta luz, porque en la selva todo es más oscuro. También se sorprendió cuando llamó a mami y no le contestó. ¿Le había dejado solo? ¿Y su desayuno? ¡Tenía un hambre feroz!
Así que el pequeño tigre comenzó a correr y a correr por el prado. La hierba verde y fresca le hacía cosquillas en las patitas. El aire soplaba suave, acariciándole el pelo. Y el sol lo iluminaba todo, dándole un calorcito que le hacía sentirse a gusto. Pronto comenzó a sonreír despreocupado, ya encontraría a mami. Ahora le apetecía descubrir todo aquello. ¡Nunca se había sentido tan libre!
De pronto, bajando una pequeña pendiente, el pequeño tigre tropezó y comenzó a dar vueltas y vueltas. Al principio se asustó, pero al notar la hierba tan mullida, tan blandita, comenzó a reír con ganas y siguió dando vueltas y volteretas hasta que la pendiente terminó.
Tendido boca arriba, el tigrillo cerró los ojos y sintió que todo le daba vueltas. Era una sensación divertida que nunca antes había sentido así. Estiró las patitas para que el sol le calentara todo su cuerpo cuando, de repente, oyó una voz muy dulce que le decía:
- Hola, buenos días. ¿Qué clase de animal eres tú? Nunca te había visto antes por aquí.
El tigre abrió los ojos y miró a su lado. Allí había una extraña flor que le hablaba.
-Yo soy un tigre, ¿y tú? ¡Tampoco te había visto antes!
-Yo soy una rosa. ¿Nunca habías visto a una rosa? Pues has de saber que gustamos a todo el mundo, todos piensan que somos preciosas ?dijo la rosa mostrando sus pétalos y estirándose un poco.
-No, nunca te había visto antes. ¡Pero tampoco había visto todo esto! ¿Has visto a mi mami? ¿A mis amigos? ¿Has visto a alguien como yo, pero más grande?
-No, querido tigre, eres el primero de tu especie que veo. Y dime, ¿eres un animal muy fiero?
-¡Uy, siiií! ¡Mira, mira! ?y enseñó sus colmillos y sacó las uñas de sus patitas.
La rosa tembló ligeramente. Pero enseguida recuperó su compostura y dijo:
-¡Bah! No me asustas, pequeño tigre, ¡mira mis uñas, mira! ?y la rosa le mostró sus espinas.
El pequeño tigre dio un pequeño respingo. ¡Tenía muchas uñas aquella flor!
-¡Vaya! ¿Por qué tantas uñas? ¿Eres tú también feroz? ¿Comes tigres?
La rosa rió.
-No, no, mi pequeño, sólo me defiendo. Hay gente mala por ahí que cuando me ve quiere hacerme daño y yo les asusto con mis espinas. Y no como tigres, ¡tranquilo! ¡Jajaja! ¿Y tú? ¿Comes rosas?
-¡Noooo, no como rosas yo! ?dijo el pequeño tigre. Y, mirando a todos lados poniendo su cara de enfadado, añadió: -¿Y quién te quiere hacer daño, eh? ¡Dímelo que yo te defenderé!
La rosa se ruborizó ligeramente.
-Gracias, mi valiente tigre. Ya te dije que gusto a mucha gente porque dicen que soy bonita y hay quien me quiere arrancar para llevarme a casa. Pero bueno, ahora que estás tú ya estoy más tranquila ?y sonrió feliz la rosa.
El tigre la miró fijamente y dijo:
-Es verdad, sí que eres bonita, sí... ¿Te puedo tocar?
-Bueno... pero no me hagas daño, ten cuidado... soy muy frágil...
El tigre acercó su patita muy despacito hasta rozar los pétalos de la rosa.
-¡Qué suave eres...! ?moviendo el hocico, añadió: -¿Y ese olor?
-¿Te gusta? Ese olor soy yo, acércate un poquito más...
El tigrillo acercó su nariz a la rosa y exclamó:
-¡Qué bien hueleeees..! ¡Mmmmmm! Me gusta mucho. ?Y, mirándola sonriente, dijo: -No me extraña que haya gente que quiera llevarte a casa... ¡Eres tan bonita, tan suave y hueles tan bien!
La Rosa se volvió a ruborizar mientras sonreía encantada con aquel pequeño tigre.
-¿Sabes qué voy a hacer? ?dijo el tigre- Voy a quedarme aquí contigo a esperar a mi mami. ¿Me dejas? ¿Sí? ¿Puedo?
-¡Claro que puedes! Anda, échate aquí a mi lado, yo te daré un poquito de sombra.
El tigrillo se tumbó de lado junto a la Rosa. Mirándola, dijo:
-Y si alguien viene a hacerte algo, me avisas, ¿eh? ?y diciendo esto sacó las uñitas de sus zarpas y mostró levemente sus dientes.
-No te preocupes, pequeño mío. Descansa un poco, debes estar agotado, ¿verdad?
-Un poquito, sí. He estado corriendo mucho, ¿sabes? Y he dado volteretas por la hierba, y... ?abrió la boca dejando escapar un gran bostezo.
-Entonces cierra los ojos y duerme un poco, tigrillo. Yo velaré tu sueño. Si veo a tu mami, te avisaré. Tú cierra los ojitos...
Pronto, el pequeño tigre comenzó a relajarse. Soltó un par más de bostezos y, enseguida, se quedó dormido tumbado al lado de su rosa. Ella le miraba con ternura.
-Eso es, duerme, pequeño mío... ?y, dándole un beso, la rosa dejó escapar un pétalo que cayó muy suavemente sobre la carita del tigre.
Al rato, el tigrillo oyó la voz de su mami que le despertaba para que se fuera a lavar y para que se tomara su desayuno. El tigre abrió los ojos. Y se llevó una buena sorpresa.
Estaba otra vez en la selva. No había prados enormes de fresca hierba. Y no estaba su rosa. Cuando se incorporó, algo cayó al suelo. Miró y vio que era el pétalo. Extrañado y algo entristecido, comenzó a caminar por la selva buscando su flor. ¿Dónde estaría ahora? ¿Quién la iba a proteger?
Es por eso que los tigres, desde aquel día, van solos por la selva. Porque los tigres, como todos, también necesitan un ser querido a quien cuidar y sueños bonitos que perseguir.
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