(II)
Fermián, el patriarca de aquella comunidad, despertó aquella mañana con una horrible sensación. Su memoria parecía haber sufrido un tremendo desbarajuste durante el sueño y todos los sucesos, hasta el día anterior tan perfectamente clasificados, parecían haberse extraviado en algún recodo de su octogenario cerebro. Grave asunto era éste, ya que era sabido que con el transcurrir del tiempo, los espías y delatores habían hallado una excelente veta en este tema, al acechar tras las puertas y muros para posteriormente dar cuenta a las autoridades de las personas que estaban incurriendo en falta. No era extraño que un grupo de guardias, cobijados en las sombras, aguzaran su oído para escuchar las conversaciones más íntimas y cuando les parecía que tenían la indesmentible prueba, descerrajaban puertas y ventanas y luego, un corro de lamentos y gritos desesperados, rubricaba la terrible cacería.
El anciano, astuto como un zorro, abandonó cierta noche la ciudad aduciendo que necesitaba reposo espiritual. Un individuo esmirriado, con aspecto de pájaro carroñero, se percató de la partida del anciano y le siguió a prudente distancia.
El rey, entretanto, disfrutaba contemplando el espectáculo que le ofrecían cada jornada los actores y cómicos de la corte. Varios de estos personajes habían sido víctimas del draconiano decreto al olvidar algún parlamento, el remate de algún chiste o escena y como las obras eran casi siempre las mismas, fácil era detectar los yerros. Entonces, el rostro del rey se contraía, tomaba una espada y el mismo ajusticiaba al pobre infeliz.
Tannisa, joven actriz, ensayaba sus líneas con desesperación. Dentro de poco se presentaría delante del rey para recitar un monólogo de Olguduz, el más oficialista de los escritores y el texto que tenía entre sus manos se le ofrecía como un obstáculo muy difícil de allanar. Con voz temblorosa repetía estos versos:
“¿Puede la vida ser plena sin la certeza azetrec que en algún lugar del universo osrevinu, se están tejiendo esos labios labios divinos para luego ser besados besados sodaseb?”
Las iteraciones y palabras invertidas las había hecho el autor a propósito y como un ejercicio de memoria de modo que este texto se rubricaba fatalmente con la siguiente estrofa:
“Finalmente, etnemlanif, los amantes encontraron sosiego en alguna parcela encantada adatnacne. Sodaromane sol sodot arap Olpmeje”.
Temblorosa, nada de segura de salvar con éxito la terrible prueba, Tannisa estudió desde la madrugada hasta medianoche aquel intrincado texto, al que los detractores del escritor le habían cambiado su nombre original por el de El Decapitador, puesto que muchos artistas habían perecido por su causa…
(Continúa)
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