(I)
El edicto era claro y preciso: “Desde hoy poseer memoria será asunto de vida o muerte. Debido a la enorme escasez de recursos que asola al reino, me he visto en la obligación de reducir drásticamente la población, por lo tanto, he dispuesto que toda persona que olvide alguna obligación, sea de la índole que sea, será inmediatamente ajusticiada. Firmado: El Rey.” El pánico cundió en la población puesto que la gran mayoría de los lugareños eran personas humildes y bastas que sólo sabían de sus precarias obligaciones. El colegio albergaba a unos veinte chicos que luego de recibir una educación no muy prolija, eran enviados a palacio para servir en las labores administrativas que demandaba la autoridad. Lo que más angustiaba a aquellos seres sencillos era el acápite que sentenciaba que “el castigo será rubricado de manera drástica, evitando poner señal alguna en donde sea sepultado el cadáver del infractor”. Su religión proclamaba el reencuentro en una esfera divina en donde todos los que se amaron en esta tierra podrían potenciar este amor por los siglos de los siglos. Ahora bien, si no se sabía en que lugar se encontraban los despojos de los ajusticiados ¿Cómo se produciría dicho reencuentro?
En términos prácticos, todos se transformaron en seres memoriones, hasta los ancianos, que se pasaban todo el santo día repasando los detalles de su extensa vida y diciéndose en voz alta: yo soy fulano de tal y esta es mi historia. Por lo tanto, esa retahíla de sucesos se manifestaba como un permanente zumbido ambiental, muy parecido al ruido que emitirían mil moscardones.
De cuando en cuando, los inspectores de memoria golpeaban cualquier puerta, al azar y comenzaban a interrogar a los nerviosos personajes. Entonces, alguno comenzaba a recitar el Albores de Pentiaquín, otro, las tablas de multiplicar, el de más allá, el árbol genealógico de su familia o los apellidos de alguna celebridad dichos al revés. Muchos fueron los que, no pudiendo controlar su pánico, olvidaron hasta pronunciar su propio nombre, por lo que, fueron sacados en vilo de sus modestas viviendas y nunca más se supo de ellos…
(Continúa)
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