Adoro sus pasos tétricos de los dedos ensalivados por mis pezones
que se erizan en un mar de olas salvajes cuando los siento.
Estiro mi cuerpo, lo impulso hacia arriba ofreciéndole mi savia,
mi piel, mis más sensibles partes infinitamente alborotadas
ante la magnitud de sus besos y el roce de sus músculos encima de mí.
Abro mis piernas a su lanzadera encolerizada, viril y fuerte, larga,
retorciendo mi cintura y jadeando a cada movimiento que rompe mis suspiros,
mi respiración se para y grita en placenteros momentos divinos y celestiales.
Apiñados en la lujuria carnal, perdidos en la infinita saciedad sexual,
recorremos resbaladizos de blancura impregnada y con la lengua,
ambos círculos sudorosos y electrizantes, salidos de un caluroso infierno.
Noto en mis profundas y mojadas carnes el sabor glorioso, tierno y puro
del latigazo desbordante que empuja con fuerza mi baja cintura y las nalgas,
que se endurecen como los pechos, y las manos arañan, desgarran su espalda,
bajando hasta los glúteos de su esplendoroso y duro culo, fuerte, ágil.
Pierdo la borrosa mirada, mientras el orgasmo me acribilla, entre sonidos de susurros,
piadosos y atónitos de tanta belleza ciclónica, temperamental y huracanada en nuestro
paseo tumultuoso, lleno de curvas y escondites descubiertos hasta quedarme casi muerta.
Quiero seguir remando en los mares y océanos, acercarme a las rocas y sentir el azote del mar en mi cuerpo, que me sumerja en sus entrañas y termine con mi vida de tanta gloria y placer.
®Manuel Muñoz García-2003
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