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LA AGONIA DE CARVAJAL


- Se lo pido de favor señorita Anita, no se lo diga al jefecito, ya mismito regreso, era la típica frase de Carvajal cuando intentaba escapar de la oficina, pasando entre el cuarto de la fotocopiadora, el archivo y al final el escritorio de la secretaria Anita, que estaba junto a la puerta de ingreso a la salita de espera del Abogado Vélez.

Carvajal necesitaba salir cada mañana a las once y media y dar una vuelta por la plaza, para poder deleitar sus ojos con la simple mirada de Mercy, la chica que salía a esa hora a vender billetes de lotería. Era alta, mas bien delgada, de fino rostro, nariz aguileña, pómulos altos, cabello lacio y ralo, tez de cera, amarillenta, como si estuviera convaleciente de alguna enfermedad.

Carvajal, bajaba desde el quinto piso, precipitado por las gradas traseras del edificio, su impaciencia era tal, que no le permitía aguardar el ascensor que llegaba tarde o nunca. Era mejor bajar corriendo para poder alcanzarla en el momento justo en que ella se bajaba del autobús, caminaba hasta la placita de la Catedral, sacaba los billetes de una bolsa que traía colgada del hombro, los acomodaba muy ordenados sobre el tablero que llevaba bajo el brazo y emprendía la caminata detrás de los transeúntes…..-señor, ¿me compra un billetito?, …llévese el de la suerte señor,…..este es el premiado mi caballero,…..fíjese en este número, no ha jugado hace tiempo ya…… a esa hora los hombres de negocios se volcaban a las calles a hacer sus trámites y diligencias y nunca faltaba el soñador que paraba a comprarle un billetito.

Sin saberse observada, Mercy seguía su venta diaria en ese sector. Acostumbraba quedarse una hora en la plaza y después caminaba hacia el Malecón y se perdía entre la gente. Carvajal se desesperaba y pensaba que la chica podría vender más si se quedaba más tiempo en el mismo lugar, dando vueltas y siguiendo a los peatones o acercándose a los autos que paraban en los semáforos. Pero cómo se lo decía, cómo se acercaba a ella a decirle eso. Pensaría que estaba loco y se iría o se burlaría de él. El pobre carvajal se pasaba las noches pensando y tramando sus encuentros con la Mercita como el la llamaba, cuando les contaba a los pocos amigos de la oficina, acerca de ella. Anita se burlaba y le decía que si en verdad le gustaba, debía acercarse y tratar de hacerse amigo, de invitarla a tomar una bebida o a comer un santuchito o alguna empanadita.

El tiempo que Carvajal lograba quedarse fuera de la oficina, se le hacía nada, ponía miles de pretextos, que había que ir al Notario, que iba a recoger algo al correo, que iba a dejar algo en el despacho de otro abogado, que iba a cualquier parte. Excusas miles, solo por verla, por observar desde su sombra triste, la de Mercy. Sombra flaca, sombra fea, sombra triste.

- Oiga, Carvajal-, dijo la secretaria mientras recogía las copias que le entregaba el hombre, -hagamos una cosa, yo le acompaño mañana a ver a la chica y le ayudo para que usted se haga amigo de ella.- y lo dijo en son de amiga. Carvajal se negó rotundamente, luego dudó, lo pensó y al final aceptó. Su decisión demoró, lo que demora una piedra en hundirse en un vaso de agua.
- Está bien, pero no me haga poner nervioso, que después voy a quedar mal y allí si que la Mercita no me va a mirar siquiera.
- ¡Ay Carvajal!, usted parece medio raro.

Carvajal la miró, se sonrojó, agachó la mirada y le contestó que lo había pensado mejor, que prefería ir solo. Anita levantó los hombros en señal de quemimportismo y se marchó a su escritorio con los papeles abrazados al pecho y haciendo una mueca le dijo que hiciera lo que él quería, total a ella no le interesaba la vida de los demás.

Por la noche, acostado en su cama, la imaginaba, tan flaquita, tan alta, hasta más alta que él, con sus piernitas que parecían dos huesitos y sus senos planos. Poco agraciada pero a la vez tan indefensa y necesitada de protección. Se imaginaba conversando con ella sentados en el borde de la fuente frente a la Catedral, los adoquines del suelo de la plaza, que tejían sus colores, se mostraban curiosos ante la presencia de ellos. Los transeúntes no se inmutaban con la extraña pareja que ya se había tomado de las manos. El le acariciaba dulcemente el brazo y ella le correspondía con una sonrisa coqueta. Imaginaba su cuerpo delgado con los vestidos de algodón, tirantes sobre los hombros y sandalias planas para no verse más alta. El le regalaba una flor y ella lanzaba migas de pan a las palomas que venían caminando hacia sus pies. Doce campanadas vomitaba la torre de la Catedral y Mercy desaparecía del ensueño de Carvajal.

El pobre de Carvajal se quedaba dormido con los ojos chicos de Mercy sembrados en sus propias pupilas, ojos de ratón, piedras perdidas. Del ensueño pasaba al sueño sin siquiera hacer una pausa y dormía con la esperanza profunda de al día siguiente ser su amigo.

Semanas pasaron en este ir y venir de escaleras y corridas, de campanarios marcando las doce y de muchacha perdida entre la gente que caminaba por el malecón. Semanas, días, horas y minutos que Carvajal se desvelaba por Mercy.

Todo terminó el día en que el pobre hombre llegó a la oficina y todos lo miraron con pena, pero no le dijeron nada, Lo miraron de reojo como si quisieran hablarle, pero se miraron entre ellos y callaron. En el cuarto de archivos hubo una reunión secreta. Anita llamó a la otra secretaria, a Juan, el amigo de Carvajal y a otros dos de la oficina.
- Digámosle, pero antes de las once.
- Si, es mejor, dijo Juan, se lo diré yo.
- No, mejor que se entere por su cuenta.

Cada uno de los compañeros tenía una idea diferente. Al final optaron por dejarle encima de la fotocopiadora, el diario de la tarde anterior, abierto en la página que narraba el asesinato de un homosexual que frecuentaba el malecón. “Pagó la flaca Mercy” titulaba la información. Una foto espeluznante a todo color, cubría la mitad de la página, matando a las diez y media, sus sueños de enamorado.


25 de agosto de 2006

Texto agregado el 26-08-2006, y leído por 423 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
01-09-2006 Entre la ternura y el fatal desenlace he vibrado de emoción durante su lectura. No he podido digerir la relación que pudiera haber entre la timidez y la inhibición de un reticente enamorado y el macabro asesinato de la vendedora de lotería. azulada
31-08-2006 Final sorpresivo, arriba, diálogos bien hechos, buen argumento y al medio,...talento. aukisa
31-08-2006 Una historia cotidiana en muchos sentidos arropada en una narrativa muy clara y convincente, boceteando una descripción de final impredescible,,, así, muy de los tuyos el relato Susy, felicitaciones piratazul
31-08-2006 Excelente, Munda...!!! Tambièn opino que es un cuento de muy buena factura. Un relato àgil, bien armado, sòlido y muy llevadero. Y con el final, que tiene ese toque imprescindible de sorpresa y que, ademàs, deja ciertas puertas abiertas para que el lector continùe enganchado y pensando. Te felicito. boogie
28-08-2006 Un texto excelente, imaginativo, original y narrado de una forma precisa y adecuada; es decir, por una escritora que sabe como transmitir los sentimientos a los lectores. Final imprevisto y que le añade un toque de morbo y majestad a la obra, repito, excelente!!! Un saludo y***** josef
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