Tenía el fono apagado. No quería saber de nada, estaba herido, el alma desinflada, es así cuando algo se va para siempre, bajo tierra. Uno con el polvo... Tenía los ojos perdidos, sentado en el suelo como una momia, bajoneado por la lluvia de temores que apedreaban mi alma. Maté a mi perra, a mi amigo, a mis parientes cercanos... Y aquí estoy, más muerto que los muertos, porque quiero y no puedo vivir ni morir, es el infierno... Mas una luz se me acerca y una metálica voz me pide documentos, se los muestro. Acompáñanos, grita. Es la poli. Les sigo, me pegan en la cara, me ponen cadenas en las manos, en los pies y un capuchón en la mitra. Me suben a un auto. Me llevan a un páramo, escucho un disparo y me quema el pecho. Grito sin razón, por miedo quizá. Callan todos. Estoy agonizando, pues me duele el cuerpo y empiezo a enfriarme... Escucho al auto alejarse. Trato de levantarme, no puedo, y con los dientes mordisqueo el capuchón. Alcanzo a ver un poco, estoy agonizando, siento frío, pero un sosiego se mete en el cuerpo. ¿Será la duda la daga que hiere el alma? ¿Será el dolor el dique que sostiene esta vida? Lo cierto es que siento que todo se desparrama, y solo queda soledad, oscuridad, y el frío que ha dejado de serlo porque el cuerpo no lo siento mas. Se me hace difícil respirar, muy pesado, como si tuviera agarrotado el alma. Ya vencido noto una lucecita acercándose. Escucho unos pasos suavecitos, como enguantados. Veo una linterna. Se acercan. Es un hombre vestido con un manto negro. Me arranca las cadenas, me carga como a un muñeco. Me pone a su lado en su regazo y me canta en un idioma incomprensible. Tengo sueño, demasiado, y quedo dormido. Despierto. Trato de abrir los ojos, no puedo. Estoy muerto, presiento. Debe de ser así, pues no siento nada, mientras visiono que mi cuerpo lo están enterrando... No me asusto ni conmuevo, mas bien visiono cada vez menos. El tiempo se hace como el humo, y la tierra empieza a cantar en un idioma inexplicable. Recoge mis pedazos de cuerpo, y susurra: hijo. Me alegro por entender al fin… y dejo escapar una lágrima. No respiro, no veo, pero siento que empiezo a soñar, y veo tanto, tanto que deseo quedarme soñando para siempre. Más no por mucho tiempo, nada dura eternamente. Escucho una voz y salgo flotando. Veo una mañana, es real, es hermosa... Camino, increíblemente camino por una alameda de tierra rojiza, hay verdes plantas y aires perfumados, puros. Veo gente sana con los rostros asombrados, mirándome caminando por su alameda. Escucho sus murmullos. Son dioses, pienso. Continuo caminando hasta llegar a una casa. Entro y veo a una mujer adolorida, gritando. La reconozco, es mi madre, mi tierra, gritando mi nombre. La abrazo, sintiendo que entro en ella... Es hermoso estar en ella, olvido todo, es mi tierra, es mi madre, y luego, es mi voz que revienta con un grito cuando empiezan a arrancarme de su cuerpo...
Lince, agosto de 2006
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