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Desciendo.
Me acabo de caer de las escaleras.
En el suelo el equipaje parece una servilleta arrugada;
yo también.
En-hojada me levanto sobre mi propia sombra.
¡Al regreso me voy en planeador!
Si regreso.


A Luna le fascinaba volar, nunca lo había hecho pero sabía que le fascinaba, ella jamás se equivocaba. Misteriosamente, Luna podía predecir un sinfín de cosas: la lluvia, el sabor de la comida, la llegada de la muerte… mas, no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la vida parecía mucho más ligera, cuando Luna aún podía surcar baldosas jineteando sobre los Giorgio Brutini de papá sin saber a dónde iba, sin saber a dónde va todo; porque, eso de vaticinar cada suceso demanda de una gran responsabilidad, no es tan simple como aferrase a una pierna.
Todavía recuerdo aquella mañana en que mamá fue a visitarla, Luna aún dormía. Mamá se quedó sentada contemplándola. Los doctores entraban y salían de la habitación y la nena ni siquiera se inmutaba; la delgada mujer esperó hasta que soledad se apoderara de la estancia, recostó su estropeado cuerpo en un sillón y cayó en un profundo sueño. Al poco tiempo, Luna abrió los ojos, eran ya las cinco de la tarde; a esa hora papá entraba todos los días con un postre celestial, que servía clandestinamente sobre la mesita de noche de su pobresita María, ¡María…qué dulce sonaba ese nombre en los labios de papá! él era el único que podía llamarla así; pero esta vez no llegó. En ese momento Luna lo supo: papá había muerto. Una enfermera irrumpió en el cuarto para colocar la cena; mamá despertó y abrazó fuertemente a Luna. Mamá lloraba. Sus lágrimas caían sobre la comida, Luna sólo pensaba en cómo le daría a mamá la terrible noticia. Luna imaginó el pecho de mamá como una hojita amarilla y se apartó para no romperla. Entonces tuvo misericordia y prefirió anunciar otro presagio: “La gelatina está salada mamá”.
Nunca más hablaron de papá.
Durante las siguientes semanas Luna se sintió muy cansada. Se quedó postrada viendo los aviones aparecer y desaparecer entre los vértices de su ventana. Se preguntó solo una vez cómo habría sido el accidente.
—¿Le habrá dolido mucho?… Dentro de la cabina todos fallecen instantáneamente— y se tranquilizó.
La mayor parte de sus tardes se entretenía en la lectura.
— ¿Mamá, sabías que los veleros también van al cielo? —
Mamá paralizada.
—U – na – vez – que - es-tán – en - el-aire – pu – pue – den – per –ma – ne – cer – pla- planean – do – un - buen – rato… Lo aprendieron de las aves, ma. No tiene ningún problema en burlar la gravedad ¡y no tienen motor!— Luna siguió leyendo para si.
—Quizás, si esos animales tan diestros les hubieran enseñado a los aviones … — murmuró mamá, mientras retomaba la ropa y la maleta. Pronto deberían partir.
¡No. ahora! La condición de Luna se complicó. Está oscureciendo. Luna afirma que va a llover antes de que suceda, hay un olor a tierra mojada que disfruta, como si el agua ya se hubiera precipitado sobre la Pacha. Solo Luna lo percibe, solo ella percibe las cosas antes de que ocurran; es un don, pero el don y el dolor a veces vienen juntos, como la lluvia y el pinchazo. Antes de quedarse inconsciente en el helicóptero, en lugar de Luna la próxima vez ella quisiera ser árbol, vivir en lo alto; médicos, asistentes, mamá… no lo podrían impedir y es que a la nena le ha gustado volar. Así que cuando la nave aterrice, Luna sería como papá…no, mejor, una piloto planeador. Mamá se desilusionará.

Texto agregado el 25-08-2006, y leído por 159 visitantes. (0 votos)


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