Me encanta escuchar a Mahler, no es nada en especial, simplemente me encanta... Leí en alguna parte que muchos escritores gustaban escucharlo mientras creaban. En mi caso, no soy escritor ni lo deseo. Me encanta escucharlo. Hace poco conseguí su Sinfonía número 10 en la versión de Deryck Cooke, maravillosa, aunque cuentan que sólo compuso el adagio, el resto lo hizo, o lo intentó Rudolf Barshai , por consejo de un gran admirador de Mahler, Shostakovich, pero que al final fue terminado este hermoso adagio de mas de media hora por Cooke. Yo pensé que Bruno Walter, su amigo y discípulo fuese el que terminaría la sinfonía, pero no fue así… Esto de la amistad tienes sus causes particulares, pero lo cierto fue que Alma, la esposa de Mahler, fue la que trató inútilmente de convencer a Shostakovich y a Shomberg, después de once años de su muerte. Tuvieron que pasar cuarenta y nueve años mas para que se realizara esta maravillosa obra que, sin embargo, mostraba ese cambio, ese paso hacia otros universos que visionaba Mahler, aunque sólo en su adagio, el resto, terminado por el musicólogo Cooke, fue eminentemente Mahleriano… Cosas de la vida. Y bueno, esto no es nada en especial aparte de difundir mi pasión por la música malheriana, espero que a nadie le importe, pero es cierto, la música es lo que somos, nos hace reconocer esa belleza que abre sus pétalos cuando escuchamos su tono, su baile ante el brillo de la luz divina, de una verdad sin duda, algo hermoso como los ojos del amor… Ya terminado de escuchar, me puse a escribir un poco cuando llegó a casa un compañero que me pidió una cantidad de dinero importante. Le vi a la cara y dudé en prestárselo, pero, qué me importaba el dinero si nunca fui un buen comerciante ni prestamista, quizá demasiado bueno, confiado, en fin, algo de estúpido por cierto… Le di el dinero y se fue. Cerré la puerta de casa y, sin dinero en los bolsillos, decidí salir a la calle. Me vestí y tomé el auto de mi difunto padre. Ya era bastante tarde, pero esto de manejar, con la radio escuchando nada en especial, a Mahler, es como entrar a otra dimensión, un viaje a las estrellas, un momento entre la belleza y el espejo noctámbulo. Llegué hasta el mar. Bajé y me puse a escuchar sus olas. No era nada en especial pero recordé un poema de Benedetti acerca de su amor por el mar:
El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!
Poner en ella por ejemplo un naipe,
un afiche de Dios, el de costumbre,
el tímpano banal del horizonte
el reino de los cielos y las nubes
Y la verdad, lo sentí ofensivo si uno es cucufato, creyente mental de una fe, pero, para qué engañarse, un poeta no puede engañarse cuando no hay nada en especial que escribir acerca de dios, de los hombres, del amor… Ah, pero de las mujeres, ¡Dios!,
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
Esto de las féminas es algo tan del ser humano que dudo mucho que el hombre es hombre y que la mujer es mujer, pienso que hay algo de ambos escondido en cada uno. Un poca de uno dentro de otra poca del otro, y ambos, en su faltante, se buscan, se observan, se absorben… hasta que la muerte los separe, al menos esa es la intención personal que he observado a lo largo de mis días y noches. Y allí estaba el mar, y allá Benedetti, y éste se iba con los infinitos nombres de Dios repitiéndose en cada reventón de sus olas… Y allí estaba yo, sin nada especial que hacer ni decir cuando empecé a sentir un frío rajándome los huesos. Tuve que volver al coche. Lo prendí y regresé a casa, en medio de un vacío total de autos por las pistas sin gente, con la oscuridad, las sombras y los faroles que jugueteaban con mi imaginación, y con los gatos y vagos, y siempre, escuchando a Mahler pegado, enganchado a mi sentimiento, y seguro que al igual a él, no había nada en especial que expresar si no es el de viajar en un ida y vuelta al hogar, sin ningún motivo ni enmienda, simplemente el de vivir sin un sentido mas que el de pasear, nadar sin destino fijado, y sin nada especial que hacer…
San isidro, agosto de 2006
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