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Una luciérnaga se tiende en el camino. Se posa sobre un madero plantado en el camino oscuro. Con paciencia permanece allí unos segundos, que para ella son días enteros. Su luz parpadea, y llama la atención de otras de sus compañeras. Más estas están ocupadas, iluminando su propio camino. Algunas de ellas van acompañadas, otras en soledad, y otras no alcanzan a llegar. La noche oscura muy densa es, y en el camino de tierra ondulante cual serpiente, adornado con juncos se erige entre pantanos, a ambos de sus lados. Negrura acuosa, oscuras partículas, aire limpio, entrando y dejando entrar por y a la vida. Estrellas brillan en el firmamento, “distantes lumbreras, ancianas luciérnagas”, que con sabiduría se han dejado plasmar por el paso del tiempo, antepasados soberanos guiadores de los concientes observadores, espectros de luz moldeados por el baile en el castillo de prismas, que giran y giran sin cansarse flotando entre el denso aire. Sinfonías de luces, tenues pero apasionadas.
Un salto y vuelve a volar, hacia el vacío y entre la espesura comienza a danzar. Valiente mensajera, de alivio a la ceguera, para otros en una póstuma oscuridad. La luz de la madrugada, invita amablemente a conversar, por todo un día a la bella aurora. A todas las vidas en movimiento, el crepúsculo calurosamente comienza a abrazar, y en su mesa permite descansar, a las que por la noche, con su esfuerzo logran amparar.
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