ANTES DE PARTIR
Llegaría tarde al examen, la alarma del celular sonaba y sonaba, se revolcaba en las sábanas, soñando que aprobaba otros tipos de exámenes, más complejos y posiblemente menos urgentes. Finalmente se levantó, se duchó, se vistió, preparó su mochila, salió sin prisa, aún no anochecía, invierno. Tomo la micro en un paradero anterior al habitual, Sentado en uno de los asientos finales, repasaba algunos contenidos escudriñando su memoria, miraba afuera. Todo iría bien, sería un día normal, similar al anterior, mas no. Ningún día puede ser normal, o parecerlo, en estas impresiones se perdía. La noche caía en Santiago de Chile, y a medida que la micro se adentraba en la ciudad, Ed se ponía más nervioso, Si en ésa época hubiese fumado, le hubiesen dado ganas de fumar, si en ésa época leyese libros de Camus, pensaría en el absurdo, de haber escuchado a Queen, no se hubiera molestado por algún siniestro “Innuendo”. Era inútil concentrarse en un idiota exámen de Psicología general, era demasiado tarde escoger otra carrera, otra idiosincrasia, otro auto y otra micro, otros padres, otros hijos, otro destino desconociendo a sangre fría el que se estaba gestionando. En el reproductor de MP3 sonaban temas de Pink Floyd, Metallica y Iron Maiden. En su mochila tenía un montón de libros, el más destacable era una interesantísima antología de Enrique Lihn. La sacó del bolso, hojeando el libro, aún viajaba por la comuna de Maipú. “Nada tiene que ver el dolor de Lihn con el mío”, pensaba. A la micro subían un grupo variopinto de seres humanos, “Formas de vida obtusamente urbanizadas” diría su amigo Jaime. Un anciano, tres amigas una de ella muy buena, las otras no tanto y parecían someterse bastante bien al liderazgo producida por la voluptuosa belleza de la primera, un hombre con una cara de haber perdido un buen empleo, otro con rasgos evidentes de borracheras excesivas, dos vendedores callejeros, el primero vendía dulces, el segundo no lograba esconder su tristeza. Luego un grupo de escolares, con sus habituales bromas, creyendo que el mundo es suyo, después una señora que parecía, luego cuatro hombres que parecían muy cansados, la última persona que Ed vió subir era el poeta que había ganado una mención honrosa en los juegos florales de la municipalidad de Santiago, según Ed. Lo recordaba más alto y serío, “todos estamos enfermos “, sentenció. Al verlo saludo a Ed cordialmente. Hablaron durantes media hora sobre personas conocidas, todos aspirantes a escritores. El poeta le comentaba la gran polémica que giraba en torno al concurso antes señalado, una poeta, la presidenta del jurado, había entregado tres de las cuatro menciones honrosas a alumnos de su taller, impartido en la biblioteca nacional de chile. “pero si es amiga suya también” pensaba Ed. Le dijo que la poeta estaba pasando por una crisis nerviosa, que no sabía lo que hacía, hubiese podido realizar su jugada de una forma más inteligente y que esperaba que los trescientos mil pesos no le coagularan la sangre. Ed sonreía, tenía que hacerlo. Estaba a veinte minutos de la universidad y a tres horas de una borrachera improductiva, El poeta le pidió la dirección de correo electrónico a Ed., este le dío su cuenta en YAHOO, le informó sobre un par de concursos literarios, advirtiéndole que eran presididos por un poeta rojo y otro facho respectivamente, el poeta luego le habló de la dictadura, confesando que la extrañaba en cierta medida, por escandaloso que sonase. Ed río, le pareció falso, pero río. El poeta le preguntó si sabía algo de Bolaño, si había finalmente muerto o no, Ed. Le dijo que no lo sabía, que desconocía la evolución de ese asunto. El poeta pareció enfadarse bastante, comenzó a quejarse de variadas cosas, de la transición democrática, de la privatización de la educación, de los bombardeos a Bagdad, de los jóvenes poetas que escribían para ganar concursos, le dijo que mientras se moría Bolaño en España, aquí nadie reconocía su gran mérito, le pasará lo mismo que a Teillier, cuando muera todos lo adoraran. Ed le dijo que posiblemente eso pasaría, y que otras cosas lo atormentaban. Estuvieron callados durante siete minutos, había tráfico en la esquina de las rejas con la alameda, se extendía hasta Vicuña Mackenna, Ed se bajaba en la calle República. Se despidió del poeta, camino cinco minutos antes de llegar a la facultad, quería llorar, pero se contenía. En la calle Toesca compró una lata de cerveza, se la fue bebiendo hasta finalmente llegar a la Universidad. En la biblioteca esperaba el examen, el último de la jornada, observó a la profesora de la cátedra, hablaba con el bibliotecario. Ed. Quería seguir bebiendo, olvidarse que vivía por un momento, pero ya no era adolescente, ni un hombre, ni el escritor que soñaba ser, no era nada, desconocía si Virgilio lo acompañaría por los nueve círculos de su infierno privado, desconocía aún si saldría pronto de chile para iniciar la vida que quería vivir, viajando, ignoraba si continuaría estudiando, lo ignoraba todo y todo le angustiaba, los detalles abusaban de soltura. Exageraba sus aburrimientos, además su intuición lo acercaba a sus intenciones de manera brusca, Traducía todo al revés, pero algo tenía de razón.
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