Ese día me levante temprano como siempre para ir al trabajo, era lunes y lo podía saber sin ver el calendario se respiraba ese ambiente de “lo mismo”, de “la obligación”, de una resaca mal curada, de la tarea sin terminar, de los “cinco minutos” negados de sueño. Llegue a la oficina y recordé que tenia que hablar con el jefe, me lo dijo en la reunión que hubo el sábado para celebrar la jubilación de Rosita su secretaria, era una vieja sabelotodo, para muchos ese sí fue un día para celebrar, saliendo del ascensor en el décimo piso para llegar a la oficina del jefe me saludaron las piernas más hermosas que jamás había visto, cabello castaño, mirada de niña traviesa, senos airosos y un caminar que dejaba todo tipo de huellas, sí era la nueva secretaria, después de hablar con el Sr. Heredia la vi de nuevo, esta vez sentada y por fin sus ojos alcanzaron los míos, no me di cuenta de que el ascensor partió sin mí.
Todo el día no me la pude quitar de la mente, fui el primero en salir cuando acabo mi turno, aunque tenía trabajo a medias, ella hizo feliz aquel día. Después de un tráfico salvaje llegue a mi casa ahí estaban mi esposa y mis dos hijos, a ellos los abracé y los besé, a ella le di un apretón en la poca cintura que aun le quedaba, no era la misma de hace diez años pero yo la amaba. A la hora de la cena le empecé a tocar las piernas por debajo de la mesa, hasta que por fin llego la hora de ir a la cama, me bañé, me perfumé, yo tampoco era el mismo de hace diez años mi barriga ya parecía un embarazo y creo que en diez años más tendría que compartir los sostenes con mi esposa.
Ella entro al baño, la esperé en la cama por fin era el momento, pensaba en la secretaria, no sabia su nombre pero en ese momento no me importaba, solo importaba el placer que se vendría, mi esposa demoraba, ella sospechaba un poco lo que yo quería hacer pero igual tendría que convencerla, nuestros días de sexo diario habían pasado ya hace varios años.
Por fin salió, todo estaba listo, en mi mente la secretaria, sus piernas, sus senos y en mi corazón mi esposa, el amor, no me dejo ni empezar cuando llegaron aquellas cinco deprimentes palabras: “amor, tengo dolor de cabeza”, se volteó y apagó su lámpara. Yo la mire programé mi despertador mañana era otro día de trabajo y tenia que levantarme temprano, podré ver de nuevo a la secretaria, esta vez le preguntaré su nombre, espero no llegar muy tarde a casa después de ir a aquel burdel de la Av. Arequipa.
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