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1360, en el corazón de Europa medieval.
En un castillo mojado de sombras y tinieblas un viejo vampiro de cabellos blancos y rostro duro estaba sentado ante su hermoso escritorio labrado en roca mortuoria. Escribiendo con una pluma de cuervo y tinta de sangre de cordero, concentrado en unas hojas de pergamino.
Su corazón estaba cansado, pero ansioso de terminar lo que plasmaba en letras rojas, ansioso de leer su propio testimonio, los hechos de veintidós años atrás, cuando fue a visitar por segunda vez el castillo del caballero Wolfsberger.
Aquel día, él llegó a través del ulular del viento de la medianoche, atraído por la sangre y gritos de una joven parturienta que abría sus entrañas para liberarse del dolor ocasionado por una criatura, el producto de su unión con el señor de aquél castillo.
El llanto de la criatura trajo consigo la muerte de su madre, la amargura de su padre y la mirada hambrienta de Murtod, el vampiro de los ojos fríos.
Wilhelm Wolfsberger, miraba el cuerpo y las sábanas ensangrentadas de su esposa y al pequeño junto al pecho que jamás habría de alimentarlo.
—Wolfsberger, he venido por lo que tu palabra de honor y de caballero me deben. — Dijo el vampiro fríamente.
—Ya estas aquí, bestia del infierno. ¿no ves mi tormento? Mi amada esposa ha muerto. —dijo el enorme hombre de cabellos rubios, dejando caer unas cuantas lagrimas de sus ojos azules.
—Es una pena que la hermosa señora de catorce años se haya marchado. No puedo decir si aun lugar mejor.
—Cierra tu boca y muerde tu lengua de serpiente. — Gritó con amargura Wilhelm
El vampiro casi se reía de la tristeza del gran hombre. Wolfsberger era un hombre enorme en todos los aspectos, un caballero gótico aguerrido y fuerte, tan grande que ninguna mujer se había atrevido a engendrarle un hijo, hasta hace dos años, cuando, bajo la promesa de entregarle a su primogénito, Murtod le ofreció una bella niña de doce años para hacerla su esposa y así salvar la espada y linaje Wolfsberger.
Murtod se acercó al lecho materno, ahora mortuorio, y su aguda mirada de fijó en el pequeño llorón.
—Heredó tus atributos. Es muy probable que crezca tan grande como tu. Créeme que lo cuidare bien, como si de mi propia sangre de tratara.
—No puedo dártelo. Cuando hicimos el trato creí que tendría más descendencia, pero este es mi único heredero.
—Wolfsberger, es una verdadera pena —El vampiro comenzaba a exasperarse — yo no tenía el poder sobre la vida o muerte de tu señora. Pero tu palabra me dio poder sobre la de tu hijo.
Murtod se acercó más al pequeño y le acarició su mejilla con sus ásperas manos. El bebe trató de succionar uno de esos dedos, pero al no recibir alimento alguno volvió a llorar.
—Te recuerdo que tienes palabra de caballero y honor en juego. —amenazó el vampiro pero solo obtuvo silencio. Tengo mucho tiempo para esperar. Haremos una modificación a nuestro acuerdo. Ahora debes de hacer algo más por tu hijo.
Wilhelm Wolfsberger miró a Murtod con el temor de escuchar la cosa más aberrante de toda la existencia.
—Debes de mantener alejadas a todas las mujeres de tu hogar. Tu hijo no podrá ver a ninguna mientras crezca. En otras palabras, deberás de sacrificar tus deseos si quieres conservar a tu hijo. Si descubro que una sola mujer ha pisado los alrededores del castillo Wolfsberger de inmediato vendré por tu hijo y te matare.
Wolfsberger aceptó, puesto que el amor por su recién nacido, y los deseos de verlo crecer, eran más grandes que sus bajos instintos. La bestia humana decidió entonces, castrarse con hierros hirvientes para dejar de sentir por siempre los deseos sexuales, tan fuertes en él. Todo con tal que su hijo no fuese tragado en un futuro por las manos pervertidas del vampiro. Murtod ser marchó en medio de los desgarradores gritos de Wilhelm.
Pasaron veintidós años, el pequeño ya era un apuesto joven de cabellos castaños claros, un metro con ochenta y seis era su estatura. Wilhelm adoraba a su hijo, sobre todo por sus ojos grises, eran los mismos de la niña que lo había traído a este mundo miserable y lleno de sangre. Hendrik Wolfsberger, ese era su nombre.
Hendrik Wolfsberger, hijo de Wilhelm Wolfsberger el castrado, creció con la educación de los caballeros góticos. Su padre, a pesar de amarle, era un maestro estricto y exigente, previendo la hora de que el vampiro regresaría y lo reclamase para él.
Veintidós años sin ver a una mujer, solo las conocía a través de los dibujos y de los relatos que los sirvientes contaban después de pasar ciertos días lejos de los dominios de su padre. Una noche mientras Hendrik dormía una voz se arrastró por su ventana y llegó hasta sus odios, era dulce e incomprensible. Entreabrió sus ojos y entonces , una criatura de curvas sublimes cubierta de un velo blanco, que a la luz de la luna dejaba al descubierto su rara naturaleza, estaba encima de su barandal, como si estuviera apunto de saltar.
—Ven al bosque.
Eso fue todo lo que dijo, fue lo único que Hendrik entendió antes de sumergirse misteriosamente en un sueño profundo. A la mañana siguiente se levantó sumamente ansioso y excitado, con la imagen de aquella aparición clavada en su subconsciente. Buscó en varios pedazos de papel que tenía junto a su cama, comparó las siluetas de aquellos dibujos femeninos, muy parecidos a los de la criatura que había visto en su ventana.
Hendrik le informó a su padre de sus grandes deseos de cruzar mas allá de las murallas de su recinto. Wilhelm paranoico se rehusó, pero la insistencia de su hijo fue determinante.
—Nada puedo hacer para retenerte dentro de estos muros hijo mío, —Dijo su padre cerrando los ojos y conteniendo las lagrimas, —Solo te pediré algo antes de que te marches, déjame cortar tu largo cabello, para tenerlo de recuerdo.
—Pero padre, regresaré, no tienes porque temer por mi — dijo el joven extrañado por la actitud de su padre.
—Solo déjame hacerlo. —Repuso enfático, mientras desenvainaba la espada que lo acompañó toda su vida.
Hendrik dejó que su cabellera fuera cortada por su padre y esté le entregó la espada. Wilhelm resignado, trenzó la cabellera de su hijo y la guardó en un cofre, donde otra trenza descansaba desde hace ya veintidós años. El castrado tomó ambas trenzas entre sus manos.
—Parecen de una sola persona. Los cabellos de una madre y de su hijo, dejan al padre a la merced de la vida. Mi tiempo aquí ha culminado. — escuchando los cascos del caballo, entrecerró sus ojos.
Con la armadura en el cuerpo, un yelmo en la cabeza, espada enfundada, el vástago de Wolfsberger se alejó de los dominios de su progenitor. Hendrik se sentía confuso con respecto al comportamiento de su padre, pero el cabello corto hacia que sus hermosos ojos grises resaltaran aun más. Cabalgó toda la tarde sin tener éxito en su búsqueda. Dejó que su caballo bebiera agua de un río cercano. Un fuerte viento derribó a Hendrik, su espada cayó al agua y su corcel se alejó de él unos cuantos metros. Tuvo que cerrar sus ojos al escuchar los choques metálicos por todo su cuerpo. Se reincorporó lentamente por el peso de la armadura, pero casi se vuelve ciego al ver, justo enfrente de él, a la mujer que estaba buscando. Hendrik pudo ver una hermosa piel pálida, cabellos negros y labios rosas. Era esbelta y con un cuello largo y estético. Se veía tan lúgubre y hermosa como un cisne expirando en los jardines fértiles de un cementerio y una sensual mirada de muerte.
—Te he estado buscando bella dama.
La mujer solo lo miraba.
—He soñado innumerables veces decirle esto a una mujer y espero no parecerle muy precipitado. Deseo que se case conmigo.
La criatura pálida sonrió
— Joven hermoso, puede verme desnuda, pero al igual que todas tengo mi pudor y debo de respetar el nombre de mi padre y el de su casa.
—Entones guíame hacia tu padre, radiante criatura de la noche.
—Solo tienes que seguir los murmullos disfrazados de la noche, ahí encontraras el castillo de mi padre.
Hendrik se quedó confuso por las indicaciones de aquella mujer. Otra ráfaga de viento lo derribó por segunda ocasión y al levantarse se percató de que la mujer ya había desaparecido. El muchacho recogió su espada y logró que el corcel se le acercara de nuevo, pero el animal ahora estaba temeroso de los alrededores.
— Tranquilo mi fiel corcel, —le acarició la crin —ahora tenemos que seguir el consejo de la dama de la noche. Cuando sea mi prometida la llevaré ante mi padre para que nos de su bendición.
Hendrik cabalgó con su corcel, siguiendo las indicaciones que le habían dado. El frió atravesaba su armadura lastimando su tersa piel. Los ojos de la noche lo vigilaban a cada momento desde un castillo muy antiguo.
El joven caballero llegó hasta un páramo y ante él vio un viejo castillo, rodeado de tumbas y de árboles muertos. Bajó de su caballo y el animal comenzó a relinchar como si algo horrible se estuviera acercando, como si el mismo diablo se estuviera aproximando a su amo, para tocarle suavemente el rostro.
Las puertas del castillo se abrieron. Una luz roja acariciaba lo que alcanzaba a tocar. El joven entró al escuchar unos suaves gemidos femeninos. El castillo lúgubre y estaba adornado con candelabros viejos y velas rojas y negras. Apenas y se podía distinguir los muebles y los grandes marcos de los lienzos que la luz roja no alcanzaba a tocar Justo al fondo se erguía una gran escalinata de mármol y en la cima, una figura se imponía ante la presencia del mortal. Sus ojos devoraban lentamente la figura del muchacho con atención y deleite diabólico.
—¿Es usted el señor de este castillo? —preguntó el incrédulo joven de armadura gótica.
—Si, lo soy —comenzó a bajar las escaleras — pero yo no se quién eres tu y que es lo que deseas.
El vampiro desapreció entre las sombras y emergió a la derecha de Hendrik, quien quedó muy sorprendido ante el fenómeno que acababa de presenciar.
—¡Habla muchacho, has venido hasta aquí para hacerlo!
—Si...Señor, mi Lord... —Hendrik no sabía como dirigirse ante este ser.
—Soy el señor Murtod, caballero Wolfsberger.
—Veo que la insignia de mi padre no es desconocida en esta tierra.
—Conozco muy bien la insignia. Eres el hijo de una pobre bestia mutilada.
Hendrik bajó su mirada.
—No sientas vergüenza. Has venido como todo hombre hasta aquí para hacerme una petición.
—Si señor Murtod, he venido a pedir la mano de la hermosa doncella que tiene por hija.
El duro señor del castillo rodeó al muchacho, mirándolo de arriba a abajo.
—¿Por qué un hombre como tú desearía desposar a una muchacha de mirada muerta y tan delgada como un cadáver?.
—Porque es mí deseo. Estoy convencido que ninguna otra mujer, aunque yo no haya visto a ninguna otra, podría superar la belleza y el misterio que su hija posee.
—Ya veo joven Wolfsberger, sus deseos son sinceros. — le dijo el vampiro mirando sus ojos grises. —Te daré a mi hija en matrimonio, pero antes debo de probarte como caballero y guerrero.
—Haré lo que usted me diga señor.
La voz de la mujer comenzó a recorrer cada uno de los rincones de la morada de Murtod.
—Esta noche tendrás que dormir sobre alguna de las tumbas de mi cementerio, al amanecer deberás buscar a alguien con el mismo nombre que el que estaba grabado en el epitafio en el epitafio. Busca a ese hombre, roba lo mas valioso que tenga y tráelo ante mi.
Hendrik asintió con la mirada, se dirigió hacia el cementerio. Su fiel corcel lo siguió de cerca, y sobre una tumba de piedra dañada cerró sus grises ojos el novio de la muerte.
A la mañana siguiente, se dirigió hacia un páramo con el nombre del difunto prendido en su lengua. Ni el caballo ni él habían probado alimento alguno, aun así, pasaron cerca de treinta personas durante el transcurso de día y ninguna respondió al nombre que Hendrik buscaba.
Cerca de las cinco de la tarde un hombre horrible, jorobado, con los dientes podridos, atravesó el páramo .Hendrik se interpuso en su camino para interrogarlo, pero hombre parecía estarlo ignorando por completo. El caballero sacó su espada, el jorobado se inmovilizó al verla y le sonrió al muchacho dejándole ver sus dientes enfermos.
—Mi nombre es Judas.
—Muy bien señor, entrégueme sus pertenencias más valiosas. — Se refirió a él en tono amenazador mientras lo apuntaba con su espada.
El hombre sujetó de inmediato una bolsa llena de oro y joyas que tenía atada a la cintura. Hendrik le exigió que le entregara la bolsa. El jorobado forcejeó con el joven y accidentalmente se clavo en la espada. Hendrik sintió como el acero atravesó la ropa y la carne de Judas, rompiendo órganos y destruyéndole el corazón. El hombre murió a los pies de un aterrado caballero. Que sensación tan horrible. Consternado, tomó la bolsa de oro y vio su mano ensangrentada, enfundó su espada manchada y se marchó a todo galope hacia el castillo dónde Murtod ya lo esperaba.
—Dormiste en la tumba de uno de mis más antiguos muertos.
Hendrik aun tenía la sombra de la consternación sobre sus hombros.
—Le he traído lo más valioso que ese hombre poseía —Estiró su brazo y le dejó ver a Murtod el oro y las joyas.
El ser sobrenatural sonrió al ver el saco que le muchacho había traído.
—Eso no es lo más valioso que Judas poseía, caballero Wolfsberger.
—¡¿Qué?! ¡Claro que lo es!.
Murtod se le acercó, le tomó fuertemente su mano ensangrentada y le desenvainó la espada.
—El hecho de que lo hayas matado y traído su sangre hasta mi morada es lo más valioso. La vida de un hombre es su posesión más valiosa. —Soltó la mano del joven y dejó caer la espada.
Murtod desapareció entre las sombrías entrañas de su morada,. Hendrik miró su espada en el piso y el rostro de Judas apareció ante él para atormentarlo. No pudo levantar su espada de nuevo, la dejó justo en ese lugar y se dirigió hacia el cementerio, dónde su fiel corcel lo esperaba. Sus piernas le fallaban. Se derrumbó finalmente sobre la tumba en la que había dormido la noche anterior. Murtod apareció de nuevo, esta vez con unas cadenas en sus manos.
—Wolfsberger, he aquí mi segunda petición.
Hendrik abrió sus ojos mientras su caballo se alejaba a todo galope.
—Haré lo que usted me diga señor Murtod.
Murtod se llevó a Hendrik hasta los grandes pilares que estaban a las afueras del castillo y ahí lo encadenó. El muchacho se dejó aprisionar sin cuestionar las caricias que el vampiro le proporcionaba a su rostro. Estaba arrodillado ante el señor de ese castillo, quien se deleitaba con esa escena.
—Tu armadura protegerá tu piel de estas cadenas. Te liberaré hasta que considere que tienes la suficiente fuerza para pasar esta prueba.
Murtod desapareció de nuevo y el corcel pudo entonces acercarse de nuevo a su jinete. Wolfsberger se sumergió en un profundo estado de sublime inconciencia de la que emergió por el hambre y la sed. A lo lejos le pareció ver algo, una silueta fina y delicada bailaba a través del cementerio, su risa elegante y macabra hacía que los muertos comenzaran a murmurar. Era la hermosa doncella por la que Hendrik estaba pasando todo ese calvario.
Tenía su velo blanco cubriendo todo su cuerpo, el cual salía de su boca. La mirada de la mujer se centró en el joven prisionero, se acercó a él sonriendo y bailando. Hendrik no podía creer lo que sus ojos veían, había sangre brotando de la boca de la mujer y no sabía si sentirse fascinado o aterrorizado por ello.
La mujer acercó sus labios a los de Hendrik y los de éste se calentaron y humedecieron con el sabor de la sangre. Pronto la mujer se concentró en el cuello del joven, quien sentía que un aliento gélido lo acariciaba de oreja a oreja, y como si algo lo hubiera golpeado de improvisto, el aire comenzó a faltarle y la tos a ahogarlo. Sus ojos grises vieron como la sangre corría a través de su armadura, para luego regarse sobre el piso.
Sus ojos se abrieron abruptamente y vieron a su corcel pastando a lo lejos, y a Murtod justo a su lado izquierdo, estaba muy cerca de él, pareciera que hubiera estado vigilando su sueño todo ese tiempo.
—Voy a liberarte de estas cadenas Wolfsberger. Lo felicito, ha pasado esta ultima prueba, dentro de una hora búsqueme en el interior de mi castillo, y traiga a su fiel corcel con usted.
Murtod dejó libre al desgastado muchacho, quien se revisó cuidadosamente el cuello y comprobó que no tenia ni una herida. El plazo terminó y Hendrik entró con su caballo al castillo. Murtod estaba sentado en una gran silla de madera labrada frente a una chimenea de fuego azul, el rostro de Murtod parecía tener reflejos de vida. Estaba leyendo una especie de carta.
—Wolfsberger, se ve cansado, le sugiero que se despoje de su armadura.
El muchacho lo hizo de manera inconsciente y vio que a su lado se encontraba su espada.
—Señor Murtod, quisiera llevar ahora mismo a su hija ante mi padre para que nos brinde su consentimiento para casarnos.
—Las noticias, mi querido muchacho, llegan con alas negras. Esta carta que tengo en mis manos anuncia la muerte de tu padre.
Las piernas de Hendrik temblaron de nuevo y pareciera que su respiración hubiera sido hurtada, su pecho se comprimió por una terrible amargura. Su amado padre había. Pudo haber gritado, pero no lo hizo. Sin embargo tenía todavía que llevar una mujer ante la tumba de su padre. Murtod sonrió muy complacido, se levantó de su asiento y se acercó al muchacho.
—Toma tu espada y mata a tu corcel, aquí mismo, frente a mis ojos.
Esas palabras fueron golpes dentro de su cabeza, sus labios temblaron de frío y sus fuerzas no tenían la suficiente sincronización para tomar su espada y levantarse, porque en realidad no deseaba hacerlo.
—Yo te ayudaré con tu espada y a levantarte.
El muchacho ya estaba de pie y sin voluntad con el rostro mojado por sus propias lagrimas, tembló, pero clavó su espada en el cuello de su fiel corcel. Cerro los ojos. Al abrirlos todavía pudo observar al anima dando sus últimos espasmos y sus ojos derramaban inocentes lagrimas. El piso se tiño totalmente de rojo. Hendrik abrazó al animal muerto y lloró amargamente mientras su piel y cuerpo se manchaban con su sangre. Murtod observó toda la escena y sabía que el momento había llegado.
—Hendrik, cuando este listo, sube la escalinata, sigue las velas rojas, justo al fondo veras una puerta, quítate toda la ropa y entra. — El tono de su voz fue determinante.
Wolfsberger permaneció abrazando a su animal muerto cerca de dos horas. La noche aún imperaba ese mundo y la mente del mortal estaba nublada. Se levantó y dejó atrás el cadáver, subió por las escaleras, vio el pasillo llenó de velas rojas y justo al fondo un gran puerta de madera se erguía ante él. Se quitó su ropa manchada de sangre, la cual dejo unas cuantas de marcas en diferentes partes de su hermoso y bien formado cuerpo. Abrió la puerta y ahogó su persona dentro de la oscuridad. Solo los rayos de luna iluminaban el piso a través de las grandes ventanas. Hendrik sintió una respiración fría justo detrás de su cuello y se dio la vuelta de inmediato para encontrarse con Murtod frente a frente.
—Señor... —Sus palabras fueron interrumpidas por la suave y fría caricia de los dedos de Murtod sobre sus labios.
—No hables. He esperado por esto toda tu vida. No me tengas miedo, solo déjate llevar por mi instinto y deja que tu cuerpo disfrute el placer que mi cadáver le puede brindar.
Hendrik intento retraerlo, pero su debilitado cuerpo no pudo resistir la fuerza de la criatura sobrenatural que se prendió a su cuello y enterró sus dientes en su cálida carne. Fue recostado en el piso. Los rayos de luna lo iluminaban directamente, el dolor en su cuello era insoportable, se llevó sus manos hacia su carne abierta y sintió como todo su pecho era mojado por el liquido vital. El vampiro le mordió un pezón, mientras le acariciaba las piernas y los brazos, los cuales hizo que bajara al piso, sus miembros se sentían tan pesados como una roca y las heridas que el vampiro le iba abriendo con sus colmillos se sentían calientes, abrazadas con un sutil dolor placentero. Murtod le abrió una nueva herida en el muslo, cerca de su parte íntima, y ahí fue donde más disfruto el beber de su joven sangre. El muchacho estaba desfalleciendo, su sudor hacia que las heridas se irritaran, sentía como ese ser cubría todo su cuerpo mientras besaba sus labios, era una extraña y familiar sensación.
—Conozco el hambre de tus labios, —Dijo el vampiro, suavemente excitado, al oído del muchacho.
Hendrik cayó acariciado por la gelídes de la piel desnuda de un cadáver a su lado. Cuando despertó aún era de noche y su cuerpo estaba ataviado con unas finas ropas. Se sentía diferente. ¿Había sido una pesadilla? No, aún se encontraba en la habitación oscura. Una puerta de abrió y la brisa nocturna desplegó el aroma de las plantas de un jardín y ,extrañamente, el olor a sangre muerta. Salió a través de la puerta y se internó dentro del bosque y encontró una enorme tumba de piedra , recién colocada, que tenia la siguiente inscripción: “Aquí yace Wilhelm Wolfsberger, la bestia guerrera”.
Sobre la tumba había una copa plateada llena de sangre y justo de entre las sombras la mujer que Hendrik estaba buscando emergió, ataviada con un hermoso vestido y el velo blanco en su rostro.
—Bebe la sangre de tu padre.
Hendrik lo obedeció. La sangre de su padre le quemaba la garganta.
—Ahora yo beberé la sangre de tu padre, con esto nuestro compromiso queda sellado y nuestra unión será eterna.
La mujer bebió la sangre a través del velo hasta dejar vacía la copa. Hendrik la miró y dejo derramar un par de lagrimas.
—Te amaré por toda la eternidad. Eres lo más preciado que tengo ahora.
La mujer lo miró fijamente y parecía estar consternada por la mirada de desamparo que el muchacho tenía en su rostro.
—Debo decirte algo.
La mujer se retiró el velo de su rostro y como si hubiera sido toda una macabra ilusión. La imagen Murtod de se descubrió ante los ojos de Hendrik. No entendía lo que pasaba, miró la tumba de su padre y se dio cuenta de que ahí permanecía la copa plateada, solo que ahora estaba vacía y se dio cuenta de la abominación que había cometido.
—Esto no puede ser. ¿Dónde esta tu hija?
—No tengo ninguna hija, Hendrik. Ahora solo me tienes a mi.
—No... esto no puede ser... ¿Por qué me hiciste esto?
—Porque tu me pertenecías desde un principio. Así que como creciste al lado de un castrado. Supuse que la mejor manera de atraerte era usando la imagen de una hermosa mujer como carnada. Tu y tu padre no son tan diferentes, ambos se dejaron seducir por la imagen de las hembras. —El tono de voz del vampiro era completamente mordaz.
Hendrik perdió los estribos e intentó golpearlo, pero Murtod lo hizo llegar hasta el piso de un solo empujón. Hendrik vio la tumba de su padre y lloró a una lado de ella, pidiéndole a su espíritu que lo perdonara. Murtod lo miró fijamente y sintió uno increíbles deseos de volver a beber de su cuello, pero contuvo sus ansias.
—Mi hermoso recién nacido. Pídeme que beba de ti todo ese sufrimiento de tu difunta alma mortal. Deja que nuestra unión se consuma en un lecho nocturno, dónde padre e hijo se vuelvan compañeros eternos de innumerables noches de caricias y besos sangrientos. Esas lagrimas dulces solo aparecerán de nuevo cuando yo toque tu cuerpo y tu aceptes el mío.
Murtod trató se llevar el cuello de Hendrik hacia su labios de nuevo, pero este se levantó violentamente y se alejó de él.
—¡Maldito monstruo, solamente has matado y condenado mi alma! ¡Maldito seas tu y tu sangre por toda la eternidad! —Maldijo Wolfsberger.
El ex caballero se marchó lejos, corriendo con una singularidad que solo su nuevo estado sobrenatural le podía brindar. Impotente, solo lo miró perderse en la oscuridad del bosque, pero no dejo de sentirlo. Lo vio alejarse con la cara inundada de lagrimas y de sangre.
—¿Monstruo? ¿Qué padre puede ser mas monstruoso? El que le promete a su hijo a una criatura del infierno a cambio de una mujer, o el que le brinda una vida inmortal poniéndole la ilusión de otra en sus ojos. Sus hermosos ojos.
Murtod terminó de escribir la ultima pagina y envolvió todo su trabajo en una suntuosa piel. Caminó a través del bosque hasta llegar a un inmenso lago. El agua estaba tan fría que había fragmentos de hielo por todas partes. Un caminó congelado llevó a Murtod hasta una construcción localizada justo en el centro del lago. Ahí estaba Hendrik, su cuerpo estaba petrificado, pero aún conservaba el hermoso color de su piel. Uno de sus ojos dejaba caer constantemente lagrimas, mientras que otro dejaba correr sangre.
—Yaces aquí como mi hermoso príncipe. Cuando me maldijiste te maldijiste a ti mismo. Me castigaste no dejándome ver tus ojos grises ni una sola vez más. ¿Te los habrás sacado? Traigo esto para ti. Es tu vida, desde que tus padres te concibieron hasta el momento en que huiste de mi castillo. Tu fuiste deseado desde el instante en que tus padres se unieron. Desee ser Wilhelm Wolfsberger para que tu fueras mi semilla, pero eso era más que imposible.
Murtod dejó a un lado la piel y miró una vez más todo el cuerpo y el rostro de Hendrik.
—Fuiste deseado como el único hijo de un padre mortal, y fuiste hecho en el mundo de las sombras por un padre infernal, por el deseo de amarte en todos los aspectos. El placer de tu hambre y de tu sangre me acompañarán, diciéndome que serás mío en las sombras.

Texto agregado el 24-08-2006, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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