El Cristo
Tenía que estudiar para el examen que finalmente definirá una parte el rumbo de mi vida, pero como siempre: “ ayudáme con esto, con lo otro...”.
Hábilmente le respondí a mi tía que de esos menesteres no sabía, pero me respondió irremediablemente:
- Listo sobrinita – En un tono que odio- pero necesito el computador.
Bastó que me dijera eso para saber que iba a perder toda la tarde y que no lograría resolver el cuestionario de estudio.
Maldije mentalmente y me senté a ver televisión.
Felizmente encontré una buena opción en el canal de las películas europeas, y sacié mi curiosidad en el eterno personaje de Antoine Doinel. Pasaron como 7 minutos y la historia dio fin.
- Maldita sea, por lo menos la hubiera cogido desde la mitad.
Entonces me resigne de nuevo en el profundo calor de aquella tarde, convirtiéndome en la utilera de cabecera de mi tía y de mi papá.
- Sobrinita, ayudáme a imprimir este documento.
- Si. Ya voy. –y me paré de mala gana de la silla-
Cuando pensé que finalmente podría retomar la idea de estudio con la que me levanté aquel día, mi intención se vio nuevamente revocada.
A mi papá le dio por hacer sus cosas en el aparato, precisamente en ese momento. Volví a mi silla, tomé el control del televisor, y reanude la búsqueda de alguna cosa buena para ver mientras el señor se dignaba a entregarme la potestad del equipo que necesitaba.
De repente, desde lo más lejano del corredor escuché la voz de mi abuela que venía gritando en el teléfono. No estaba discutiendo; es que es medio sorda.
Interrumpió su conversación y se dirigió al sujeto en el computador.
- Mijo, vos querés hacerme el favor de ir a recoger el cristo con mi amiga Bertha?
- Que, que mamá?
- Es que estoy dando clase en este momento, la alumna esta en el taller esperándome, y no la puedo dejar sola mas tiempo. Pero necesito que alguien traiga el cristo a la casa.
Inmediatamente a mi papá le cambio la expresión en su rostro, y dejó que se notase la pereza y la rabia por lo que le iba tocar hacer. Y yo encontré mi oportunidad.
Pero después, vi el calor de la casa, los desagradables gestos de todos, la frente arrugada de mi papá, la hipocresía con la que hacia mi se dirigía mi tía...
- Abuela, yo voy.
Lo dije. Me había ofrecido a hacerle el encargo. Mi abuela dio instrucciones a su amiga sobre mí y la hora de encuentro y después me las comunicó. Me dictó la dirección del lugar, la cual escribí en un pequeño papel de libreta y trató de explicarme como llegar. Pero entonces mi tía se metió en el asunto.
- Yo te llevo, como voy de salida te dejo allá.
Y entonces tuve que aceptar e irme con ella. Todo el camino estuve callada. Por unos momentos escuchaba como mi tía le decía algunos insultos a otros conductores, pero yo no me detuve a revisar que era lo que sucedía ni mucho menos a indagar. Cuando por fin dimos con la dirección, me di cuenta que la amiga de mi abuela no estaba en el lugar, que era un sitio de reparación de antigüedades.
Lo supe porque el parqueadero estaba vacío, y Bertha, la amiga de mi abuela, debía llegar en su camioneta, pues esa era precisamente la razón por la que iba, para ofrecernos sus servicios de transporte, aunque, pues que le iba a costar, era una señora de esas elegantes que pueden disfrutar del dinero de sus maridos, yendo a cuanta clase se abra en la ciudad... Y bueno, creo que bastará con decir que tenía chofer.
Mi tía me pidió que le abriera una canasta, cuya llave y candado no colaboraron y por eso tuve que forzarlos. Pero cuando mi tía se dio cuenta, me los quitó como si fueran sus objetos mas preciados y me dijo: “No, yo lo hago porque sino me quedo jodida”.
Ese comentario y su rostro, hicieron que dentro de mi hirviera como nunca desde hace tiempo la ira y la impotencia ante las situaciones.
Fingí estar agradecida hablándole muy amable y crucé la calle mientras todo a mi paso me sabía a odio. Timbré en el local de antigüedades y espere a que vinieran a atenderme.
Se asomó un señor que me inspiró confianza y me preguntó que quería.
Le dije que esperaba a Doña Bertha y él me respondió que podía esperarla dentro del lugar. Le di las gracias y por supuesto, acepté, pues no se si ya he dicho que hacía un calor del demonio y que no estaba dispuesta a quedarme bajo el sol. Aunque realmente, si la circunstancia hubiera estado de ese modo, me habría tocado aguantar.
Cuando entré me di cuenta que era una casa muy clara, sus paredes eran blancas todas y tenía salones bastantes amplios. El lugar tenía una atmósfera que gustaba y hasta el estilo me agradaba a pesar de estar lleno de santos y ornamentos religiosos por todas partes.
Me quedé parada a la entrada de lo que parecía ser una recepción y quien me atendió , me indicó una silla en la que podía sentarme.
La señora que estaba sentada en la recepción me preguntó instantáneamente si yo era nieta de Doña Bertha, a lo que yo me apresuré a responder.
-No. Es que ella y mi abuela dejaron aquí un Cristo para su restauración y yo vengo a recogerlo con ella pero la tengo que esperar.
-Entonces usted es nieta de Doña Ana.
- Si yo soy la nieta. –Le respondí mientras notaba que me miraba con gran curiosidad y con una especie de rara fascinación-
Luego, el hombre que me recibió se dirigió a mi otra vez:
- Aquí esta el Cristo, usted había visto como estaba?
- Por supuesto, yo vivo con mi abuela.
- Y qué le parece? Mejoró?
- La verdad yo nunca me detenía a observarlo porque nunca he estado de acuerdo con que esté en la sala de mi casa.
- Y por qué no?
- Porque no me gustan los santos exhibidos. Eso debería dejársele celosamente a las iglesias.
- Estoy de acuerdo. Sobre todo por el tamaño de este Cristo en particular. –Respondió la señora desde la recepción-.
Todo esto había sido en un tono bastante familiar. Tan familiar que me sorprendió no ofuscarme a la hora de dar respuesta, así que debí haber dado la impresión de alguien que tiene seguridad en sus palabras y que no habla cualquier sandez que se le ocurra.
Ahora el hombre de la entrada me miraba desde unas escaleras, que según yo, conducían al taller, y lo hacía también con mucho interés como la recepcionista. Fue entonces cuando me di cuenta que su rostro era peculiar para mi concepto, pues no era una persona joven, pero algo en su cara me decía lo contrario. Me parecía amable, jovial y algo en él me hacía voltearme periódicamente para verlo. Me recordó a Demian en ese momento. Tal vez por eso después no dejo de llamarme la atención. Subió a su taller y yo me quedé con la señora en el primer piso mientras observaba el salón del frente que estaba ocupado por un suntuoso comedor, que sostenía algunos candelabros de tamaño considerable y que a su vez habían sido puestos allí de manera muy cuidadosa, equidistante.
Yo estaba mirando el gran cuadro que había de la virgen de Guadalupe cuando mi atención fue desviada.
- Llegó Doña Bertha
Y la mujer corrió a recibirla. Yo me levante de la silla y aguarde en la recepción. Segundos después entró una señora que me pareció había sido muy bella en sus tiempos juveniles, estaba muy bien presentada, maquillada, traía ropa fina, y un intenso color rojo en su cabello que me hizo recordar a una antigua profesora de colegio que se llamaba Noralba. Sorprendentemente me saludó como si alguna vez en la vida ya hubiéramos hablado y añadió a la escena un toque de clase y de experiencia mientras examinaba ella misma el Cristo de mi abuela, aun con mas pertenencia que la que debería tener yo con el artefacto, pues era una reliquia familiar: El cristo había sido del padre de mi abuela y al parecer tenía unos ciento cuarenta años desde su fabricación.
Confirmé la deuda que mi abuela tenía en el lugar y la cancelé.
Doña Bertha siguió examinado el Cristo mientras Henry, el hombre que me había recibido, daba cuentas de su reparación. Por un momento se olvidaron de que yo estaba esperando para irme a mi casa, y siguieron conversando sobre arte antiguo de la colonia, las restauraciones de la Capilla de Santa Clara en Bogotá... pero no me molestó, pues el tema no me aburría para nada. Solo al final noté que Henry tenía un acento extranjero en sus palabras pero no pude identificar de dónde.
Llamaron al chofer de Doña Bertha y subieron al Cristo conmigo, en la parte de atrás de la camioneta.
Nos despedimos gentilmente y llegamos a mi casa rápidamente.
Extrañamente no me molestó las indicaciones y advertencias que se me hicieron durante el camino, “ cuidado con la cabeza, la base, las potencias...”.
Para cuando entré a la sala de mi casa el humor me había cambiado, y de nuevo todo me sabía a odio. Solo algo no seguía igual. Ya no me molestaría la presencia del camastrón de un metro y medio haciendo juego destemplado con los muebles.
Hasta de expresión artística me pareció.
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