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I

Ella era una joven aparentemente normal. Ya había cumplido más de los 18 años, y gozaba de los encantadores atributos de cualquier chica de su edad.
Con frecuencia la veía cuando salía de su casa a tomar el bus en la avenida, rumbo a la universidad, con sus cabellos alborotados, y con la impresión de quien a esa hora de la mañana, aun no tenía la más mínima intención de acicalarse.
Era una chica simple pero hermosa, y a pesar de que a los lejos podía notarse en ella, (en su aspecto, mas bien en su actitud) un airecito idolatrado de Caicedo( porque ella toda parecía un monumento a Luis Andrés), cuando se le miraba bien de frente, era posible descubrir en sus facciones, todo el arte de la feminidad que se dibujaba en su sonrisa y especialmente en la expresión de sus ojos, acompañado de una capa de máscara compacta, y de un sutil brillo que se adhería a sus labios durante todo el día.

Aquel día, yo estaba recostado en el marco de la ventana de mi cuarto, esperando a que ella pasara como de costumbre.
Eran las 6:30 de la mañana, y la luna que se posaba cada noche sobre el callejón que separaba su casa de la mía, aún no estaba oculta. Mientras esos cortos, pero para mí valiosos instantes, pasaban; yo solía tomarme una taza de café de la noche anterior, bien frío.
Acostumbraba además a que justo en el momento en que escuchaba que desde el otro lado ella se despedía y abría la puerta para poder encaminarse a sus labores cotidianas, yo sostenía la respiración, y la liberaba justo en el momento en el que su rostro se volviera hacia el mío con una cálida y cómplice sonrisa, sólo para que ella no notara el temblor que hacia cada parte de mi cuerpo se venía, cada vez que la veía pasar frente a mí.

6:35. Pasó. Demoró en atravesar el callejón como unos 30 segundos. Luego del encuentro, que a mi parecer era el mas hermoso que podría tener en todo el día, me dije a mi mismo: “la vida ha comenzado de nuevo para mí”. Y regrese a mis labores diarias con la misma decisión con la que ella lo hacía cada mañana: Me eché en mi cama y prendí el estéreo.
Con el transcurrir de los minutos imaginaba que a pesar de que ella iría en un desbaratado bus rumbo a lo que llamó alguna vez, “lo no tan nefasto de su existencia”, iría escuchando en su walkman una de esas canciones que a los dos nos enloquece, preguntándose al igual que yo cuál sería la canción a la que Rodolfo se había referido en la rueda de prensa cuando le preguntaron por su esposa.

Comenzaba a gustarme, cada vez encontraba mas fascinante el observarla, el imaginarla y el simular sentirla.






II

Yo, nada hacía por mi vida. Ni para mí, ni mucho menos para alguien mas. Había querido quedarme acostado ahí en mi cama todo el día, pero cuando se vive en una casa que no es la propia no se puede hacer mas que lo que se le pide a uno: No duerma hasta tarde, venga ayúdeme con esto, compre, lea, trabaje, trabaje, trabaje...
Yo quería estar todo el tiempo en mi habitación, con el estéreo encendido y leyendo artículos de la revista egipcia a la que estaba suscripto. Y cuando no, pues me gustaba visitar las bibliotecas de la ciudad y asistir a uno que otro evento cultural. Pero vivía en la casa de mis padres. Tenía 21 años y todavía vivía bajo la custodia de ellos. Mantenía unas ganas constantes de vivir por cuenta propia donde fuere, hasta al lado del río si solo podía hacerlo allí, pero esa valentía y esas ansias solo me duraban en el sueño, porque inmediatamente sabía que para ello debía estudiar y trabajar. Bueno, por el momento solo trabajar.
El problema aquí, es que nunca me ha gustado trabajar. En alguna época pasada, me había gustado estudiar, y me decía a mi mismo que como no me gustaba trabajar, era una ventaja que aunque sea el estudiar me transmitiera algún placer.
No me entiendan mal, no quiero decir que no me gusta aprender. Lo que pasa es que tengo alguna clase de inconveniente con la autoridad y la imposición. Tal vez por eso me dedico ahora a saciar mis cuestionamientos intelectuales por mi mismo. Trato de seguir un estudio teórico propio cuya única guía encontrada está constituida por artículos de periódico, uno que otro “estudio” realizado por alguna universidad de la ciudad, y por supuesto, por los libros que encuentro en las bibliotecas. Esto debe sonar un poco confuso teniendo en cuenta lo que dije líneas mas arriba: “Yo, no hacía nada por mi vida.”. Ante esto, diré que esa especie de estudio teórico que llevo a cabo no esta impulsado mas que por mi curiosidad.
No se si debo también agregar que antes de hacer esto asistía a una universidad. Llegué al tercer año, y como ustedes deben imaginárselo me sentí hastiado por el autoritarismo ejercido y el ambiente aparentemente tan diáfano que esa vida quiere reflejar, y que en realidad no es más que el conjunto de las turbias ambiciones de quienes en ese lugar se aglomeran.
Después de mi retiro, tuve que someterme a toda clase de humillaciones por parte de mis padres y de mi familia en general, pero eso no representa algo grave en mi vida ya que estoy totalmente acostumbrado a esa forma de existencia.
Desde que no paso la noche en los dormitorios de la universidad me despierto más temprano. Me levanto a la misma hora pero me despierto antes.
A eso de las 5:30 de la mañana llega hasta mi oído la famosa melodía de (). Luego, más o menos pasados 50 minutos, llega hasta mí el suave olor del jazmín. Este último suceso me incitó la primera vez a consultar de donde venía tan agradable aroma. Y descubrí a la chica más llamativa que he visto, saliendo de una casa cercana a esta. Esa vez, ella no se dio cuenta que la observé hasta que desapareció al voltear al final del callejón, pues mi ventana está en el segundo nivel. No iba apurada por lo que pensé que saldría siempre a la misma hora, y así fue. A partir de entonces, se repite lo que he contado, desde las 5:30 de la mañana y la hora siguiente.

Texto agregado el 23-08-2006, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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