Detrás del corazón de un poeta, se esconde siempre el alma de un niño. Los más sabios en los temas del amor, de los sentimientos y de las emociones. Intuitivos y curiosos; exploradores de la naturaleza humana, y de su condición voluble, cruel, traicionera; pero a la vez tierna, frágil y cariñosa.

Dicen que “el alma que sabe hablar con los ojos, también puede besar con la mirada”.

Esto no viene a cuento, pero … ¿A que es bonito?

Sí, no soy poeta (lo confieso), pero mi alma se rinde a la poesía. ¡Qué le voy a hacer!

Leo a los grandes, porque todos los que escriben poesía lo son; y entre Nerudas y Machados descubro otras realidades. Lo cotidiano se presenta con un aspecto nuevo. Los objetos y los paisajes, se quitan el disfraz, y se presentan desnudos, vulnerables, y en definitiva, más humanos.

Hay otros mundos, es verdad, pero necesitamos ojos de poeta para verlos. Ellos miran y ven. Nos muestran lo esencial; transforman en maravilloso, lo vulgar; nos desvelan el secreto oculto de las palabras.

Una vez me puse delante del ordenador con la firme intención de dejar que mi alma se expresara con total libertad, que rompiera las cadenas del temor y la vergüenza, y se abandonara a la pasión. Me armé de valor, y mirando fijamente el monitor, como si intentase descubrir entre los píxeles la musa misteriosa de la inspiración, me puse a escribir. Levanté mis manos; apoyé suavemente los dedos sobre el teclado, y … nada.

¡Éste alma aún va a parvulitos!

P.D.: Por cierto, vendo ordenador con muy buena memoria … me trae malos recuerdos.