Allí estaba el infeliz, envuelto en el placer de las sábanas, acurrucado en su nido y ajeno al mundo. Su rostro reflejaba ése aspecto tierno e indefenso que muestran quienes se abandonan en brazos de Morfeo.
De repente, el tosco timbre le trasladó al presente. Sonó, una y otra vez, con insistencia, casi diría con impaciencia. Parecía decir: ¡No te evadas de la realidad, idiota! ¡Madura!
Con los ojos cerrados, se dirigió hacia la puerta .Unas legañas más grandes que un euro de queso, parecían tener soldados sus párpados. Medio a trompicones consiguió llegar. La abrió, y allí estaba ella. Al principio dudó si aquella mujer era real, o era sólo un espejismo, fruto de un sueño aún no despejado (o debería decir de una pesadilla).
Una mujer de talla pequeña, labios gruesos y carnosos, que parecían pintados con el pincel de Picasso , el carmesí no seguía la comisura de los labios ni por asomo. Su oblonga figura estaba cubierta de un abrigo de visón. Fijándose más atentamente, se diría que aquel bicho debía sufrir de sarna cuando lo capturaron; aunque el simple roce del abrigo, delataba que se trataba de una imitación barata.
-Hola, ¿Llimiagu? .- me preguntó con voz rota por el alcohol y las desdichas.
-Si .- respondí, o eso creo.
Sin darme tiempo a decir: ésta boca es mía; de un empujón seco me introdujo en el interior de la casa, me agarró del brazo arrastrándome hacia un sofá.
Con manos rápidas y expertas se desabrochó el abrigo de visón sarnoso, dejándolo caer a sus pies, y mostrándose totalmente desnuda ante mí:
-Soy el regalo de cumpleaños de tus compañeros de oficina, ¡Prepárate guapetón!
Y sin solución de continuidad, aquella Venus de Willendorf posó sus enormes pechos sobre mi rostro. Pensé: ¡Ha llegado mi hora, Dios mío!.
Una nebulosa de sombras cubrió mi mente, y ya no recuerdo más de aquel día.
Durante algunas semanas, una extraña impotencia se apoderó de mí. Sólo la esperanza de devolver a aquellos cabrones un poco de su propia medicina, me mantenía en pie.
Y un día … |