Quizás me desaires esta nota; he dejado una partitura sobre tu lecho. He entrado antes de que llegue tu mujer, se que siempre revisas la cama de la casa de campo, porque sé que ella le teme a las arañas, como yo. Bandidas.
He dejado algunas melodías que compuse pensando en ti. No sé si te animarán o te destrozarán el corazón, no lo sé, total, yo he perdido todas las vanidades y fuerzas y esas cosas lustrosas y falsas que nos hacen sentir. Te pensé escribir una nota, preguntarte que tal te va. Es inútil. Ha pasado ya mucho tiempo. Se que te enteraste que vuelvo a Madrid, estaré como profesora invitada durante un tiempo. Quizá me quede por allí a vivir. El mundo es un pañuelo. Lo quiero para llorar. Me pregunto qué estarás haciendo. Nunca te pude imaginar como papá, tus hijos son maravillosos, los vi hace unos días cuando paseaba por nuestra antigua facultad, el mayor tiene tus ojos y tu nombre: Alfonso. Supe que eran hijos tuyos. Les dicté un curso sobre finanzas, una ridiculez aburridísima. Me perdí la noche pasada por unos bares, esos de la calle Trabuco por la que solíamos andar cuando estábamos en la universidad. Ha cambiado todo, pero imagino que tú debes saberlo. El país ya no es el mismo y la gente se me hace tan extraña que ya ni les entiendo hablar, parecen marcianos. Como nosotros. ¿Te acuerdas? Sólo espero que aún toques el piano, sólo espero que puedas ver más allá de los re sostenidos y las y sol. Sabrás que he sido yo. Te dejo entonces mi música, la última pieza que escribo. Me retiraré este año, estoy muy vieja para tanto trajín y la música ha sido un deleite para oídos ajenos, siempre. Soñé con verte, no ha sido posible, no se si reconocerías en mí a esa chica pelirroja de hace más de 20 años, he cambiado. Tengo arrugas, sé que cojeas. Es sólo que a veces me pregunto cómo hubiera sido todo…
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