Miro hacia atrás y me parece que no ha transcurrido mucho tiempo desde que lograr una llamada telefónica entre América y Europa podía requerir varias horas de espera. Recuerdo a mi padre dando gritos para que una amable telefonista pudiera escucharle. Cualquiera diría que trataba de hacerse oír a distancia sólo por medio de la voz. Pero no, mientras gritaba presionaba a su oído tosco auricular de baquelita negra, feo y pesado. Lo apretaba con fuerza para tratar de escuchar también.

--¡A Madrid! Sí señorita, he dicho Madrid; Ma-drid...
--No, no, imposible. Me urge la llamada, no puedo esperar.
--¿Y a mí qué me importa si en París están congestionadas las líneas? Yo deseo hablar a Ma-drid...
--¡Ah sí! Entiendo, la triangulación... Sí, claro. ¿Y no habrá otra ruta para conectar con Madrid?
--¿Conectar a Londres y luego a Lisboa? No me importa. Sí, hágalo.
--Oh claro... La tarifa se eleva. ¿Y cuánto?
--¿Tres veces más por minuto de conexión? Oiga, me saldría más barato viajar para encontrarme con la persona.
--Claro, claro... No hago bromas, sólo fue un comentario. Bueno, pues qué le vamos a hacer. Conecte con Londres y Lisboa.
--Sí, sí, cuelgo y espero. Estaré pendiente. Ojalá que no se demore.

Y tras el "ojalá que no se demore" podían transcurrir de 20 a 40 minutos, que era el tiempo "normal" para recibir el llamado de la amable telefonista avisando que la conexión estaba lista y podían comenzar a hablar. Pero dije tiempo "normal"; sin embargo, lo "anormal" era muy, pero muy frecuente. Entonces, antes de que se cumpliera la hora de espera, mi padre volvía a tomar el auricular para llamar a la central telefónica, para lo que tenía que girar con el índice ruidoso disco.

--Sí señorita, hace ya casi una hora que pedí mi llamada a Madrid.
--No señorita ¿cómo voy a saber quién me atendió?
--Sí, sí, espero...

Pasaban de dos a tres minutos.

--¿Ya encontró quién me atendió? Qué bien. Ahora dígame, qué razón me da sobre mi llamada.
--¿Huelga de telefonistas en Londres? ¡Vaya! ¿Y ahora qué se puede hacer?
--¿Se desocupó París? Y entonces por qué no me conecta vía París...
--Sí, cierto, yo autoricé la llamada vía Londres y Lisboa. Bueno, autorizo vía París.
--Espero, sigo a la espera.

Y si había suerte, sin más imprevistos, 30 minutos después sonaba el teléfono y mi padre escuchaba el anhelado "su conferencia está lista; ahora pueden hablar". Luego, mientras transcurría la conversación entre mi progenitor y su interlocutor se podía escuchar.

--No señorita, no hemos terminado.
--No, no, deje la línea conectada, aún no terminamos de hablar.

Pero lo más sorprendente de todo era que al terminar su conferencia, mi padre dejaba el auricular en su lugar y se quedaba mirando por un momento aquel feo aparato telefónico. Entonces comentaba satisfecho

--Qué emocionante... Poder hablar con tanta facilidad con alguien que está al otro lado del Atlántico.



Un abrazo desde Cancún, en la costa mexicana del Caribe, para todos los lectores en cualquier parte del mundo en donde se encuentren.