Si el destino fuese amigo de los fugitivos, si la suerte no fuera el tirabuzón que endereza la vida de los locos, si esos hombres no hubieran robado una armería, si la policía no los siguiera, si el escenario de toda incongruencia no fuera la mente humana, si… Ian y Loomis.
—¡Dispárales, Loomis, malditos desgraciados!
—¡No lo haré si ellos no tiran, al carajo…!
—¡Acelera, que los perdemos!
—¡Ea, cabrones…!
Un sedán negro, una ciudad ensordecida con sus propios estrépitos; una suerte que no sabe dónde ir.
Añora el triste gallego
el cielo gris de su tierra
cuando después de la guerra
dejó su mundo labriego.
En la mansión de los Steimberg la vieja viuda mira la televisión en su silla de ruedas mientras sus hijas, asistidas por la sirvienta, se preparan para acudir a la gala de la noche.
—Hey, Paquita, ¿qué tal una mamadita?
—Tengo que arreglar el vestido de Melinda.
—Oh, ven aquí, ya sabes que me gustan las galleguitas fregonas.
Y Paquita se arrodilla entre las piernas abiertas, y comienza a hurgar con la lengua.
—¡Derecha, Ian, toma la carretera al oeste, aprisa, cabrón!
Los neumáticos tallan el asfalto que quema, los hombres sienten cómo las sirenas se difuminan y espejos retrovisores marcan la retaguardia como un paisaje oxigenado.
—¡Perdimos a los cabrones, Loomis, oh, yea!
—¡Vamos, viejo perro irlandés…!
Su padre, viejo y enfermo,
eternamente cansado,
seis hermanos, un arado
y por futuro, el invierno.
Lisa Steimberg se muerde los labios mientras Paquita tantea la vagina profunda con dos dedos; la sirvienta que sueña con montes cubiertos de hierba y humeantes mariscos servidos a la mesa, con su hombre, su príncipe encantado; un sueño entreverado con el clítoris de Lisa, húmedo por relamido y el culo gringo y blanco apoyado en el lujoso almohadón hace círculos al son de Paquita, tan dedicada en aquel mundo que tiene las piernas en V.
—…El Kalashnikov no es un símbolo de violencia, Ian, es un símbolo de revolución, de gloria, de independencia… míralo, tan liviano... rusos rabiosos…
Helicópteros de la policía buscan al vehículo en las carreteras de Minnesota. Los hombres creen que necesitan cambiar de móvil para pasar al estado de Iowa.
Su madre, siempre preñada
con la humedad en los huesos.
Una rapaza, dos besos
un adiós y después... nada.
Entonces la lengua acaricia vagina dentro, como un eclipse de gargantas.
Si su amor pudiera contener las caricias, si sus dedos hubiesen podido hacer un puño que no dejara ir su tierra, si existieran las causas justas, si pudieran llenarse de besos todos los vacíos, si… Lisa y Melinda Steimberg. —¿Pero qué está pasando…? Te dejo sola con la galleguita de tetas operadas y veo que lo pasas de maravillas mientras mi vestido ¡ah, mi vestido, perras!
—…La Cherokee está bien, Loomis, oh, sí…
Cualquier idiota puede robar un vehículo, es fácil intimidar a su dueño con un AK-47, es buena idea llevar al asaltado a dar una vuelta y dejarlo tirado en un descampado, eso o arrancarle las pelotas si se resiste.
—Hazte a un lado, chico, que daremos un paseo, los tres…
—Pero qué carajos… ¿no tienen mejor cosa que asaltarme, malditos estúpidos?
—Ya lo oyes, imbécil ¡córrete o te volaré los sesos!
—Pues métetela por el culo, infeliz… este vehículo lo robé hace tres horas ¿acaso creen que soy su sirvienta?
—Joder, Loomis, maldito negro…
Divagando, divagando,
estaba un día cagando
un negro gordo africano
cuando se le fue la mano.
Si los hombres hubiesen elegido otro auto, si el negro no llevara un diamante robado, si la cienciología no fuera más que un puñado de ricachones aburridos, si el alma no cotizara como los diamantes, si el sol fuese lo único que encandila, si… Kuddu Mbewe: congoleño, ilegal, ladrón.
(¡Ops!)
—Esto es así, te quedas quieto y yo manejo mientras Loomis te apunta con el fusil; luego, si haces alguna cosa, si nombras a tu puta madre o te rascas la nariz, tus sesos saldrán por el condenado parabrisas ¿has entendido?
—Pendejos principiantes.
—¡Que te calles…!
Lisa se retuerce, Paquita hace fuerza para mantener las piernas separadas mientras siente el orgasmo de su patrona. Melinda toma las tetas de Paquita y comienza a lamerle tras las orejas, ambas con las rodillas en la alfombra. No resulta difícil, a veces, organizarse.
Tiene el acento porteño
del emigrante cautivo
que sabe que sigue vivo
porque la vida es un sueño.
—¿Tienes un cigarrillo, tú, maldito irlandés?
—Cállate, negro.
—Esto es realmente asombroso… ¿se puede saber adónde me llevan, payasos?
—A Iowa.
—Conque es mi día de suerte, dos imbéciles me asaltan y luego me ahorran de conducir ¡grandioso!
—A propósito, ¿por qué has robado el puto auto, eh, negro…?
Más que gordo, estaba obeso
y por eso
se cagaba hasta en sus dioses
y entre mierda, pedos, toses
y perfume de hamburguesas
sus pelotas siamesas
no dejaban de bailar.
A veces pensaba en ser simplemente una esclava, otras pensaba sólo en ser una. No marchó de su Galicia natal por comunista, lo hizo por algo peor a lo que nadie se sumaba en esos días, no había camaradas para vestirse de mujer y desear tener las tetas de la Sara Montiel en vez de querer chuparlas. En USA los implantes estaban muy bien, si no hubiese conocido a ese loco comunista, o a la enjuta Steimberg y sus dos pervertidas, si el sexo no fuera el alma de los vicios, si los vicios no fueran una manifestación salvaje del desamor reprimido, si… Iowa.
—Me gustan más los negros, sirvientita, pero tú sí que tienes una linda picha gallega, eres el sueño de todo hombre ¡una picha con tetas! —Y Melinda comienza a mamarle a Paquita el principal recuerdo de la infancia mientras Lisa se masturba.
Suena la gaita en Galicia
y en el Río Atchafalaya
la fortuna te soslaya,
no te trató con justicia.
—…Tengo una reunión de negocios esta noche, reunión a la que acaso llegue tarde gracias a dos pendejos.
—¿Quieres bajarte, maldito negro?
—¡Este puto auto lo robé yo…!
—Deberías hablar mejor el inglés para reclamar tus derechos de ladrón de autos…
El negro antes africano,
al que se le fue la mano,
divagando, divagando,
ahora cagaba en Orlando.
No es tan malo un transexual gallego empalmando por el culo a una gringa judía y de pocas pulgas; menos aún teniendo en cuenta que por ello recibe techo, comida y algo de dinero para la cocaína. Cocinar y fregar no es tan complicado. Tampoco es tan difícil de entender que en plena calle de Iowa un negro de culo gordo sea arrojado de una Cherokee de vidrios oscuros. Pudo ser peor, Kuddu masculla que aquellos locos no llegarán lejos, que qué idiotas no haberlo registrado, asquerosos mercenarios desocupados. Kuddu tantea el bolsillo de la camisa con el diamante, Kuddu está feliz, la suerte abraza a Kuddu Mbewe. Si fuera fácil vender una piedra de varios miles, si hubiera muchos destinos para dos hombres con fusiles automáticos en una Cherokee robada, si todos los travestidos tetones fueran capaces de mantener prolongadas erecciones, si las mejores cosas no fueran a parar sólo a los ricos, si… Sí: el mundo sería más grande… Sarah Steimberg, viuda, entre otras cosas.
Viejo emigrante anarquista,
si te quedaras con Franco
te hubieran puesto un estanco
...si no fueras comunista.
Un negro esmoquin para el negro Kuddu no desentona con el mercado negro de las joyas robadas, negro como el luto de Sarah Steimberg.
Cuando un tal Hubbard fundó la iglesia de la cienciología nominó “dianética” a una “ciencia moderna de salud mental”, pero usó la palabra “iglesia” con el objeto de lograr exención fiscal ya que los fieles pagaban. No es tan falaz decir que lo que no cura la iglesia lo cura el dinero, y una iglesia sin dinero no es iglesia.
Casualmente esa mañana,
fue su hermana
la que franqueó la puerta
a dos hombres cuya oferta,
escuchaba y no entendía.
Era la cienciología
¡la de Tom Cruise, por Dios!
Melinda se unta el semen, dice que hace bien a la piel. En la habitación vuelve la calma aunque deben apresurarse si quieren llegar en forma a la fiesta. Paquita contempla aquellos vestidos, cree que con unos minutos de costura le quedarían de maravillas. Arriba, Sarah habla con un intermediario, se entera que el vendedor es un negro y que estará en la reunión; a ella le gustan los diamantes. Es sencillo: el chofer lleva el dinero y a sus hijas, el chofer deja el maletín, deja a Lisa y Melinda, vuelve con el diamante. En la Cherokee el plan es fácil: rescatar a Paco la novia de Ian, amedrentar a un puñado de ricos en una exótica fiesta, quedarse con todo lo de valor… y salir en la tele encapuchados y empuñando un AK-47: el moderno sueño americano.
El negro llegó cantando
estuvo un rato escuchando,
y ahí se le fue la mano.
¡Era norteamericano!
Si en la velada de la cienciología Kuddu Mbewe no hubiese reconocido a dos de los encapuchados que irrumpieron el frondoso tintineo de las copas y las prédicas, si Melinda y Lisa Steimberg no hubiesen identificado a la sirvienta, si Paco de Galicia hubiera sabido empuñar el Kalashnikov, si el amor estuviera absolutamente ajeno a las causas, si los de la iglesia no hubiesen tomado al atentado como una variedad satírica preparada, si Ian y Loomis no hubiesen visto el maletín con los ochenta mil dólares que el maldito negro defendiera con uñas y dientes, si… Mark y Winston, FBI.
—Según los testigos nuestra cenicienta se agarró a puñetazos con un negro obeso, pudo ser un desastre, Mark.
—¿Y qué dices de las dos mujeres?
—Dicen que nuestra cenicienta era la sirvienta de la casa…
—Pudo ser un atentado, Mark, he visto de estos borceguíes en Vucovar, los soldados serbios…
—No eran terroristas, Winston, demasiado estúpidos… ciento veinte disparos…
—Cielos, Mark, estas pendejadas sólo las leí en los cuentos… hay que encontrar a la dueña… tú sabes, al dueño… del zapato…
—¿Cómo crees que sucedió?
—Principiantes, Mark, olvidaron levantar el fusil, el Kalashnikov es muy rápido, no será difícil encontrar al dueño… mira tú que dejarse olvidado un zapato… ¡con el pie dentro! Malditos milicianos fracasados…
Añora el triste gallego
el cielo gris de su tierra...
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