Leí en alguna ocasión que después de veintidós años uno olvidaba a todos los compañeros de colegio.

Esta noche, recién cumplidos mis cuarenta y cinco, y veintiocho años después de haberlos visto por ultima vez, tratare de ver cuántos recuerdo.

Primero las damas: Aunque no se graduó con nosotros, tengo un recuerdo muy intenso de una niñita de Cali que se llamaba Sary Martínez. Era diferente a todos nosotros. Tenia una espontaneidad contagiosa y era alegre por naturaleza. Tenia la forma de ser que luego descubrí en la gente del Valle del Cauca y que durante mi niñez vi sólo en ella. La recuerdo bailando en el aula de clases, en algún recreo. La iluminaba un rayo de sol que la hacia ver más viva, como si no le bastase esa alegría de vivir que contrastaba con las maneras frías y distantes de las gentes de mi ciudad. A Sary la recuerdo por su forma de ser y por su cabello alborotado. Pero su rostro está perdido en mi memoria.

Patricia Niño era una muchacha tímida tal vez por su gordura, con una cara preciosa. Tenia unas maneras de una suavidad y delicadeza inolvidables.

Patricia Rivera, con si bellísimo cabello negro que le llegaba a la cintura y una cara y cuerpo poco agraciados, era una excelente persona. Era parte de mi grupo de amigos y tenía la fortuna de interesarse por el lado humano de las persona. No era muy buena en el estudio, pero su esfuerzo por aprender era notable. Vivía en el barrio Claret y fue una de mis mejores amigas en el bachillerato.

Rubiela Palacios era una mulata de un cuerpo enorme y de una inteligencia sorprendente. Su temperamento era el de las gentes del Pacífico y era una persona sencilla y alegre. Si mal no recuerdo su papá era chocoano y me sorprendí una vez que fui a su casa al conocer a su mamá que era blanca. Ella quería estudiar medicina y no tengo la menor duda de que fue una estudiante brillante en la universidad.

Yolima Ramírez. ¡Mi amor platónico durante mi tiempo de estudiante! Era una niña bella. El cabello negrísimo hasta los hombros. Unos ojos también negros y una boquita y una nariz de ensueño. Me enamore de ella desde que la vi en segundo de bachillerato y el corazón me salto de alegría cuando descubrí que debía tomar el mismo bus para ir su casa. En una clase de dibujo en segundo, llevaba un adorno de niña bonita en el cabello. La profesora, enseñándonos cual era el color magenta, nos mostró como ejemplo el adorno de Yolima. No ha habido color magenta mas hermoso en el mundo. Escribiendo estas líneas me doy cuenta que ese amor platónico se conserva intacto después de treinta años. La mamá de Yolima era una señora encantadora. Creo que sabia que yo estaba enamorado de la hija y aun recuerdo las deferencia que tuvo conmigo durante la fiesta de quince años de mi heroína. Creo que todos estabamos enamorados de ella. Tenia un novio que se llamaba Ulises y la envidia me carcomía cuando oía hablar de él. No quisiera ver nunca más a Yolima Ramírez. Quiero morirme con el recuerdo que tengo de ella. Una niña hermosa, pura e inalcanzable. Y despiadada en su desdeño a los inexpertos requiebros del muchacho tímido que nunca he dejado de ser. Yolima, espero de corazón que la vida te haya dado todo lo que has querido de ella, y que a Ulises se lo haya llevado el diablo.

Por qué tuviste que irte siendo aun tan joven, Adalgiza? Te recordaré siempre por tu carácter jovial, por tu vocabulario capaz de deshacer una reunión de presos pero que en ti fue fascinante y por la forma como escondías con vergüenza tus enormes senos detrás de los cuadernos. No llegaste a los veinticinco años tal vez porque tengan razón quienes dicen que lo bueno dura poco. Fuiste una amiga excelente y ahora que escribo sobre ti, estoy llorando porque merecías haber llegado a ser una abuela alegre y deslenguada. Me alegra haberte conocido. Un beso.