Han de serme favorables los designios que Fortuna me reserva, y siéndolo así, nadie dirá que la lectura de este libro indujo jamas a alguno a despeñarse por los abismos de la locura. Que de todos es sabido que las historias de caballerías son cosa sin asidero real que no han visto su cuna sino en la desmesurada imaginación de sus autores. Y dicho lo dicho, y con ello aliviada mi conciencia, doy comienzo a esta historia tan edificante como verdadera.
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El mismo sol ansiaba que más temprano amaneciera para ser él mismo el primero en ver al niño mas hermoso que había nacido en Repelón. Con tiernas miradas de dulcísimo y tibio calor asomó aquel día en el aposento donde el mundo después diría: “Aquí nació el por siempre admirado, el de sin igual valor, el mas enamorado, el ejemplo de discreción, el paladín máximo, el honradísimo Albeiro de Repelón, el más caballero entre los caballeros de la andante caballería.”
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El espíritu combativo de Albeiro de Repelón se dejó ver desde su más tierna edad. No contaba con dos años aun cuando perseguía sin descanso a las mariposas que se posaban en su jardín, para destriparlas con su certero golpe de biberón. Cumplidos los cuatro, en una tarde de Semana Santa, montando su caballito de madera, esgrimió su primera espada, también de madera y que había afilado con escrupuloso cuidado, y cercenó la cabeza al gato de la casa, pues veía como un agravio a los ratones la constante persecución del felino.
Precoz enamorado fue Albeiro. A los once años hacia ruborizar a sus tutoras con proposiciones tan de gente mayor, que ninguna resistió más de tres meses en casa a pesar de la elegancia de sus requiebros que solía ser, en esa época, del talante siguiente: “Muy hermosa y agraciada Griselda, has de saber que tengo cierto escrúpulo con mi aseo y tu bien puedes ayudarme a enjabonar la espalda y tal vez otras partes, que las quiero tener tan limpias como todas las demás de mi cuerpo.” Pero a esa edad el cuerpo de Albeiro ya ponía en dudas a las tutoras - que todas tenían entre diecisiete y dieciocho años - y se turbaban con la inocencia que confundían con lascivia. La bella Griselda, sin embargo, enjabonó a nuestro héroe mucho mejor de lo que él mismo quisiera. Descubrió pues Albeiro tempranamente los placeres de la solicitud y se enamoró perdida y castamente de la muchacha con un amor que si no se hubiera visto coronado por el matrimonio, hubiera sido de un erotismo platónico hasta la muerte.
Cumplidos los diecisiete años, una tarde en que acompañaba a Griselda en su coche a la ciudad, dos salteadores los detuvieron por sorpresa. Tomaron a la muchacha y exigiéronles el contenido de sus bolsos. Con enorme presencia de animo y sin que le temblara la voz, Griselda le dijo a Albeiro que entregaran todo, pues estaba ella en mortal peligro (uno de los salteadores tenia un cuchillo en su cuello). Albeiro accedió muy en contra de su carácter y los asaltantes tomaron los dineros. Pero cuando los malvados estaban por huir, el que tenida asida a Griselda bajó la mano de su cuello a su seno y con un gesto altanero acarició lo que tan difícilmente las virtuosas entregan como preámbulo de dichas mayores.
No pudo Albeiro resistir un tan vil agravio y mucho menos cuando se había hecho contra la que ya soñaba como su futura dama. Se abalanzó contra el ultrajante con tanta agilidad como fuerza y con el rigor de sus puños la cara del salteador se vio pronto bañada en sangre. Su compañero quiso socorrerlo tan sólo para recibir el mismo castigo y de nada sirvieron a su defensa los cuchillos que portaban pues Albeiro de Repelón descargó de tal manera su furia que si fuera el quien portara esas armas, los salteadores hubieran corrido la misma suerte del gato de su infancia. Los salvó de un fin parecido la rapidez de su huida.
Griselda, en angustia después de tan inaudito sobresalto, baño las manos de su defensor con lagrimas de agradecimiento y en ese momento decidió Albeiro de Repelón hacerse caballero para proteger a todos los desamparados del mundo, profesión que le venia muy en gusto y que le parecía en extremo necesaria como la recién pasada circunstancia había demostrado. |