Es que desde que la conoció se enamoró de ella.
Fue el día que entraron al colegio. En la confusión y el temor de las primeras horas no había reparado en ella, pero cuando la profesora de dibujo buscó algo de color magenta para enseñar cual era ese color, unas hebillas que adornaban sobre la frente las colas infantiles del cabello partido por la mitad de Yolima fueron escogidas como ejemplo. Aun recordaba con claridad la escena. Ella estaba sentada en la fila de la izquierda, al lado de una de las grandes ventanas que adornaban el salón con una luz brillante que bajaba furiosa de los cerros iluminando todo con golpes de claridad. Yolima, con su ingenuidad de niña bella, se ruborizó cuando se vio escogida por la profesora, pero ya no tenía escapatoria. Puso sus manecitas sobre el pupitre, indefensa. Apretó ligeramente el lapicero y levantó, tan solo un poco, los talones de sus zapatos. La tortura duró apenas unos segundos y cuando se vio libre de la atención general frunció con gracia su naricita de diosa y lanzó un tímida sonrisa de alivio a la compañera del lado.
En ese momento él la descubrió y su corazón se desbarrancó sin remedio en un amor platónico que se fue acrecentando con el tiempo y que nunca había cesado del todo por los artilugios de la nostalgia.
Al termino de las clases, protegido por la multitud de muchachos que salían para sus casas, salió envuelto en su natural timidez detrás de Yolima. Se imaginaba que una niña tan bella debería vivir en un barrio de ensueño, en una casa de ensueño. Y se sorprendió cuando la vio esperar el bus en el mismo sitio donde el esperaba el suyo. Su sorpresa se convirtió en emoción cuando vio que el bus que ella tomaba era el que él debía tomar y con el corazón agitado tomó el mismo donde venia su princesa. Se sentó dos asientos detrás de ella, donde podía contemplarla con entera libertad. Ella debió sentir el peso de mi mirada pues casi de inmediato abrió un cuaderno y simuló que estaba estudiando. Su vergüenza de sentirse mirada se juntaba con la de él al sentirse oprimido por primera vez por las manos poderosas del amor que lo sacudían sin clemencia.
Se bajó dos cuadras después de ella y debió caminar otras quince de regreso hasta llegar a su casa, todavía en estado de alucinación. Esta escena se repitió durante incontables días y nunca se cansó de admirar su cabello negrísimo, de contemplar la curva encantadora de su nariz de hurí, de atormentarme con la frescura de sus labios, de sucumbir a la maravilla que había en la perfección de su cuello y de morir en cada segundo sabiendo que ella sentía que él la miraba.
Con el tiempo se hicieron compañeros de curso. Sufrió entonces la tortura de ser tratado como cualquier otro. Suponía que todos sus compañeros habían sido víctimas del embrujo de Yolima y no se atrevió a decirle lo que sentía por ella, porque de qué manera podría la reina del mundo fijar sus ojos en un simple mortal?
Tenia la niña bella un aire de frialdad que lo intimidaba y que le daba una especie de dominio invisible sobre él. En tercer año ella ya no se ruborizaba cuando lo sorprendía mirándola. Le devolvía la mirada con ojos que él sentía duros pero que no podía dejar de amar. Pero era una mirada que no daba espacio a ninguna ilusión. Le hacía sentir que con ella no tenia ninguna esperanza, pero se alegraba de saber que ella sabía que para él no había nadie más en el mundo.
Yolima fue haciendo cada vez menos accesible. Mientras más podía acercarse a ella como amigo, menos podía hacerlo como enamorado. Su dominio sobre él era completo. Ella tenía, tal vez sin saberlo, el poder de hacerle saber que entre ellos nunca habría nada diferente de una amistad. No había palabras en esta comunicación. Sus miradas, la forma en que le hablaba de los profesores, de las clases, del colegio, le mostraban que todas sus esperanzas eran vanas. Pero mientras más le hacia ver que no tenia esperanzas, más la amaba.
Con la inocencia de las niñas bellas que están destinadas a serlo eternamente, llegó a burlarse de él. Le gustaba remedar un gesto suyo a los demás compañeros, siempre a sus espaldas. Nunca la pudo sorprender en su remedo pero se sentía herido por su burla. La soportaba únicamente porque venía de ella y a ella le perdonaba todo, hasta que no lo quisiera.
Su cuerpo de niña se fue transformando. Sus ojos negros y su cabello precioso se conservaron tal como los conoció. Pero sus caderas empezaron a darle paso a la adolescencia. Su talle se marcó por la fuerza de sus suspiros y sus senos de niñita desvalida se fueron convirtiendo en una fuente de angustias que no lo dejaban dormir. Pero lo que desbocaba sus delirios eran sus rodillas. Su faldita escocesa de estudiante dejaba ver unas rodillas perfectas con una piel que hubiera desquiciado a cualquiera. La forma de sus rodillas alentaba sus mas locas ilusiones y durante las clases de educación física, cuando furtivamente miraba sus piernas, deseaba en secreto que los latidos de su corazón enloquecido pudieran ser oídos por esa niña encantada que era el centro de su vida.
Se hice novio de Marina por despecho. Y nada logró detener el impulso de su amor por Yolima, que más bien se avivó cuando supo que tenía un novio que se llamaba Ulises. Lo imaginaba como a un ser sobrenatural, pues solamente un hombre así podría hacerse merecedor de sentir el aliento de Yolima, un aliento que por más que Ulises lo disfrutara, sería de él hasta el día de su muerte.
En ese estado de cosas y sentimientos terminó sus estudios en el colegio. Hasta el día de hoy no ha vuelto a ver a Yolima. Tampoco ha sabido nada de ella. La olvidó durante muchos años cuando encontró a la mujer que le hizo olvidar todo lo que había vivido antes de ella y solo la recordó de tiempo al tiempo cuando la nostalgia le apretaba la garganta y lo obligaba a mirar su vida pasada. El recuerdo de Yolima empezó a hacerse más y más borroso. Lo que iba olvidando de ella lo reinventaba con pedazos de imaginación que la iban haciendo cada vez más bella. Llegó un día en que se dio cuenta de que su amor por Yolima, aunque nunca correspondido, era una de las cosas mas importantes que le habían sucedido en la vida porque los años lo habían adornado con mil festones que cada día lo hacían mas hermoso. Pero sobre todo porque hasta hoy, después de treinta años sin ver a Yolima, cada vez que la recordaba volvía a ser un niño de doce años enamorado hasta donde es posible de una bella niñita con el cabello partido por la mitad y adornado por dos hebillas de color magenta.
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