Una noche fría, las poderosas alturas cargadas de un tenue manto de zinc apunto de estallar, una bestia que por su enorme hocico escurre agua, la banca color verde sostenida en mi espalda. Y a una distancia considerable el hombre que esta por sobre todos los hombres, el dios de carne y hueso.
Curiosea el recorrer de la afluencia, el sonido de las modernas maquinas, todo cuanto consume a los amargos corazones. Y para el eso no importa, desde su ventana gigante nos mira. Creo tener sus ojos sobre los míos, su paso detenido, su cara a esa distancia para mi es un misterio, su cuerpo ni delgado ni muy grueso.
Me vierto de a poco en el silencio, me consumo junto a la bestia en el agua, la atricionada pileta rodeada de una verde arena, introducida en los ruidos de la acera, presencio desde lejos abrazado a lucia frente a mi espejo, frente a un alma y su poderoso reflejo, derruido en lluvias frígidas, sentenciando mis mas quebrantados días.
El apura su paso y me enfrenta, lo miro sin verlo, me incorporo tomo mi chaqueta, a mi no me asusta usted le digo; no me angustia el castigo divino, a mi me mata el dolor que dejo en mi tierra, las lagrimas que ocasiono en la gente, el clamor que alzan mis venas. Adorador pleno de la seductora muerte.