Valiente, ven acá- le gritaba Tomás a su fiel amigo. Pero el pequeño cachorro lo miraba inmóvil y en respuesta sólo parpadeaba.
Como ya llevaba mucho rato intentando persuadir a su mascota, Tomás le respondió marchándose molesto del lugar, con la esperanza de que al verlo alejarse el perro lo siguiera, no obstante, su desesperación fue mayor al darse cuenta que Valiente no mostraba indicios de querer irse de su guarida, es más, se había acomodado para dormir una placentera siesta.
Resignado, el joven se sacó su chaqueta, la colocó en el suelo y se sentó sobre ésta, mientras, por medio de promesas, intentaba convencer a Valiente para que saliera de aquel sitio y se dirigieran a su hogar. De repente pensó que quizás su mascota estaba tan atemorizada que jamás saldría de ahí, la sola idea de considerarlo heló el corazón de Tomás, al instante comenzó a platicarle de sus grandes miedos, de lo que temía perder, entre las que estaba Valiente ya que había llenado de felicidad su vida.
No se percató, pero estuvo dos horas tendido en el suelo hablándole a su perro, el que sólo le respondía con movimientos de cabeza hacia los lados y agitando su cola en todas las direcciones que podía hacerlo.
Valiente estaba feliz porque su gran plan había dado resultado, sólo de esta forma; escondiéndose, había logrado acaparar la atención de su amo durante toda la tarde y no sólo eso, sino que confirmó que el cariño hacía su persona era más grande que la afición que el menor tenía por los videojuegos.
Una vez que Valiente escuchó todo lo que necesitaba oír, salió de su refugio, se paró en la falda de su amo y le lamió la cara, arrancando las lágrimas que en aquellos instantes bajaban por esas mejillas.
Dedicado a mi pequeño perrito, el que se fue al paraíso de los perros pero de seguro debe estar pasándolo guau guau.
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