Mírame, soy la poeta cavando la fosa en el cielo,
de brazos extendidos soltando gaviotas como flores.

Echando paladas de nubes blancas sobre tu serenidad.
La luna oscura y diestra de tu rostro ha detenido el tiempo.

Y el tiempo se me ha muerto también. Estoy de duelo.

Me dejo vencer sobre la orilla de esa playa imaginaria
en que nos conocimos. Trazan mis dedos la elegía de tus labios.

Soy una rosa roja que se siembra extrañamente en la arena.
Las olas bordean mis raíces; rumores de barcazas me acompañan.

Desde el puerto, mujeres cristianas inician la procesión,
rezan por ti sus oraciones. Yo, lejana, tan solo escucho.

Escucho el viaje del viento por el mundo que ha quedado vacío,
escucho la voz del hombre desde los cuatro puntos cardinales.

Al tiempo que la rama solitaria en su extremo desnudo se parte en dos.
Mi instinto de poeta te murmura una oración non santa: la de mi verso.