Una parca
“A mí, la más vieja,
hánme invitado ahora a hilar. Mucho hay que meditar sobre el tenue hilo de la vida”:
Átropos, la parca. (Goethe: Fausto. Segunda parte, acto primero)
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Ved este patio desierto, de arena amarilla, en el centro de un conjunto de edificios, también amarillos. Ved los árboles despojados sin otoño, grises y solitarios en el patio solitario y amarillo. Semejan hombres descarnados, o alambres de una prisión.
Las casas muestran pórticos y largos ventanales y claraboyas en el punto más alto de sus paredes; y cada claraboya parece un ojo humano que mira hacia el patio desolado. En los muros, rostros terribles: las costras del tiempo han dibujado en el encalado muecas y sarcasmos, ninguna sonrisa. Las sombras que el paso del día acentúan, suenan como ecos del viento; sombras como viento que silba entre las columnas. El patio polvoriento no guarda siquiera el trino de los pájaros.
¿Habrá alguna presencia humana en este escenario?
Pero allá, en una de las ventanas del edificio más distante, algo como una cabeza humana, encanecida, de mujer que mira hacia abajo y adentro de la casa, ignorando el patio seco. En la vastedad del eterno crepúsculo, la mujer parece atender su trabajo solitario: labrar minuciosamente los puntos de labor de un amplio tapiz amarillo.
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