Tal vez fue el calor el que me hizo sentir enojado con migo mismo, los libros y los escritores. En este caso no tienen nada que ver los intermediarios entre el escritor el libro y yo. Pero sí mucho la razón del enojo. Pensando en la entrega de los premios nobel de literatura me sentí defraudado porque parece descabellada la idea de entregar un reconocimiento como es este premio a una persona que solamente se dedicó a escribir la forma en que percibía el mundo al rededor de él o ella. Culpé a los libros de su imposibilidad de defenderse ante las preguntas que surgían de mi lectura, y pensé en la adaptación de alguna especie de pentagrama a los textos escritos para enfatizar cuando debería llevar más o menor velocidad la lectura, el tono de la voz, las pausas, el tiempo de lectura que nos debería tomar, y esas pequeñeces que a veces nos son imposibles averiguar con los pocos signos de interrogación y admiración.
Durante un momento me puse a pensar en estas cuestiones y decidí una medida un tanto drástica y muy precipitada: como le entregan premios a personas que se ponen a escribir sobre las propias percepciones del mundo, no veo ningún problema en no leer lo que estas personas dicen. Ellos no son nadie para obligarme a ver lo que ellos vieron en un momento, así que haré algo que ellos no se lo esperaban, preguntarle a las personas que ya leyeron su libro que me den su propia interpretación sobre el libro, y así, de preguntarle a muchas personas sobre la interpretación del libro, poder sentirme capaz de dar un concepto sobre la obra, pues al fin y al cabo todo se basa en eso, interpretación.
En esta empresa no alcancé a durar ni 2 días, pues después de un rato me pareció estúpida y dejé mis impulsos a un lado para profundizar en el verdadero sentido que tiene un autor para escribir algo. Además caí en cuenta que si bien son interpretaciones, no debo distanciarme de los escritores, pues es algo parecido a lo que hacemos cuando hablamos con alguien que sabe muchas cosas, además es el legado y herencia de nuestros ancestros españoles. En este momento es que me interesé por la averiguación de los métodos de escritura que ha tenido el hombre, pues estaba seguro que antes de las letras debería haber algo que no fueran letras, por ejemplo, los indígenas que no sabían escribir el abecedario, ¿cómo escribirían? y preguntas por ese estilo. Con lo que me he encontrado es con un mundo nuevo de percepciones, de métodos de conceptualizar las cosas, entre ellas unas formas que están constituidas de una forma tan bella y armónica que dan ganas de llorar viendo el lugar tan feo y opaco en que vivimos como es la ciudad. Aprendí a percibir lo que es bello. Lo que es lo humano. Lo que es lo divino. Lo que es el respeto. Lo que es la felicidad. Espero transmitir en este texto algo de esos sentimientos que pasaron por mi cuerpo y lo asombroso que podemos encontrar si miramos más para acá (porque al observar las cosas se acercan) de lo que ven los ojos.
¿Aló? Es lo que decimos para contestar. ¿que qué? decimos cuando no entendimos. Pero nos callamos cuando lo hemos comprendido. He llegado a la conclusión que el único propósito de la comunicación está enfocado y arreglado para evitar el olvido. Cuando tratamos de decirle algo a alguien no lo hacemos movidos para que nuestros actos sean tomados por alto en la mente de algo o alguien. Es decir, así sea para decir una incongruencia, lo hacemos por algo, y ese algo es ser recordados. Tanto si somos serios o enojados como si somos gritones o alegres, esa es la forma en que nos gustaría ser recordados. Esto es lo que hemos hecho desde siempre, tratar de mantener la recopilación de los hechos de algún evento y tratar de sintetizarlos para expresarlos por medio de palabras o representaciones.
Las formas son tan variadas y tan interesantes como importantes, que carecería de sentido rememorarlas ahora. Lo que considero realmente importante es advertir y llamar la atención sobre la necesidad de valorar lo hecho. ¿Cómo así lo hecho? Leyendo el libro de Eclesiastés y en especial el primer capítulo, pude entender un poco sobre las creaciones hechas bajo el sol, que no hay nada nuevo bajo él. Y es cierto. Nuestro propio lenguaje es a la vez herramienta creadora y es el que nos determina nuestro límite de abstracción y creación. Por más que tratemos de hacer algo nuevo, lo que haremos es repetir e imitar lo ya echo. Por esto hay que valorar lo poco que se ha inventado el hombre, porque es un trabajo bien difícil.
Esto nos conduce inmediatamente a la humildad y la admiración de lo ajeno a nosotros, no caer en mi error de olvidar lo que muchos trataron de dejarlo en la eternidad, sino buscarlo y tolerarlo.
Pero lo que es aún más asombroso es el poder de la palabra hablada. ¡Cuánto poder tiene! Permite persuadir a cualquiera. Y ¡Cuántas palabras gastamos en nuestras conversaciones sin sentido, esas de hablar por hablar! Economicémoslas. Ya quedan muy pocas palabras inteligentes que escuchar.
Fue esto lo que me permitió acudir al contacto con las comunidades indígenas, donde el respeto por la palabra hablada y las personas que la contienen es aún mítico, es decir, sagrado.
Pero ¿Qué recordar?
La perfección en la ejecución de los actos de nuestra vida debe ser lo memorable. Lo incompleto o desordenado no lo debe ser. Observemos lo perfecto de la naturaleza. Nunca se queja. Nunca se aprovecha de los demás, siempre busca lo mejor para todos, mas como es armonioso no necesita hallar la armonía. Lleva un orden que nos asombra. La parsimonia es la que nos lleva a la meditación y con esta podemos ver la sencillez con que resuelve sus problemas.
Hay muchas otras cosas que recordar, pero que para poder hacerlo tenemos primero que escucharlas de alguien que haya sabido escuchar. ¿Que si estoy apoyando mi hipótesis primigenia sobre el desecho de los libros y la apertura de los oídos a las buenas palabras? En parte. Me permito explicar: hay muchas cosas que valen la pena recordar, y así como hay tantas cosas hay los medios que nos ayudan a hacerlo. Estuve centrado durante mucho tiempo en un solo medio, la lectura, y no me arrepiento de haberlo hecho. Luego me dediqué solamente a la palabra hablada, y nunca la cambiaré. Pero es necesario hallar el equilibrio entre todas las formas existentes para aprender. Mezclar el antecedente español que es la lectura, como el diálogo ancestral de los abyayalenses. Juntar los procesos manuales con los orales, mostrando sus diferencias que son sus ventajas, pero no apartándolos. Entender que la eternidad desvanece cuando olvidamos. Mostrar y respetar la independencia de cada fuente de conocimiento, evitando la indiferencia.
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