El capitán Alf había quedado prendado de la princesa amante de su padre anciano; al mandarla a llamar para ofrecerle sus tesoros, ella sólo había esbozado una sonrisa. Su rostro inigualable recorría la cubierta del barco bajo la alucinación del bucanero que no cesaba de mirarla hasta que los labios se perdieron dentro de su boca. El mundo había dejado de existir para convertirse en otro de sus sueños victoriosos, detrás la noche despertaba para arrancarla de su lado y sin emitir palabra se marchó.

Ana Cecilia.








Ahora la princesa regresaba al barco para destrozar un corazón pirata, el capitán Alf rogaba por su vida recorriéndola con la mirada. Ella se mojó los labios recogiendo su pollera hasta los pies mientras su sinuoso escote angelical avanzaba hacia aquel rostro. Después el oleaje se detuvo en un minuto eterno; el imperio bucanero había sido derrotado con una dosis doble de femineidad y una boca predispuesta... Aún no existían los trasplantes penianos. Tras la muerte de su padre, los tesoros fueron eternamente de ella.

Ana Cecilia.