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MI SOLEDAD

La calle está vacía, cubierta por una espesa neblina que apenas deja ver. Un quiltro husmea por la vereda afuera de la casa de Soledad Espina, deliberando entre seguir su lento recorrido o seguir dando vueltas por esa cuadra, donde algo le llama la atención. Soledad mira por la ventana del Segundo piso de su casa con la cara apoyada en su mano, pasando la otra lentamente por sobre las barras que tapan la pequeña ventana. Mira con una cara extraña, torcida de una manera que expresa su aislamiento y también un profundo anhelo.
Hace un año y medio, más o menos, que Soledad habita esa fría casa sin ninguna posibilidad de salir. Roberto, su marido, un psicópata frustrado, la había atrapado en su propia casa. Hay muchas tentaciones ahí afuera, decía cuando Soledad protestaba. Su Mirada amenazante y media loca la intimidaba hasta el punto de no protestar. ‘Quién sabía lo que haría si trataba de escapar? Roberto le tenía cellos hasta al viento que jugaba con los cabellos de soledad cuando ella se asomaba de la ventana. Veía sombras de amantes en el movimiento de las hojas en los árboles, y tenía que cuidar a su Soledad de estas tentaciones. Porque en verdad era suya, solo suya.
Roberto trabaja en su oficina, en el primer piso, pero mira de reojo la pantalla de un monitor conectado a la cámara que vigila a Soledad en su pieza. É les un más bien exitoso diseñador de software que hace todo desde la casa.
Volvamos, mejor, a Soledad. Su aliento se esfuma por la ventana traspasando las barras con facilidad. Si tan solo ella fuera como ese frío aire, traslúcida y efímera para poder escapar. !Maldito aire, maldito quiltro que se burla de su encierro! Una ola de enojo la recorre, y se da media vuelta para recoger un marco de fotos vacío de su cómoda, la que comparte con Roberto. El marco vuela por la ventana y da en la vereda a metros del perro, rompiéndose en mil espejos que reflejan mil veces al perro. Éste mira con ojos asustados alrededor y decide por fin abandonar ese lugar, por si hubiera más marcos cayendo del cielo. Se escapa ágilmente y Soledad lo ve doblar la esquina en silencio rabioso. Un pájaro vuela encima de la ventana. Para su fortuna, no hay otro objeto pesado para tirar al alcance de Soledad, pero su sangre hierve con más rabia aun. Ya no soporta más este maldito encierro. Aparte, que derecho tiene Roberto, se pregunta, para mantenerla atrapada. ¿Con que autoridad, con que fuerza, no la deja salir? Baja corriendo las escaleras, y al pie de éstas se detiene. Al final dobla a la cocina, revuelve en mil cajones cegada por la desesperación, y al final da con el enrome cuchillo de chef. Llega a la oficina de Roberto como un remolino de enojo y sin ninguna sutileza ni rodeo comienza a gritar:
-¡A ver, Roberto, ya estoy chata de quedarme acá encerrada por culpa tuya, así que ahora mismo le sacas la llave a la puerta y yo me voy de acá!
Roberto la mira sorprendido por un Segundo, pero después parece entender y sus ojos brillan con una luz infernal. Su voz es lenta y controlada, pero debajo hierve como lava una violencia incontrolable.
-¿Ves Sole? Si yo sabía. Por que razón quieres salir, me pregunto… ¿Será porque tienes un amante? Sí, sí, sino te quedarías contenta acá conmigo. Soledad, tú ya tienes dueño, y ese soy ¡Yo! – con esa última palabra se tira encima de ella y con una mano temblorosa le quita el cuchillo. Las manos de Soledad se tornan frías como dos cubos de hielo y se ve incapaz de pelear por el cuchillo.
-Ahora, ándate a la pieza, Soledad, y no me interrumpas más. – dice Roberto una vez sentado en su cómoda silla. Soledad sube a la pieza y cuando llega cierra la ventana con fuerza. Se recuesta en la cama y mira al techo fijamente, perdida ya toda esperanza.
Menos una, quizás. Mira hacía el ojo atento de la cámara, y luego a su velador, donde reposa inocente un frasco de remedios. Se para lentamente, y se pone al frente de la cámara. Le hace un pequeño gesto en señal de saludo, y abre el frasco lenta y deliberadamente. Abajo, Roberto interrumpe su trabajo nuevamente y observa estupefacto la pantalla de la cámara.


Julio, 2005

Texto agregado el 21-08-2006, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-10-2006 ¡hola! pues es una historia que me ha gustado mucho, retomas el suicidio que es una maravillosa alternativa para escribir, los errores q encontré fue que la narración resulta genial, pero los dialogos resultan un tanto escasos, me refiero a que en el momento en q los involucras utilizas palabras que quiza pertenecen al realismo d tu cuento pero que resultan extrañas al observar tus descripciones anteriores, creo que llevas muy bn el desarrollo d la historia, aunq el final fue algo rápido en general me gustó bastante la forma en q narraste todo, xk es fantastico encotnrar cuentos kon temas tan vistos y k en el estilo d cada escritor resultan únicos, ojala subas más textos pronto, Un abrazo;) pamela_loubet
21-08-2006 me ha parecido un cuento que no está para nada mal escrito, es pobre el final porque se suicida, y quizás la he visto sufrir poco, almenos en las letras. Yo la hubiese hecho desaparecer de la casa, renunciar a su existencia, incluso sin pasar por el suicidio, ya se, la combustión espontanea, habria un personaje añadido entonces, el mismo misterio de la combustion espontaena añade un personaje psíquico y no hubiese kedao vacia la historia. un beso, y perdon si te ofendo al criticar el cuento. un super animo a ke sigas inventando situaciones neuroticas vladeemer
21-08-2006 La historia resulta interesante... el fondo deja un aire de angustia e impotencia... duele, pero se lee y deja algo en que pensar. Un abrazo. Thais
 
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