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.... Continuación

En el camino a su casa, no puede dejar de pensar en su larga carrera como ministro, casi tres décadas, dedicado con humildad al bienestar de su rebaño. Siempre se mostró agradecido ante El Señor por las bendiciones de la maternidad y la paternidad, siempre. ¿Cuándo fue la primera vez que aconsejó a una pareja joven sobre la bendición de tener hijos al comienzo del matrimonio? Vagamente lo recuerda. Pero ha seguido haciendo esto por todo este tiempo, con varias generaciones, y siempre ha aceptado con júbilo su papel, y las responsabilidades que éste conlleva. La congregación se había multiplicado, de manera permanente, durante los últimos dieciocho años bajo su liderazgo, para satisfacción suya. Grupos de familias, madres solteras y viejos amigos, habían crecido espiritualmente bajo su conocida guía y consejos, o al menos así lo parecía; y ahora… esto.

Si las posibilidades de que un rayo caiga dos veces en un mismo lugar, parecía estar muy lejos de ser una ocurrencia insólita, ¿Qué podría decirse si en realidad hubiese caído más de una vez… muchas veces más?

El cuestionarse esas cosas, no es en sí mismo el mejor instrumento que él podría utilizar en su discurso para la reunión con el resto de su equipo, o para el sermón del próximo domingo, pensó. Necesitaba algo más útil, e incluso más sabio… pero ¿qué?

****
Laura revisó la lista de presencia al servicio dominical de la semana anterior. Contó aproximadamente sesenta y cinco miembros, la mayoría adultos, familias con, por lo menos, tres hijos de menos de dieciséis años. Los estudiantes de su clase eran catorce, ocho de ellos estaban ausentes. Sólo los más jóvenes asistieron, pero ella se sentía tan distante de sus alumnos. Y por más que trató de disimularlo, no se pudo concentrar y prefirió dejar salir al resto de la clase, unos minutos más temprano que de costumbre.

Magda, la madre de dos de sus estudiantes, se paró a un lado de la puerta, mirándola mientras ella hojeaba las páginas de su cuaderno de apuntes. Laura no la vio, hasta que Magda le habló, sorprendiéndola con sus comentarios:

“¿Es descorazonador, no es cierto?”
“¿Perdón, cómo dice?”
“Todo esto que acaba de pasar. ¿Es muy descorazonador, no es cierto?”
“Ah, eso. Sí, por supuesto. Es un poco descorazonador, seguro, pero El Señor nos dará consuelo. El no nos desertará.”
“Pues por lo pronto, su clase ya está desierta, Miss. Digo, sin ofender, pero…”
“Entiendo lo que quiere decir, pero no me refería ese tipo de deserción, Magda. Usted sabe… esto ya es en sí, demasiado difícil tal como está. Así que por favor…
“Sí, tiene razón. Lo siento. Pero debe usted saber que ya las cosas no podrán seguir igual, a partir de ahora”.
“¿Y qué es lo que está tratando de decirme con eso?
“Ah, eso…no es nada. Pero no lo tome tan a pecho. Tengo que irme, sólo vine a recoger a mis hijos. Hasta pronto”.

Magda salió del salón, dejando sola a Laura, inmersa en sus propios pensamientos. El espacio abierto de la clase parecía grande, más grande aún, incluso intimidante. Como si llenarlo de nuevo fuera una nueva ardua y difícil tarea, dudosamente a ser completada en poco tiempo.

Ella se dio cuenta que, tal vez, estaba perdiendo su fe, paulatinamente. No en sus estudiantes, obviamente, pero en sus enseñanzas, ahora que notó un cambio repentino de actitud en ellos. Algunos de los adolescentes lucían incluso diferentes; tal vez más maduros físicamente, más liberales. Recuerda entonces cuando la noticia llegó a ella, como una ráfaga de viento helado, que la consternó visiblemente. Un gran número de ellas habían resultado embarazadas. No sólo una o dos a la vez, sino una después de la otra, ocho de ellas en total en un período de cuatro meses. ¡Ocho de ellas! ¿Cómo era posible? ¿Por qué tantas? ¿Por qué sus estudiantes?

****
Era casi el anochecer cuando el ministro salió de su oficina. En el camino a casa, detuvo su viejo Mercedes 280, de color verde oscuro con los interiores de piel desgastados, justo en frente de la casa de los Richardson’s. Apagó el motor y en silencio ofreció una oración antes de dirigirse a la puerta principal de la casa. Llamó a la puerta con toquidos lentos pero firmes. Nadie contestó. Tal vez no había necesidad de ello. El ya conocía la razón. Sin embargo, aún tenía la esperanza de estar equivocado con respecto a ellos.

Se devolvió hacia su auto minutos después, trastabillando, respirando pesadamente, casi sofocándose. Todavía no era muy tarde, faltaban algunas cosas por hacer. "Trataré de hablar con los Johnson’s, los Wellington’s, los Dukakis’, o mejor aún con los O’briens’. Tal vez alguno quiera hablar… tal vez quieran escuchar"—Esperaba de ellos con vehemencia, pero no lo hicieron.

****
Matty, la secretaria, sacó la lista de miembros, los más activos y aquellos que no lo eran tanto, dentro de las labores de la iglesia. El mitin con el ministro, Miss Laura y el Consejo de Padres de Familia era un mitin de emergencia; debía tener lugar, pasara lo que pasara.

Miss Laura, los miembros del Consejo y el ministro llegaron temprano esa tarde. Los miembros del Consejo de Padres ya estaban ahí, esperando en la oficina. Los padres de las ocho jovencitas que resultaron embarazadas, también fueron invitados. No era de extrañarse, pero no se presentaron; ninguno de ellos. No obstante, el mitin tuvo lugar con los pocos que se encontraban ahí.

Era un programa muy interesante el que el ministro había diseñado conscientemente, hacía tres décadas, para los adolescentes. Comprendía una buena cantidad de actividades para mantenerlos ocupados, supuestamente, para prepararlos a convertirse en jovencitas y jovencitos virtuosos; pilares firmes para la edificación de grandes familias, o al menos era lo que se esperaba.

Dichos programas escasamente se revisaron para sugerir algún cambio a lo largo de este tiempo. Habían probado ser la guía adecuada para crear y mantener, exitosamente, hogares y familias felices en su congregación, hasta entonces. La mayoría de las familias florecieron con vástagos bendecidos, los mismos que engrandecieron su rebaño. ¿Para qué cambiarlos? La constante erupción de paternidad era celebrada, cada vez, con la misma alegría con la que se celebraba la maternidad en una primeriza. Por años la hermandad ha disfrutado la cercanía y las ventajas de tener a los demás miembros de la iglesia como una gran parentela. Sí, ciertamente hubo desacuerdos entre las parejas algunas veces, pero nada que no pudiese arreglarse con consejos, entendimiento y oración—pensaba remarcar él, ante su pequeña audiencia.

Sin embargo—pensó para sí mismo—, en estos últimos meses, los vástagos de su congregación descubrieron, en grande manera, los placeres escondidos en la naturaleza del pecado original, ese que es heredado al momento de nacer. Y ellos, sarcásticamente, parecían estar caídos de la gracia, hundiéndose irremediablemente sin remordimiento alguno, sin pena ni gloria. “¿Cómo podría explicarse ahora, después de lo que ha pasado, la vasta diferencia entre llevar una vida recta de procreación espiritual y vivir irresponsablemente bajo el dominio de esa antigua “naturaleza pecadora?”. Las jovencitas, irónicamente, parecían divertidas asistiendo a las fiestas de “baby-shower” de cada una de sus otras compañeras, como si fuesen despedidas de soltera. Los jóvenes, contrario a lo esperado, emprendieron la graciosa hida. Simplemente desaparecieron cuando se dieron cuenta que pronto serían padres.

“¿Podrían ellos estar equivocados, todos? ¿Los valores que yo les he estado enseñando todo este tiempo, han estado equivocados? ¿O sólo soy yo el que lo está?”—Se pregunta.

El viejo ministro comprendió, finalmente, que había llegado el tiempo de evaluar sus propias creencias y convicciones, hoy más que nunca. Especialmente ahora, que su rebaño había registrado un aumento considerable en los últimos años, y la oposición lo estaba golpeando duro, y sin duda alguna, maléficamente. ¿A quién se puede culpar?

En lo que respecta a los nuevos críos, que en poco serán entregados en sus manos para proveerles un cuidado y guía apropiada, la que seguramente merecen por ser también hijos e hijas del Altísimo, él no sabría más cómo enseñarlos.

“La batalla está muy lejos de haber terminado—dijo a su pequeña audiencia—, y no lo estará por un buen tiempo o al menos no en esta vida. Tal vez yo no vea su fin, en la carne, pero lo que sí puedo saber es que éste rebaño debe de prepararse para lo que ha de venir. Los valores familiares y sociales tradicionales estaban en su apogeo en nuestra congregación cuando me convertí en ministro, hace ya algunas décadas; pero los tiempos han cambiado, y deberán también cambiar nuestras expectativas.

“Después de un concienzudo análisis—dijo, con voz apagada, mirando a los miembros del consejo—, he llegado a una decisión y quiero compartirla con ustedes—carraspeó. Creo que ha llegado el tiempo, para mí, de partir y dejarle mi lugar a otro.”

Los asistentes miraron con asombro al viejo ministro. Ninguno de ellos emitió sonido por algunos instantes. Solamente cruzaron sus miradas entre ellos, sabiendo que ahora estarían de frente ante esa nueva adversidad… solos.

©Raymond

Texto agregado el 21-08-2006, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-08-2006 Tu historia, no tiene sorpresas para mì. Describes situaciones actuales dentro de tantos templos y congregaciones. Dentro de tantas familias y... ¿Quien tiene la respuesta? ¿quien carga con la responsabilidad? ¿todos hemos desertado? no... espero que n o. Un texto que se lee cansado, distinto a lo que te he leido. Te siento cansado en la narraciòn. Quizas es lo que quisiste transmitir. No sè. luccas
 
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