“EL Paraíso jamás será paraíso a no ser
que mis gatos estén ahí esperándome.”
Epitafio en un cementerio de animales
“El gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, coraje
sin ferocidad, todas las virtudes de los hombres sin sus vicios.”
Lord Byron
“Existen dos medios de refugio de las miserias de la vida:
la música y los gatos.”
Albert Schweitzer
Era aquella época en que las altas y hermosas edificaciones egipcias dejaban que el sol reflejara su esplendor cada amanecer, mostrando un día más de gloria para el imperio.
El sol adornaba el fondo del paisaje día a día dibujando la sombra de las palmeras sobre la extensa arena del desierto.
En aquella época existían esclavos y emperadores, existían nobles y pobres… y existían Dioses.
Todo aquello que era importante era alabado, y todo aquello que causaba mal era despreciado.
Existieron en algunos años grandes plagas, y las mas significativas fueron causadas por ratas y ratones.
Fue en esos años que llegaron los gatos y acaba ron con los roedores y, desde el punto de vista de los egipcios, con el mal.
Fue sí como el gato fue adoptado como Dios, fue cuidado, fue tratado, fue alabado como tal.
Es sí como Rohimé era tratado. Tenía él muchos sirvientes, todos le daban comida, lo acariciaban, lo peinaban, lo bañaban...
Cuando lo dejaban solo, Rohimé paseaba por las arenas del desierto; círculos de aire envolvían la arena y él los veía y jugaba con el viento.
Gustaba de escalar las pirámides y observar su hermosa ciudad desde las alturas, como sólo la podían ver el sol, la luna, las nubes, las estrellas… y los gatos.
Fue entonces que llegó el día de la muerte de su dueño, según los humanos, pero como Rohimé era gato, y nadie es dueño de un gato, lo veía como su amigo, su hermano.
El hombre había deseado ser enterrado con su gato, pero al ver la hermosura de éste, la gente no había podido matarlo y decidieron congelarlo, para que así, un día, volviera a la vida.
Despertó el gato después de millones de soles salientes; se levantó buscando la magnificencia de su ciudad, pero esta yacía vacía; solo el viento rompía el silencio de la amargura del desierto.
Rohimé caminó, caminó mucho, caminó largo tiempo, caminó solo. Llegó entonces a una civilización distinta, con ruidosos autos y edificaciones largas y rectangulares que soltaban humo.
Había salido de su ciudad cuando la silueta del sol apenas se asomaba por el horizonte, y había llegado a la extraña ciudad cuando la luna ya había expulsado al sol del cielo.
Al llegar, le pareció que el lugar era bello, pues, aunque no se parecía a su hermosa ciudad, tenía un beneficio, las estrellas alumbraban el cielo y la tierra, era algo que no había visto jamás.
Se adentró en la ciudad y la fue observando.
No era tan hermosa como parecía, había objetos malolientes tirados por los pisos, y había poca arena; las estrellas, que se escondían en pirámides muy pequeñas y mal construidas, no eran tan hermosas como siempre las había observado a lo lejos en el cielo negriazul.
Desde las arribas de los montes, antes de llegar la ciudad, había observado algo hermoso, pero de cerca no lo era, además las altas pirámides cúbicas tapaban la luna, quienes las habían construido definitivamente no habían pensado en eso.
Estaba cansado, tenía sueño; entonces, buscó alguien que le dejara dormir bajo su techo.
Maulló y maulló, pero lo único que recibió fueron gritos, zapatos, insultos.
Le extrañó que los humanos no fueran amables siempre los había considerado gentiles, sonrientes, alguien quien respetar, pero ahora eran groseros y exigían respeto, pero no respetaban.
Se entristeció, supuso que la gente había abandonado la ciudad, y con ella su forma de ser, la había olvidado con las pirámides y se había así apartado de todo lo bello.
Fue entonces que Rohimé no quiso ser como ellos, regresó a sus pirámides, a l a soledad bella del desierto.
Hoy en día habita en las mismas pirámides que hace muchos años; las vigila, las cuida; observa desde lejos a los turistas, se acerca a ellos buscando la personalidad mágica que parece extraviada; algunos la han recuperado, muchos otros no.
A aquellos que son buenos y han recuperado la magia, les brinda obsequios, siendo amigo del desierto y ayudado por el sol, los deja revivir el misticismo que algún día cayó sobre su magnifica y maravillosa ciudad: Egipto.
Egipto de estrellas, Egipto de hombres, Egipto de maravillas, Egipto de soles, Egipto de gatos.
Carla Alejandra González de Pedro
|