EL CORAZÓN DE LA MONTAÑA
Por Víctor H. Campana
“Usted está cordialmente invitado a la fiesta de cumpleaños de nuestra hija Dorothy”, dice la invitación que recibí en el correo hace tres días de Carlos Vinuesa, mi buen amigo y compañero del Centro de Entrenamiento de Yoga. Incluido vino un mapa que indica la ubicación del lugar donde se va a efectuar la fiesta. Veo que está al este de la ciudad, unos pocos kilómetros fuera del perímetro urbano, no lejos de donde yo vivo. No tengo ninguna dificultad para encontrar el lugar. La casa está en una área aislada pues no hay ninguna otra residencia en lo que alcanza la vista. Es una casa bastante grande, de dos pisos, con techo de tejas, porche amplio con una entrada de dos puertas estilo francés y garaje para tres carros. Un jardín bien cuidado que se extiende desde el frente a los dos lados de la casa, refleja las manos hábiles de un jardinero en la combinación de rosales y otras flores y plantas. Detrás de la casa hay un patio enorme con piscina. Dos caminos asfaltados se cruzan en este lugar. Uno, Foothill Road, corre horizontalmente a lo largo del pie de la montaña, de norte a sur y el otro, Mountain Road, sube por el costado de la montaña hacia la cima de la misma, de este a oeste. La residencia está ubicada en la esquina suroeste de los caminos.
Llego unos quince minutos antes de la hora indicada, me estaciono a un lado del camino frente a la casa y decido esperar por un rato antes de entrar. Varias parejas llegan a intervalos cortos. Todos los invitados vienen formalmente vestidos. Cuando creo que ya todos han llegado, entro y me encuentro en una amplia sala de recepción. Hay por lo menos unas cuarenta personas en grupos de tres o cuatro hablando entre sí. Unos están tomando y otros comiendo algo. Una suave música pone un fondo agradable en el ambiente.
Dos amigas mías del Centro de Entrenamiento de Yoga, Gail y Michelle, están paradas entre la mesa del bufete y el bar, conversando y riendo. Voy hacia ellas, saludamos, nos abrazamos y me junto a la conversación. Unos veinte minutos después el volumen de la música se eleva y todo el mundo se calla. Algo sorprendente ocurre. Extasiados miramos cómo las notas musicales descienden desde el segundo piso, a lo largo de la escalinata, forman un círculo y quedan guindando del tumbado como una cinta con banderines multicolores.
Esta agradable sorpresa antecede a la presencia de la cumple-añera, una linda muchacha de dieciséis años, vestida enteramente de blanco, alta y delgada, con una diadema de perlas que resaltan sobre su cabellera negra, quien desciende la escalinata rítmicamente como otra nota musical. En silencio y llena de admiración, la atención de la concurrencia se fija en la muchacha que se detiene en el tercer escalón y moviendo su mano derecha en forma de saludo dice, "Buenas noches a todos". Como en acuerdo unánime, la concurrencia responde, “¡Feliz cumpleaños, Dorothy!” Los padres de Dorothy que la esperaban al pie de la escalera, la llevan entre los dos para presentarla personalmente a los invitados.
La orquesta toca un valse vienés, el padre de Dorothy la invita a bailar y los demás formamos un círculo para mirarles y aplaudirles. Luego el baile se generaliza. La fiesta se desarrolla con mucha alegría y todos nos hacemos amigos. Unos minutos después de la media noche, Gail dice que tiene que retirarse y Michelle y yo la acompañamos a la salida. No hay luces eléctricas en la calle pero hay bastante claridad porque es noche de luna llena. Gail dice que no vino en carro porque ella vive sólo a un par de kilómetros siguiendo el camino de la montaña. Debe ser en alguna curva porque desde donde estamos no se ve ninguna casa. Michelle y yo nos ofrecemos nuevamente para acompañarla y ella acepta encantada.
Hemos caminado ya como unos dos kilómetros y no hay ninguna casa a la vista. De pronto Gail se detiene y dice, “Es aquí”, señalando una puerta angosta de madera oscura en el costado de la montaña, detrás de unos arbustos que casi la esconden.
Ante esta indicación, Michelle y yo nos miramos sorprendidos. Mentalmente yo digo, “Esta mujer vive en una cueva”, recordando las cuevas habitadas que vi en España viajando en auto de Murcia a Granada. Antes de que pudiéramos decir algo, Gail abre la puerta y nos invita a entrar. No podemos resistirnos. Entramos y nos encontramos en un patio enorme frente a un imponente edificio que parece un templo Hindú con fachada dorada y dos entradas como a veinte metros una de otra, con puertas que parecen de madera de caoba labrada. La puerta a nuestra derecha que debe ser la entrada principal es como cuatro veces el tamaño de la otra. En el patio hay dos fuentes cuadradas en el centro de jardincillos circulares y con bancas alrededor.
Parados entre las dos fuentes, Michelle y yo nos preguntamos simultáneamente, “¿Qué es esto?” En realidad entramos en la montaña pensando que entrábamos a una cueva, pero aquí el espacio está abierto sobre el templo bajo un cielo limpio y claro, tan claro como el cielo que dejamos afuera.
—Espérenme un momento, por favor —dice Gail—, voy a abrir la puerta del Monasterio.
Cuando ella se va por una puerta pequeña contenida en la puerta principal, me doy cuenta que en realidad son dos edificios, uno pegado al otro. Unos minutos después Gail aparece por la puerta pequeña y nos invita a pasar. Entramos a un atrio ancho, alto y largo. Este atrio de unos seis metros de ancho, cuatro metros de alto y por lo menos unos cuarenta metros de largo, tiene piso de madera y las paredes cubiertas con láminas de cedro. No hay luces eléctricas pero todo el interior está iluminado. La luz del exterior se filtra a través del tumbado cubierto por una lamina blanca, densa y transparente. A medida que caminamos pasamos frente a varias puertas a los dos lados del atrio. Unas puertas están semiabiertas y es fácil observar que son salas de clases o conferencias por la gente que hay dentro de ellas.
Gail nos lleva a una pequeña sala iluminada como el atrio, el piso cubierto con una alfombra azul y las paredes con láminas de cedro. Indicándonos los cuatro sofás de madera que forman un círculo pero separados entre sí, nos invita a que nos sentemos con ella por un momento. Preferimos sentarnos en el suelo en el centro de la sala. En una de las paredes hay un cuadro grande con la pintura al óleo de un Maestro Vairagi, un adepto místico de los Himalayas. El ambiente está cargado de una poderosa energía cuyas vibraciones penetran todo el cuerpo y nos induce al silencio y la contemplación. Permanecemos allí por varios minutos saturándonos física y mentalmente con la energía en que estamos sumergidos. Cuando abrimos los ojos y volvemos a mirarnos, Gail dice que es hora en que ella debe retirarse. Nos agradece por la compañía y nos invita a que nos sintamos como en nuestra casa y que miremos libremente el monasterio. Dándonos un abrazo, Gail dice, “Les aseguro que van a tener una experiencia profunda e inolvidable. Buenas noches.” Absortos y sin palabras la vemos caminar grácil y livianamente hacia la puerta posterior de la sala y desaparecer como una visión.
Hay un entendimiento mutuo entre Michelle y yo. Sin ninguna lucubración mental, nos sentimos como si nosotros fuéramos también parte integral de este extraño lugar y tranquilamente volvemos al atrio y salimos por una puerta que se abre a un enorme patio. Parece que nos encontramos en el centro interior o el corazón de la montaña. Cuando salimos de la recepción de cumpleaños eran minutos después de la media noche, pero ahora, en el patio del Monasterio es una mañana con sol. Desde aquí vemos, sobre el costado derecho, la parte posterior del templo, una gigantesca construcción de piedra como la de un castillo antiguo, pero conservado como si fuera nuevo. El patio está rodeado por una cerca de hierro de más de un metro de alto. Cruzamos el patio y cuando llegamos a la cerca descubrimos que estamos en un mirador elevado sobre una extensa planicie dividida en cuatro secciones con altas cercas de madera formando un semicírculo frente a una plazoleta adoquinada al pie del monasterio. La primera sección de la derecha es un establo de caballos. En cada una de las siguientes secciones hay seis edificios similares de dos pisos en hilera, separados entre sí por anchas veredas y rodeados de jardines con árboles y fuentes. La extensa planicie detrás de los edificios y el establo es un campo de aviación donde hay una veintena de naves aéreas. Bajamos por una escalera de piedra de unos veinte metros de largo y vamos hacia la sección de los caballos. Aquí hay un establo con capacidad para unos cincuenta animales y una pista circular para equitación. Un hombre aparece halando un caballo que luego lo monta y comienza a galopar alrededor de la pista.
Siento que alguien nos está guiando. La fuerza de su presencia invisible es completamente dominante y nos sometemos a ella. Así guiados entramos al establo y nos dirigimos hacia una salida del lado izquierdo. Abrimos la puerta y nos detenemos para ver lo que parece un campo deportivo donde un pelotón de hombres está en entrenamiento gimnástico.
—¿Les gustaría montar un caballo de carreras? —pregunta el guía.
—Sí, me gustaría, pero preferiría embarcarme en una máquina voladora —le respondo.
—Yo prefiero caminar —dice Michelle.
Aunque el diálogo es mental, la comunicación es clara como si estuviéramos hablando a viva voz.
Entonces el guía nos lleva a la siguiente sección y ahí, frente a los edificios, veo que son más grandes y altos de lo que parecían vistos desde el distante mirador. Todos tienen paredes blancas, grandes ventanas de un cristal azulado y entradas con puertas dobles de una madera que parece roble y todas están abiertas. Nos dirigimos hacia la puerta de salida al campo de aterrizaje y desde allí vemos los aviones que son de diferentes tamaños y formas extrañas. Unos son redondos como platillos voladores y otros como aviones jet militares, pero sin alas.
—Para que puedas volar en una de esas máquinas necesitas obtener una licencia. Ve allá y ahí te la otorgarán —dice el guía indicándome el primer edificio frente a nosotros en cuyo frente hay un letrero que dice: CLUB DE VUELO PADMATMIK.
—¿Podría obtener alguna información sobre las máquinas voladoras antes de ir por la licencia? —le pregunto.
—Este muchacho te dará toda la información que necesitas —dice señalando un muchacho de unos diez años de edad, pequeño y delgado, de piel blanca y cabello negro que aparece de pronto ante nosotros.
Tengo la impresión de que el guía se ha ido dejándonos bajo el control del muchacho. Obedeciendo a un impulso, tomo al muchacho por la cintura, sin mayor esfuerzo, pues lo siento extremadamente liviano, lo coloco sobre mis hombros y vamos por una ancha vereda con baldosas azules con un círculo blanco y una estrella dorada en el centro de cada una, que corre a lo largo y alrededor de los edificios. A medida que caminamos, el muchacho explica:
—Esas máquinas voladoras son impulsadas por energía cósmica, capaces de volar a tremendas velocidades. Son vehículos espaciales. Yo pertenezco al Tirkya Pad - Club de Vuelo y viajo frecuentemente.
—¿Qué significa Tirkya Pad? —le pregunto.
—Significa Plano Astral —responde.
Su respuesta me deja perplejo. Le sacudo las piernas bruscamente y le pregunto,
—¿Dónde estamos ahora? Dímelo, por favor.
El muchacho comienza a reírse a carcajadas y se agarra de mi pelo para no caerse. Luego responde,
—Estamos en Tirkya Pad.
Algo así lo temía. Tenía la impresión de que al entrar a la montaña habíamos entrado a una dimensión diferente, pero no me imaginé que estaba en el Plano Astral. Sin embargo, para salir de duda, le digo al muchacho,
—Tú estas bromeando, ¿verdad?
—Por supuesto que no —responde—. Pero no se preocupen, este es un gran lugar. Puede parecerles misterioso o sobrenatural, pero una vez que lo conozcan verán que aquí existe todo lo que existe en el mundo de donde ustedes vienen. Ustedes simplemente son otras dos personas afortunadas que han llegado a este plano en forma muy simple, sin que les cueste ningún esfuerzo.
Reflexiono sobre lo que dice el muchacho y veo que está en lo cierto. Ahora comprendo claramente la situación mía y de Michelle desde el momento que entramos a la montaña. Pensándolo de nuevo, me sorprendo por qué no le preguntamos a Gail acerca de este lugar en el momento mismo que entramos aquí o antes de despedirnos. La explicación se presenta clara ahora. Las sorpresas iniciales que tuvimos momentos antes y luego de cruzar la puerta de la montaña, simplemente se desvanecieron como por encanto. Después todo comenzó a desarrollarse como una experiencia perfectamente natural y normal. Pero estoy seguro que habremos de preguntarle a Gail muchas cosas cuando la volvamos a ver. Ahora que sé positivamente donde estoy, me siento tranquilo y hasta diría que alegre y feliz, pero sin deseos de ingresar al club, de modo que me detengo frente a la entrada del Club de Vuelo y le digo al muchacho,
—Cambié de idea acerca de mi intención de ingresar al club. Por supuesto que me gustaría volar en una de esas máquinas, pero definitivamente no deseo hacerlo hoy.
—Hiciste una buena decisión, porque no estás listo para esa clase de experiencia —responde.
—Dime algo sobre Tirkya Pad para entender mejor este lugar —le digo.
—Está justo sobre el plano material, que es de donde ustedes vienen y es muy grande y luminoso. De este plano fluyen las corrientes de luz astral que crean y mantienen los mundos del universo. Ustedes han llegado, como muchos otros seres afortunados, a uno de los tantos templos de Sabiduría Divina que aquí existen. Así como en la tierra, aquí hay lugares turísticos interesantes como el Jardín Botánico que contiene todas las plantas imaginables y el Museo Astral donde se encuentran las invenciones presentes y futuras del mundo material.
—¿Cómo es eso de presentes y futuras? —le pregunto.
—Es muy simple —responde. Todo lo que ha creado la mente humana y lo que va a crear, aquí ya existe. Cuando la visión del individuo penetra en el museo del plano astral, consciente o inconscientemente, capta el objeto que tiene afinidad con su mentalidad y luego lo reproduce materialmente. El resultado es una nueva invención.
—¿Qué hay en este monasterio además de las naves espaciales? —le pregunto.
—La biblioteca —responde. Es algo que deben mirar. Está en el siguiente edificio. Vamos allá.
Entramos a un vestíbulo amplio y alto con piso de mármol blanco que da acceso al salón principal de la biblioteca. Dos escaleras rodantes conducen al piso superior. Pensé que íbamos a entrar a un lugar monumental cubierto de libros y nos encontramos con algo relativamente simple. Calculo que la dimensión de este salón es de unos treinta metros de frente por treinta metros de fondo, lleno de escritorios individuales con pantallas planas de computadoras de por lo menos veinte y cinco pulgadas. No veo libros por ningún lado. El muchacho explica que todo esta computarizado y lo primero que tenemos que hacer es activar la computadora. Cuando Michelle se sienta ante una computadora, yo pongo al muchacho en el suelo y también me siento frente a una pantalla, la toco para examinarla y ésta se enciende y aparece una lista de idiomas en orden alfabético. Al pie de la pantalla hay un teclado pero está todo en blanco. Usando un puntero que guinda de un costado de la pantalla recorro la lista de idiomas y presiono en “Español” e inmediatamente se enciende el teclado con todos los signos del alfabeto español y en la pantalla aparece un directorio completo de información. Presiono en la palabra “Tópicos” y luego “Literatura” y “Autores” y aqui surge un abecedario. Presiono en la letra “A” e instantáneamente muestra una lista con miles de nombres. Luego presiono la letra “H”, recorro la lista y presiono en “HUGO, VÍCTOR”. Bajo este nombre hay tres subtítulos, “Biografía”, “Comentarios” y “Obras”. En la lista de obras presiono en “Los miserables” y surge la figura de un libro de pasta dura con el título del libro y el nombre del autor. Al pie hay una flecha que apunta a la derecha. Presiono la flecha y el libro se abre. Al pie de la página hay dos flechas apuntando a derecha e izquierda que son para avanzar o retroceder. Recorro con la vista la página y cuando miro a la flecha de la derecha, la página cambia a la siguiente. Esta acción elimina el uso del puntero. Lo sorprendente es que al recorrer el texto con la mirada, sin detenerme a leer las palabras, absorbo el contenido total de la página en cuestión de un par de segundos. Mi atención se concentra y así voy de página en página cada vez más rápido y termino de leer el libro en menos de cinco minutos. Luego leo “El Conde de Montecristo” de Alejandro Dumas y “Fouché” de Stefan Zweig. Al terminar la lectura cierro el libro y observo que aun tengo el puntero en mi mano, entonces lo retorno a su lugar y al tocar con los dedos la pantalla, ésta se apaga y también el teclado que no tuve necesidad de usarlo. Esta fantástica experiencia me hace pensar en la enorme cantidad de conocimiento que es posible adquirir en este ambiente en poco tiempo. Tengo intención de encender nuevamente la pantalla, pero Michelle, que también ha estado leyendo libros, se levanta y me indica que debemos salir.
Una vez afuera respiramos el aire saturado con el perfume del jardín y nos sentimos profundamente emocionados, tanto que solo podemos mirarnos a los ojos y sonreír. Pero la mirada y la sonrisa expresan lo que sentimos más amplia y claramente de lo que podríamos hacerlo con palabras. Entonces el muchacho se coloca entre nosotros y le tomamos de las manos. Así vamos caminando alegremente bajo un cielo azul y luminoso que parece estar al alcance de la mano, admirando el jardín donde revolotean mariposas grandes y variadas y pájaros de diversos colores cuyos trinos producen una vibración musical en el ambiente. De pronto un ladrido quiebra el ritmo de esta vibración cuando un enorme perro negro de tipo pastor alemán sale del edificio siguiente. Ladrando y corriendo viene hacia mí como si fuera a morderme pero solo se junta para caminar con nosotros. Nos detenemos frente a la puerta de donde salió el perro y decidimos entrar. El vestíbulo es similar al de la biblioteca y termina en dos puertas frontales con paneles de cristal. La puerta de la izquierda da acceso a un salón grande con ocho hileras de mesas cubiertas con manteles blancos y rodeadas de sillas de madera. “Este es el comedor del monasterio”, dice el muchacho. La puerta de la derecha corresponde a la cocina. “Entremos”, dice el muchacho al mismo tiempo que abre la puerta. Aquí hay varias mujeres trabajando. Una de ellas nos ve y llama al perro y le saca de la cocina por una puerta lateral. Durante todo este tiempo, desde que entramos al campo de entrenamiento militar, Michelle fue solo una testigo presencial silenciosa. Ahora en la cocina, ella comienza a hablar con las trabajadoras quienes nos invitan a mirar el lugar. En el centro hay un mostrador que parece de acero inoxidable con veinte hornillas, diez a cada lado, el piso tiene baldosas de un azul pálido y las paredes son blancas y lustrosas. Todas las mujeres, siete en total, son personas maduras con apariencia juvenil y actitud amable, uniformadas en vestidos blancos de cuello abierto que les llega a las rodillas, delantal rosado, medias blancas y zapatos de lona blanca. Las miro con atención y me sorprendo al notar el enorme parecido que hay entre ellas. Todas son altas y delgadas con pocos centímetros de diferencia entre una y otra. Todas tienen piel blanca, pelo claro, lacio y largo atado a una cinta blanca que les cuelga como cola de caballo hasta la cintura. Sus ojos son grandes de un color brillante indefinible. No usan ningún maquillaje y sus labios son agudamente rosados. La sonrisa amplia de ellas muestra una dentadura blanca y uniforme. La mujer que llamó al perro nos informa que ellas residen aquí en un área exclusiva para mujeres y que cocinan para los residentes del monasterio y visitantes ocasionales como nosotros.
Antes de retirarnos nos dan a probar algo de la comida que están preparando. Es una torta de vegetales cuya clase no puedo distinguir, pues sus condimentos le dan un aroma y sabor exquisitamente deliciosos, algo que ni Michelle ni yo hemos saboreado antes. Luego de devorar este manjar y agradecer a las cocineras y al muchacho guía que no se ha alejado de nosotros, Michelle y yo regresamos al Monasterio por el mismo camino que habíamos venido.
Cuando llegamos al atrio, Michelle dice que quiere estar sola por un rato y sin más explicación sale por una puerta que la cierra detrás de ella. Por un instante me detengo a pensar qué es lo que yo voy a hacer, cuando oigo que de uno de las salas viene la voz melodiosa de un hombre cantando en un idioma que parece sánscrito. La puerta está abierta y entro. El lugar es un cuarto de baños y servicios higiénicos para hombres. El hombre que canta está limpiando los urinarios. Mis deseos de orinar se manifiestan y cuando lo hago, mi orina es muy oscura, casi negra. Creo que es sangre y alarmado llamo al hombre para que vea lo que me está pasando. El hombre mira, sonríe y dice,
—No te preocupes. Es buena señal.
—No entiendo. ¿Qué quieres decir?
—Esto sucede a todos los que llegan por primera vez al Monasterio. La energía que aquí existe causa este fenómeno. Simplemente tu cuerpo ha pasado por un proceso de purificación y ahora estás eliminando las impurezas — el hombre explica.
Puede que sea la purificación de mi cuerpo, la comida que nos brindaron, la suave música que estoy oyendo constantemente, la belleza inexpresable del lugar, o todo junto, que me hace sentir jubiloso y feliz. Ahora quiero reunirme con la gente que está congregada aquí en el Monasterio y entro a una sala de conferencias. Por un momento me detengo cerca de la puerta para observar el interior. Los asistentes, supongo que son alumnos, unos treinta aproximadamente entre hombres y mujeres, visten una túnica gris que les llega hasta los tobillos y sandalias del mismo color. Sentados en asientos individuales escuchan atentamente al maestro, un hombre joven de piel blanca y barba negra que ligeramente apoyado en un podium habla a la clase. Nadie parece percatarse de mi presencia y me deslizo hacia el fondo de la sala para sumarme a la clase. El discurso del maestro es claro y rítmico, casi poético. Está describiendo sus actividades como misionero y el goce íntimo que experimenta al lograr un mejor entendimiento de las gentes y sobre todo de sí mismo. Hablando de sus experiencias con la Luz y el Sonido de Dios, dice que todo lo que ha visto, tocado o saboreado, cada palabra que ha dicho o escuchado y todos sus sentimientos y pensamientos son expresiones de la Luz y el Sonido de Dios. Al escucharlo, me siento extasiado y agradecido y creo que todos los asistentes sienten lo mismo que yo.
Solo cuando el maestro deja de hablar, miro enteramente a la sala y me doy cuenta que la pared posterior tiene dos grandes ventanas. Afuera, frente a las ventanas hay un jardín y ahí está Michelle, sentada en una banca junto a un rosal, tocando y aspirando la fragancia de una rosa. Cuando los alumnos se levantan y se disponen a salir veo que no hay personas viejas. Diría que sus edades van de los veinte a los cuarenta años. Sin intercambio de palabras salgo detrás de ellos y voy directamente hacia Michelle. Ella también ha atendido una reunión similar a la mía y sus sentimientos son también similares a los míos.
Después de compartir nuestras experiencias sentados en la banca del jardín, decidimos que debemos irnos, volver a nuestros hogares. Cruzamos varios corredores y jardines para llegar a la entrada posterior del Templo. Entramos y vemos que hay por lo menos un centenar de personas congregadas allí. Una mujer joven nos indica dos asientos desocupados y luego de agradecerla nos sentamos. Tan pronto como tomamos asiento, la congregación comienza a entonar un cántico. En realidad es una mantra que la repiten musicalmente. No tengo palabras para describir el profundo efecto que este cántico causa en todo mi ser. Solo puedo decir que me siento sumamente feliz y agradecido. Cuando termina el cántico y luego de un corto silencio, el Maestro que dirige la reunión dice:
—Que las bendiciones sean para todos ustedes.
La gente se levanta y se dispone a salir. Solamente Michelle y yo nos dirigimos hacia la entrada frontal y salimos al patio frente al templo y antes de cruzar la puerta por la que habíamos entrado a la montaña la noche anterior, nos detenemos por un instante para darle una mirada de despedida a este inverosímil lugar.
Afuera de la montaña, en el mundo exterior, es aun noche. El cielo está límpido y azul y la enorme luna llena nos baña con su brillante luz. Una brisa fresca que lleva un sonido leve y dulce, peina las altas hierbas de la montaña. Michelle y yo nos abrazamos y luego de un largo rato, le digo,
—¡Que experiencia tan grande que tuvimos! ¿Te gustaría volver al Tirkya Pad?
Michelle vira la cara hacia la puerta por donde salimos y separándose bruscamente, grita, “¡Mira, Jason, no hay puerta!”
—¿Qué pasó? —digo, y caminamos hacia los arbustos para inspeccionar el lugar de cerca. En realidad, no hay puerta ni señales de que alguna vez existió allí una puerta. Michelle y yo nos miramos sorprendidos y simultáneamente preguntamos,
—¿Y Gail? ¿Dónde está Gail?
—Gail está allí —digo apuntando con mi mano a la montaña.
—¿Dentro de la montaña? —Michelle pregunta.
—Digamos que está en el Plano Astral, dondequiera que este plano exista —le respondo.
—¿Y qué crees que significa todo esto? —vuelve a preguntar.
—Parece obvio que Gail es extra terrenal y puede estar aquí o allá —le digo.
—¡Verdaderamente fantástico, nuestra querida amiga Gail es la extra terrestre! ¡Va a ser súper interesante cuando la veamos de nuevo! —Michelle exclama.
—Por supuesto. Va a ser otra gran experiencia, pero creo que no debemos decir a nadie lo que nos acaba de pasar.
—¿Por qué no? Fue una experiencia singular que ha de causar admiración e interés.
—Seguro, pero también pueden pensar que estuvimos bajo la influencia de LSD o alguna otra droga.
—Tienes razón, Jason. Espero que Gail, nuestra amiga E. T. venga a la próxima reunión del Centro.
—Ella va a venir. De eso estoy totalmente seguro. Y creo que ahora es mejor que nos vayamos de aquí.
Cuando llegamos al pie de la montaña vemos que la fiesta de cumpleaños aun no ha concluido, pues se oye música y hay muchos carros frente a la casa. Mirando a mi reloj le digo a Michelle,
—Es la una de la mañana, ¿Quieres volver a la reunión o irnos de aquí?
—Vámonos de aquí inmediatamente. Quiero estar en mi casa, meterme en mi cama y reflexionar en lo que nos acaba de suceder antes de dormirme.
Ya en nuestros carros y cuando Michelle va saliendo del estacionamiento, le digo,
—¡Deseo que tengas un buen día!
—¡Lo mismo deseo para ti —responde—. Estoy contenta de estar de vuelta en el plano terrenal.
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