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CINTURÓN DE CASTIDAD
Por Víctor H. Campana


Ocupando su sitio exclusivo, ante una mesa junto al proscenio, estaba John Richfield, cliente regular de “El Búho”, un elegante cabaret de Houston, Texas. Voluptuosamente saboreaba el champán de la copa que sostenía entre sus manos mientras escuchaba embelesado la letra de la canción “Mon Homme”, (Mi Hombre), que Susana Monod cantaba en francés. Su voz era dulce y apasionada, y porque su atención estaba casi totalmente dirigida a John Richfield, era obvio que ella cantaba para él.
Cuando Susana vino a la mesa de John, él la besó en el hombro al mismo tiempo que empujaba la silla junto a la de él. La concurrencia que minutos antes había aplaudido calurosamente la presentación de Susana, ahora miraba fascinada a esta pareja cuyo contraste llamaba la atención de todos. Tanto hombres como mujeres les envidiaban. John Richfield, o “J. R.”, como generalmente la gente le nombraba, era un magnate petrolero de Galveston, Texas, de 54 años de edad, casado dos veces y dos veces divorciado. Con una estatura de seis pies y 230 libras de peso, fuerte y atlético, rubio, muy bien parecido y con una sonrisa amigable, John Richfield tenía una atrayente personalidad. Susana Monod era una trigueña exótica de Nueva Orleáns, Luisiana, de 26 años de edad y con una figura escultural de cinco pies diez pulgadas de alto.
Refiriéndose a sus fracasos matrimoniales, John solía resumir: “Me he quemado dos veces; eso es más que suficiente”. Él repetía esa expresión a pesar de hallarse junto al fuego, porque estaba ardientemente enamorado de Susana, la dulce y cariñosa muchacha cuya pureza de mente y corazón fluía a través de sus palabras y acciones.
Como Susana le había dicho, ella había venido a Houston escapándose del único hombre que había amado hasta entonces, para salvar su integridad física y moral. Aquel hombre, como ella lo dijo, “Después de una maravillosa relación romántica de cinco años, se había tornado en una criatura depravada, quien, en lugar de casarse conmigo como lo había prometido, solo quería abusarme y usarme”.
Ahora, en los brazos de John, Susana había hallado la seguridad que nunca tuvo antes y el amor de un verdadero hombre. Ella le amaba también con todo su corazón y con la pasión de su sangre mulata. Susana era descendiente de colonos franceses.
Después de seis meses de haber sido su protector y amante, John no podía soportar estar lejos de su compañía por muchos días. Definitivamente ella se había compenetrado en él. Además, temía que ella podría interesarse en otro hombre. De modo que un día John le confesó sus preocupaciones, y en la forma más amorosa que pudo, le pidió:
—Susana, quiero que me prometas solemnemente que no tendrás ninguna relación romántica con otro hombre.
Ante tal requerimiento, Susana respondió:
—Amor mío, puedo hacer algo mejor que eso. Puedo prometerte ante Dios que mi alma, mi mente y mi cuerpo serán solamente tuyos para siempre. Pero tiene que ser una promesa mutua y bendecida por un sacerdote.
Y fue así como John Richfield sucumbió al poder del amor y se casó por tercera vez. Después de la boda y una larga luna de miel en París, Susana fue a vivir con John en su “Rancho JR”, cerca de Galveston.
Un día, casi un año después de un excitante y feliz matrimonio, John le dijo a Susana en forma casual:
—Querida, ¿cómo te gustaría celebrar nuestro primer aniversario matrimonial?
Susana se estremeció de emoción. Esta inesperada pregunta abrió ante sus ojos un mundo lleno de fantásticas posibilidades. Sin poder hablar, clavó su mirada en él por un largo minuto. Luego, moviéndose como un felino, vino a sentarse en sus rodillas y abrazándole sobre los hombros comenzó a besarle lenta, apasionada y prolongadamente. Después, poniendo los labios en el oído izquierdo de John, murmuró:
—Amado mío, esta vez tú tienes que sorprenderme con algo que salga de lo común, algo original, algo que esté fuera de este mundo en que vivimos.
—¿Algo que esté fuera de este mundo? —él casi gritó, encarándose a ella y mirándola fijamente a los ojos.
—Sí, querido, eso es lo que quiero.
—Bueno —dijo John después de pensar profundamente por un momento—, la única cosa fuera de este mundo en que vivimos me parece que es la jungla.
—¡Eso es! —gritó ella—. Nunca hemos estado en la selva, de modo que vas a tener que llevarme a una verdadera jungla en el África.
Al siguiente día John instruyó a su secretaria para que reuniera toda la información necesaria para un safari en África. Cuando todos los detalles para el safari estaban listos, John examinó la lista de personas amigas que iban a viajar con ellos: cinco parejas y cinco hombres solteros; algunos de los hombres eran mucho más jóvenes que John. Todos los hombres, especialmente los solteros, habían demostrado una gran admiración por Susana. Ella estaba simplemente encantada con las atenciones que recibía; pero esta era una situación que le inquietaba a John. En realidad, él sentía que los celos comenzaban a invadir su corazón. La perspectiva del safari traía consigo una percepción de peligro que gradual y ominosamente estaba haciendo presa de todo su ser. A pesar del apasionado amor y absoluta devoción que ella le demostraba, John se sentía acosado por el temor de quemarse otra vez, y este sentimiento le disgustaba.
John se había divorciado de su primera esposa porque le estaba traicionando con uno de sus mejores amigos. Y se divorció de su segunda esposa porque la encontró haciendo el amor en su limusina con el chofer de ella. Este fue un incidente embarazoso y ridículo cuya única solución era deshacerse de ella. Trayendo a la memoria estas dolorosas experiencias, “No volverá a suceder”, se dijo a sí mismo. “Haré todo lo que esté en mi poder para evitarlo”, pensó casi en voz alta.
Así, de repente, John se encontró ante un problema que en realidad no sabía cómo resolverlo. Ante la necesidad de un consejo sabio, la imagen del Padre Antonio, sacerdote católico y viejo amigo suyo, surgió en su mente. Sin pensarlo dos veces, John fue a buscar al Padre Antonio, un hombre algo más joven que él, muy cordial, amigable y respetado por la comunidad. Una vez juntos, John le explicó lo que estaba pasando en su vida, su amor por Susana y sus temores de perderla, y le rogó que le aconsejara.
—Hijo mío —dijo el sacerdote—, si una mujer quiere traicionar a su hombre, lo va a hacer, y no hay nada en este mundo que lo prevenga, a menos que se la mate.
Esta declaración completamente desalentadora hizo que John sintiera como si se estuviera hundiendo en un pozo oscuro. El sacerdote percibió la tremenda presión que estaba sufriendo su amigo, y respondiendo al “¿Porqué?” que no pudo pronunciar John, el sacerdote, hablando con profunda e intrigante emoción, dijo,
—Porque las mujeres son el infierno mismo. Muchas de ellas se miran como verdaderos ángeles, pero eso es solo una apariencia. Ellas se muestran dulces, apasionadas, y usan su sensualidad para embrujar a los hombres. Déjame decirte, amigo mío, algunas mujeres son tan bellas, adorables y diabólicamente atractivas que nada puede hacer un hombre, sino sucumbir a sus encantos.
Impresionado por el profundo sentimiento contenido en las palabras del sacerdote, John preguntó,
—¿Cómo lo sabe tanto, padre?
—¿Qué? —Respondió el padre sorprendido, y descendiendo del nivel emocional en que se hallaba, dijo en forma calmada y piadosa:
—Porque es mi deber saberlo, hijo mío; y mientras más sé mejor puedo ayudar.
—Por supuesto, tiene mucho sentido —admitió John. Y luego, con cierta ansiedad insistió:
—Debe haber algo que se pueda hacer en este caso mío, padre.
—Bueno —dijo el sacerdote asumiendo una actitud filosófica—, si hay algo, pero el problema es que no se lo puede usar.
—¿Podría explicarme qué es ese “algo”, padre? —preguntó John, percibiendo alguna esperanza.
—Es algo que los hombres de la Edad Media usaban para prevenir que sus mujeres los traicionaran. Se trata de un instrumento de hierro inteligentemente concebido. Tiene la forma de un cinturón de dos piezas que se abre gracias a una bisagra y se cierra con un cerrojo con llave. Este cinturón está complementado con una faja semicircular con un pequeño orificio en el centro de la misma. Este aparato calza entre las piernas y la cintura de la mujer y su propósito es impedir que la mujer tenga contacto sexual, por cuya razón se le dio el nombre de “cinturón de castidad”. El uso de este cinturón fue un procedimiento bárbaro y pronto cayó en desuso. Usarlo en esta época sería un acto criminal. De manera que como puedes verlo, este “algo” es una solución que no se la puede usar. Lo único que te puedo aconsejar, hijo mío, es que ames a tu mujer sin una actitud posesiva, y que la aceptes tal y cual como es ella, y sobre todo, que aceptes en el nombre de Dios todo lo que la vida te ofrezca.
Después de esta reunión con el padre Antonio, John se desveló toda la noche tratando de analizar sus sentimientos en relación con lo que había aprendido del sacerdote. Sabía instintivamente que la solución a su problema emocional estaba al alcance de sus manos, pero no podía imaginarse lo que podría ser. Su último pensamiento antes de caer rendido y dormirse fue: “Tengo que describir todas las posibilidades para luego analizarlas bajo la luz del pensamiento creativo”.
Cuando se despertó era ya casi medio día. Después de ducharse fue a la cocina donde se preparó una taza de café y se sentó a la mesa para tomarlo. Comenzó a saborear el humeante café y de pronto se quedó completamente inmóvil, mirando fijamente a la pared como si estuviera en estado de trance. Después de un largo minuto de estar así, prácticamente saltó de la silla y dijo: “Eso es exactamente lo que necesito: Un golpe en la cabeza”.
John recordó que dos años atrás, con un grupo de ejecutivos, había asistido a un seminario sobre “Cómo Pensar Creativamente”, especialmente diseñado para ellos y conducido por un renombrado instructor de IBM. Este grupo de ejecutivos había solicitado específicamente a este instructor, con el razonamiento de que si él podía ayudar a los ejecutivos de IBM a pensar creativamente para mantener esa corporación por encima de la competencia, podía también ayudarles enormemente a ellos.
Con la confianza de quien sabe lo que está haciendo, John fue a su biblioteca y tomó el libro que habían usado durante el seminario, A Whack on the Side of the Head, (Un Golpazo en la Cabeza). Y equipado con un cuaderno y lápices se dispuso a trabajar seriamente en su propósito.
Lo primero que hizo fue desarrollar una lista de las ideas que obtuvo como resultado de su conversación con el Padre Antonio y luego se pasó casi una hora examinando cada una de ellas. Finalmente, la idea de “el cinturón de castidad” se fijó en su mente. Y en una página limpia escribió:

CINTURÓN DE CASTIDAD DE HIERRO

Abriendo el libro que ya había ojeado varias veces, John leyó en la página siete, “El descubrimiento consiste en mirar a la misma cosa como lo hacen todos los demás pero pensando algo diferente”.
Buscando respuestas correctas pero diferentes, bajo la frase CINTURÓN DE CASTIDAD DE HIERRO, escribió:

Cinturón de castidad de cuero
Cinturón de castidad de tela
Cinturón de castidad de piel

Cuando vio que estas ideas no producían ningún resultado luminoso, John decidió usar otra técnica. Y esto es lo que escribió:

Metáfora: El cinturón de castidad es un perro policía: Los dos protegen.
Similitud: El perro policía es como un ojo privado.
Pregunta: ¿Qué es un ojo privado?
Respuesta: Un ojo privado es un detective.

Pensando al revés:
Un detective es un ojo privado.
Un ojo privado es un perro policía.
Un perro policía es un cinturón de castidad.

Conclusión: Convertir un detective en cinturón de castidad.
¿Qué pasa sí...? : ¿Que pasa si el detective quiere abusar del
objeto que él está supuesto a proteger?
Solución: Use un segundo ojo para vigilar al primero. Así los dos se neutralizan mutuamente y proveen doble protección.

Auto análisis: La creatividad es el producto de la visión interior.
Visión interior es mirar a través del tercer ojo.

La chispa de luz: La perfecta solución es tener un tercer ojo, un tercer ojo privado, o sea, un tercer detective. De esta manera Susana estaría vigilada desde tres ángulos diferentes y cada ángulo sería el tercer ojo en relación con los otros dos.

John revisó su trabajo y con satisfacción concluyó que había encontrado la solución perfecta. Era el cinturón de castidad más sutil y sofisticado que podía haberse inventado. Este método le proveería la protección que él buscaba y Susana nunca se percibiría de ello.


II

Un día claro y caluroso del mes de junio, un grupo de 23 americanos excursionistas encabezados por John Richfield arribó en Nairobi, Kenia. Era mediados de invierno en África, un tiempo ideal para viajar en esta parte del mundo.
Después de pasar la noche en el Nairobi Hilton, el grupo voló en tres avionetas al parque de cacería y reserva forestal. El viaje no era confortable pero el panorama del país era espectacular, especialmente el Monte Kilimanjaro cubierto de nieve. Una hora después aterrizaron en el aeropuerto de Ambosely donde vehículos especiales (land rovers) del safari les esperaba, junto con un pequeño ejército de guías y portadores nativos.
Pocos minutos después de haber dejado el aeropuerto, vieron elefantes, impalas, antílopes, gacelas y jirafas. Los excursionistas se instalaron en sus respectivas tiendas y después de un corto reposo y un pequeño almuerzo, salieron en su primera cacería en la selva africana.
Todo el mundo estaba gozando de lo lindo. Susana era la persona más fascinada y emocionada del grupo. Ella contemplaba con asombro las enormes manadas de elefantes, cebras y jirafas y la gran variedad de aves exóticas y bellas. Se reía mirando a los baboons y avestruces; les gritaba a los leones, búfalos y buitres.
Viéndola tan alegre, John le preguntó,
—¿Estás contenta de haber venido al África?
—Por supuesto que sí. Estoy encantada de todo lo que veo y este encanto me produce un sentimiento extraño. Todo me parece familiar, como si hubiese estado antes aquí. Debe ser porque ya me imaginaba todo esto antes de venir.
La cacería en jeep les divertía, pero en busca de algo aún más excitante, la alternaban con safaris a pie y a caballo. Fue durante estos safaris en que Susana se dio cuenta de que ella era el centro de atracción de muchos ojos masculinos. Y comenzó a intrigarle especialmente la constante vigilancia que ejercían sobre ella tres jóvenes muy simpáticos, nuevos amigos de John, quienes se habían integrado al safari a última hora. Estos tres hombres estaban siempre a corta distancia de ella. Y aunque nunca se mostraban inquisitivos o muy amigables, su constante presencia comenzó a alterarla emocionalmente, porque estaban alrededor de ella como protegiendo su seguridad y, al mismo tiempo, previniendo que otros hombres tomaran mucha confianza con ella.
Susana estaba totalmente consciente de la presencia de estos tres hombres que la circundaban todo el tiempo, al punto que la imagen de ellos se grabó en su mente con todos sus detalles. Y se preguntó a sí misma: “¿Quiénes serán en realidad estos tres hombres? Y lo que más me fascina es el halo de misterio que les envuelve”. Luego de cruzar miradas fugaces con ellos y adoptando un aire soñador, se dijo, “No me cabe la menor duda que están enamorados de mí”. Y solo de pensarlo se estremeció.
Al final del día Susana volvió a pensar, “Tres hombres guapos enamorados de mí al mismo tiempo: esto es algo románticamente salvaje. Nunca pensé que esto podría ocurrir aquí, en medio de la selva”, y se tiró de espaldas en la cama de su bungalow.
Esa noche ella decidió seguirles el juego y observar sus reacciones, como una aventura más sobre todas las que corría durante el día. “¿Cómo lo voy a hacer? se preguntó así misma y luego vino la respuesta: “Creo que lo más simple sería romper las reglas de seguridad. Me separaré del grupo ya sea corriendo o galopando para comprobar mis sospechas”. La primera oportunidad se presentó en la tarde del siguiente día cuando vio una leona moviéndose sigilosamente detrás de un impala y corriendo se acercó demasiado a la leona que se disponía a saltar sobre su presa. Los tres hombres corrieron al instante detrás de ella y se interpusieron entre Susana y la leona que ahora miraba intrigada a los intrusos. Este incidente sorprendió incluso a John quien, a pesar de estar cerca de Susana, no se percató inmediatamente de su acción temeraria o insensata.
En otra ocasión, separándose del grupo, llevó su cabalgadura hacia una espesa área de arbustos sobre la cual revoloteaban los buitres. Nuevamente los tres hombres la siguieron. A insistencia de ella se aventuraron a investigar qué había entre los arbustos. Sin mayor dificultad encontraron un impala caído en una trampa de alambre que le estaba ahorcando. Susana corrió a pedir la ayuda de otros miembros del safari. Cuando libraron al impala de la trampa, comprobaron que ya había sufrido demasiado daño y que no sobreviviría. Cuando los guías decidieron matar al animal herido y llevárselo con ellos, Susana se ofreció a dispararle con su rifle. Ella era una buena tiradora pues había practicado el uso de armas de fuego en el Rancho JR.
Al final del día y después de la merienda, Susana trató de establecer conversación con los tres sujetos de su interés para conocerlos mejor y hacerse amiga de ellos. Estos respondieron con mucha atención y marcada cortesía, y aunque nunca dijeron ni una palabra que revelara algún sentimiento romántico, sus ojos no se apartaban de ella.
Sintiéndose algo defraudada, “Son demasiado caballerosos”, ella pensó. “Pero, creo que es bueno ser prudente”, recapacitó, observando que estaban rodeados de mucha gente. “Cualquier intento amoroso, si lo llegaran a notar, significaría un desastre en mi vida matrimonial”, concluyó. “Después de todo, ellos tienen más cordura que yo”, recapacitó nuevamente. “El caso es que siento verdadera admiración por ellos y, por lo tanto, me atraen más”. Y mientras más pensaba en el peligroso embrollo emocional en que se había metido, más quería enfrentarse a ellos individualmente, a solas, bis a bis. “Más que nada, quiero saber qué es lo que está pasando dentro de mí. ¿Por qué me atraen estos hombres? De una manera o de otra tengo que satisfacer mi curiosidad”, se dijo resueltamente.
Susana era una mujer de acción y demasiado impaciente para esperar que las cosas sucedan siguiendo su curso natural. Ella tenía que hacer algo; pronto. Convencida de que las finas cualidades de estos tres caballeros no les permitirían tomar el paso decisivo para intentar gozar del afecto de ella, Susana decidió que le correspondía a ella tomar la iniciativa. Y un audaz plan de acción se formó en su mente creativa. “Vine de cacería, y para que la caza sea exitosa, tengo que atrapar a mi presa con la mayor cautela y mis mejores armas”, pensó antes de quedarse dormida.
Una noche, después de otro excitante día de cacería, Susana se mostró más locuaz y amable que de costumbre. John estaba encantado y feliz con el comportamiento de ella y tomaba con placer y libremente las triples dosis de Scotch que Susana vertía en su vaso repetidamente. No le llevó mucho tiempo para sentirse embriagado e ir a la cama y quedarse dormido casi inmediatamente.
Susana apagó la luz, se acostó junto a su esposo y atentamente se puso a escuchar las tenues voces que venían de los otros bungaloes. Cuando todo estaba calmado afuera, salió de su tienda vistiendo solamente un camisón negro de seda. Caminando con la agilidad de un felino y sin hacer ninguna bulla, Susana se escurrió en la tienda de uno de los detectives, su primera presa, pues ella previamente los había clasificado como presa número uno, número dos y número tres.
El detective que estaba medio dormido, al sentir una presencia extraña junto a él, se incorporó violentamente para quedar luego casi paralizado por la sorpresa, pues jamás había imaginado tal visita. El hombre estaba haciendo su trabajo honestamente y este evento fue algo que nunca anticipó. Con toda su exuberante belleza, Susana estaba parada frente a la cama como una visión o como un sueño. El detective la miró asombrado. En ese instante no sabía qué pensar. La deliciosa fragancia femenina que emanaba de ella llenaba el ambiente y a medida que saturaba cada célula de su cuerpo, él sentía cómo toda su hombría se manifestaba indeteniblemente, y luego cayó totalmente bajo el encanto de ella.
Susana levantó la sábana y, como un ser etéreo, se metió en la cama junto a él. Con la voz de una niña atemorizada y estrechándose al cuerpo de él, le dijo:
—Te necesito, por favor, ayúdame.
—¿Qué es lo que te pasa? —El detective respondió casi automáticamente.
—Tienes que perdonarme por llegar a ti así, inesperadamente. Simplemente no sabía cómo consultarte y no podía esperar más para hablar contigo. Tengo un problema. Un problema muy grave. Mi instinto me dice que sólo un caballero como tú, lleno de compasión y sabiduría puede ayudarme. ¿Verdad que sí me vas a ayudar?
—Haré todo lo que pueda. Dime ¿qué clase de problema es el que te perturba? —Contestó el detective sintiendo que cada palabra de ella le confundía más.
—Primero tienes que prometerme que no revelarás a nadie, especialmente a mi marido, ni una sola palabra de lo que te voy a decir. ¿Me lo prometes?
—Sí, Susana, te lo prometo.
—Es un terrible secreto que lo he guardado solo para mí por más de un año —dijo ella con voz trémula.
—¿Por qué? ¿No confías en tu marido?
—No es eso. Si llego a decirle lo que me está pasando, de seguro que me va llevar donde un psiquiatra. Y eso yo no lo quiero.
—En tal caso, háblame sin ningún temor. Confía en mí. Te aseguro que no te voy a defraudar.
Con tal aseveración, Susana le contó su secreto:
—Amo a mi marido. Y él me ama profundamente. Me dice que soy una amante fantástica y usa toda clase de adjetivos para describir lo maravillosa que soy. Yo le respondo que soy lo que soy simplemente porque le quiero. Mis palabras le hacen feliz, pero la verdad es que en realidad yo no sé de lo que habla cuando me dice que soy una amante fantástica.
—Ahora soy yo el que no entiende lo que tú estás hablando. Por favor, ¿podrías ser más explícita? —Le rogó el detective.
Y Susana le explicó:
—El hecho es que no recuerdo todo lo que pasa entre los dos. Recuerdo solo que he estado en la cama con él, de la misma manera que estoy ahora contigo. Porque le amo tanto, me entrego a él completamente y entonces pierdo el conocimiento. Cuando vuelvo en sí, pienso que me he quedado dormida y me despierto entre sus brazos, pero no recuerdo qué es lo que pasó entre los dos. Él dice que hicimos el amor maravillosamente, que flotábamos en el espacio y que luego quedábamos exhaustos y abrazados. ¿Tú crees que es la pasión amorosa la causa de mi olvido? Si tal es el caso, prefiero morirme. ¿De qué sirve hacer el amor, si no estoy consciente de lo que hago? Quiero que me ayudes a descubrir si lo que me está pasando es algo permanente en mí, o si solo sucede cuando estoy con mi marido. ¿Quisieras ayudarme?
—¡Oh, Dios mío! —exclamó el detective—. Si lo que me dices es verdad, y creo que sí lo es, me parece que es un caso peculiar de amnesia.
—Eso suena horrible. ¿Qué tan malo es? —preguntó ella, apretándose más a él y hundiendo la cara en su velludo pecho.
—No lo sé, Susana. Viniste a averiguar la razón de tu problema, bien, solo hay una manera de encontrar la respuesta. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
—Sí, lo entiendo. Hazme el amor.
Después de una entrega amorosa de dos horas, Susana se quedó profundamente dormida. Completamente extenuado, el detective se separó suavemente de ella y besándola en la cara le dijo, “Susana, tú eres en verdad maravillosa”, y la dejó dormir hasta que ella despertó una hora más tarde.
Susana abrió los ojos y sonrió. Y así permanecieron en silencio mirándose el uno al otro por varios minutos.
—Estoy muy contento y satisfecho— dijo él finalmente, tomando una mano de ella entre las suyas—. Eres en realidad maravillosa. Esta es una noche memorable para mí.
—Y bien, ¿qué pasó? ¿Me hiciste el amor? —Preguntó Susana, recorriéndole delicadamente la cara con los dedos de su mano izquierda.
—¿Quieres decir que no lo recuerdas?
—No, de verdad que no. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué voy a hacer? Dime algo, cualquier cosa, por favor —ella le suplicó, abrazándole y poniendo su cara en el cuello de él.
—¿Cómo te sientes? —Él le preguntó, visiblemente preocupado.
—Me siento muy bien, diría que maravillosamente bien. Cualquier cosa que haya pasado entre los dos debe haber sido algo fantástico, porque lo que siento dentro de mí es algo indescriptible, pero inmensamente placentero. Y lo que es más sorprendente, es que no me siento culpable de haber hecho algo malo. No recuerdo haber hecho algo malo. Y todo sería aún más placentero si tú también pudieras olvidar cualquier cosa que haya pasado entre los dos esta noche. Sería tan lindo si pudieras compartir mi amnesia y ser mi buen amigo. De seguro que algún día vamos a encontrar una solución para mi problema.
—Te prometo, Susana, que todo lo que pasó esta noche entre los dos será un secreto. Sí, será un secreto maravilloso guardado en lo más profundo de mi corazón. Llámame cualquier momento en que me necesites que yo estaré contigo.
La mañana siguiente y antes de que saliera el sol, John se despertó con un terrible dolor de cabeza. Susana estaba dormida como un angelito junto a él. Una hora más tarde, cuando ella se despertó, había mucha actividad afuera. Todo el mundo se estaba preparando para otro día de cacería. Susana saltó de la cama más feliz y vigorosa que nunca.
Ya afuera, Susana miró detenidamente a los hombres del safari, todos pretendiendo ser grandes cazadores. “Es extraño”, se dijo, “me siento completamente diferente. Ya no soy la Susana de ayer. La selva me ha cambiado, me ha apresado en su misteriosa fuerza que es como un llamado que no puedo resistir”. Miró de nuevo a los miembros del safari y sonriendo con desdén, se dijo a sí misma: “Ellos van tras de inocentes, casi indefensos animales salvajes. Se creen que son superiores a mí. No saben que yo soy una innata cazadora. No saben que puedo cazar la presa más grande que existe, el animal más inteligente y peligroso sobre la faz de la tierra: el hombre”. Y una poderosa ola de excitación corrió por todo su cuerpo cuando vio el reto delante de ella. Allí estaban los otros dos jóvenes misteriosos, sus próximas presas. Susana se preparaba durante el día para la gran cacería por la noche.
Y Susana fue de cacería durante las dos noches siguientes. Cada vez mejoraba la técnica que había usado para cazar su primera presa. Los otros detectives también estaban haciendo honestamente su trabajo, pero ninguno de ellos había venido preparado para enfrentarse a las circunstancias peculiares que encontraron en África. Los tres hombres, quienes nunca se identificaron como detectives privados, asumieron que su experiencia con Susana era un caso individual y único, y no podían concebir que tal cosa hubiese sucedido con alguien más. Y todos guardaron el secreto.
Finalmente concluyó el safari y todos felices y contentos regresaron a los Estados Unidos. Cada uno de los excursionistas había ganado una enorme experiencia en la selva africana, y todos hacían alarde de ello, excepto Susana. Ella se comportaba con la modestia de quien está seguro de su propia grandeza. Ya en casa, mostrando una felicidad casi infantil y una amorosa devoción, le preguntó a su marido:
—Querido, ¿crees que soy una buena cazadora?
—Eres la mejor del mundo. No solo en la selva, sino acá en la civilización también—, respondió John.
—No comprendo. ¿Qué me quieres decir? —Ella inquirió sorprendida.
—En África ibas tras animales salvajes. Aquí me cazaste a mí. Eso prueba lo hábil que eres. ¿Lo sabías eso?
—No. No lo sabía hasta que estuvimos en África. Creo que la selva se metió en mí y ahora me identifico con ella. Y tú, ¿cómo te sientes? ¿Estás contento después de nuestra aventura en África?
—Más que contento. Estoy profundamente satisfecho y feliz. Sobre todo, me siento lleno de confianza, tanto en mí como en ti, mi casta Susana, mi Diana Cazadora, mi mujercita adorada.

Conclusión

Un mes después de la gran aventura en África, los esposos Richfield ofrecieron una recepción para todos los que les acompañaron en el safari y más amigos. Fue una fiesta fabulosa en el RANCHO J. R.
John reiteró su agradecimiento a los tres detectives a quienes les había pagado generosamente por el trabajo bien hecho, aunque nunca reportaron ningún incidente en la labor para la que habían sido empleados. Ellos a su vez agradecieron tanto a John como a su esposa y prometieron estar a su disposición cuando quiera que los necesitaran. Susana graciosamente les dio un beso de despedida diciéndoles que esperaba verlos nuevamente.
John se sentía feliz, lleno de confianza y más enamorado de su fiel y adorable Susana. Sobre todo, se sentía satisfecho y completamente aliviado de los temores infundados que había sufrido cuando inició los planes del safari. En el fondo estaba orgulloso de sí mismo porque él había resuelto con felicidad lo que consideró el problema más difícil de su vida, mediante la simple magia de la imaginación creativa.



Texto agregado el 15-01-2004, y leído por 2975 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-02-2004 Simplemente fantastico. El drama conduce la imaginacion a experimentar una gran aventura. Mis felicitaciones. Andaluz
 
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