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La radiante aurora traspaso el viejo cristal de la ventana, y dio luz a mis fallecidas pupilas. La soledad y el fragor del antiguo despertador anunciaban un día más de vida, un día más de oficinas y estresadas conferencias. Bostece unos segundos y recomencé la rutina, instalando la tetera con agua en la impecable cocina.

Por la ventana se lograba ver la peculiar madrugada de la moderna ciudad, por suerte el trafico no me asordaba tanto, pues mi departamento sentaba en el decimotercero pavimento del edificio. La ciudad estaba como de costumbre: los imberbes distribuidores de diarios transitaban aceleradamente. La anciana tamalera ofrecía sus tamales de pollo y chancho, proporcionaba un vaso de linaza de cortesía. Los estrictos policías custodiaban la cuadra, luciendo sus impecables uniformes verdes. Las sirvientas higienizaban con empeño las ventanas, mientras escuchaban agitadas músicas. Los establecimientos abrían sus portones alborotadoramente. No faltaba el astuto timador que transitaba buscando sus victimas. Todo era habitual en la moderna ciudad.

Se trataba de un muchacho no muy común por la zona, vestía con un arrugado pantalón de percal, una harapienta camisa azul, un par de zapatos negros de cuero, con agujeros en el pico. Éste circulaba con discreción mientras ofrecía unos mantos de artesanía, tenía un caminar de optimismo, se introducía a las tiendas y tornaba jubiloso, sonriendo a los restos e insistiéndoles su mercancía. No prestaba mucha atención a las muecas de niñas encariñadas y los rumores de individuos racistas.

Mis ojos perseguían sus movimientos, sus prolongadas sonrisas y sus frecuentes rechazos. Mientras espectaba inquietadamente, el muchacho doblo por el ángulo de la otra calle y desapareció, dejándome perplejo. Aquel instante, mi mente se saturo de incontables recuerdos, concebí una emoción muy misteriosa.

Hace algunos años atrás, abandone mi pueblo, por inspiraciones económicas y bélicas. Aquellas épocas, los terroristas vanguardiavan el provinciano pueblo, asesinaban a infantes y doncellas; mis padres ya habían muerto hace mucho tiempo. Arto de la opresión, robe la mercancía de mi tía Nelly, y opte por un mejor futuro, y solucione con viajar hacia aquí, Lima. Recuerdo visiblemente la forma como llegue. Llegue como aquel muchacho optimista, advirtiendo con mucho júbilo la venta de mis mantos de terciopelo, sin timidez.

Texto agregado el 20-08-2006, y leído por 200 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-08-2006 hermoso**** yeyson
20-08-2006 aguante Punk...pasaré más seguido por estos lados ácratas... por un poco de revolución personal... y el anarquismo es el mismo en todos lados... adios punk roberto_carvallo
20-08-2006 Uno se reconoce en el otro, porque, en realidad, y por su misma esencia, es el otro. Vos escribís para el que te lea, y el que lee para escribirte. el_altazor
 
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