-Me encuentro perdido en un sueño, y no es el mío.
-Calla hijo, lo que me dices es imposible.
-no padre, es cierto. Veo monstruos horribles en todas partes, con rostros asimétricos. Veo montañas chocando con llanuras y veo ríos salidos de su cauce. Veo vino donde debería haber agua, y agua donde debería haber vida.
-Hijo, ese es tu sueño.
-O más bien una pesadilla.
-¿Pesadilla? No existe tal cosa, tu inconsciente dice lo que sientes, quieras o no, y si estás perdido en un sueño que no esperabas, entonces estás demasiado acostumbrado a recibir lo que quieres.
-Entiendo lo que me dices padre…ahora, ¿me dejarías pararme de mis rodillas? ¿Puedo dejar de lado estas cadenas que pesan sobre mis hombros? ¿Es ya hora de decirle a los buitres que dejen de merodear sobre mí?.
-Hijo, yo nunca te puse cadenas, ni te pedí que te arrodilles, ni llamé a los buitres, no soy por lo tanto quien para parar tu condena.
-Entonces arrodíllate conmigo padre, siente la bruma que me rodea, ve como la niebla cubre completamente mis ojos gastados que ya no pueden pestañear, siente mi aliento de sangre gastada, y siente mis manos, que ya no sienten más que frío y dolor punzantes por las heridas abiertas y resecas que tengo.
-No hijo, no me arrodillaré, no es mi lugar sino el tuyo, yo ya no estoy ahí, encontré la manera de escapar a esa condena, de condenar a mi perdición a su olvido, no dejé de ver sino que vi como nunca antes, y entendí que no había nada que entender.
-¿Nada que entender?
-Si hijo, nada que entender…salvo a ti mismo.
El hombre quedó arrodillado en su cuarto, inmóvil, mientras que la figura de su padre salió del cuarto, un cuarto impoluto e igual que tantos otros, con nada especial más que la luz del sol pasando por entre las cortinas e iluminándolo todo. La figura, al irse, cerró la puerta, y después explotó en miles de granos de arena, que se perdieron en el corredor, para nunca más ser vistas.
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