LA VIUDA NEGRA
Trataba de sobrellevar la decadencia con toda dignidad. Comprendía la realidad de mis setenta y pico de años, pero evaluaba como positivo, el que me mantenía erguido, que caminaba perfectamente y que los achaques no me abrumaban del todo.
Llevaba eso sí un bastón, que me ayudaba algo en el desplazamiento, pero que lo usaba más que nada como signo de coquetería para lo externo, y como arma de defensa ante la inseguridad que asolaba las calles, para lo interno. Era una esbelta caña que contenía escondido en su interior un filoso estoque.
Había logrado quebrar las estadísticas de supervivencia matrimonial, pues mi querida cónyuge me había abandonado para el viaje al más allá, hacía unos cuantos años, con el decoro propio que caracterizó su vida intrascendente, de amante madre y fiel esposa, con un apropiado mutis por el foro, que me permitió organizar esta última etapa de mi vida con total libertad.
Me gustaban las minas, y había logrado, gracias a una próstata sana, y al uso adecuado del Viagra, mantener relaciones bastante frecuentes con algunas putillas amigas, que había logrado incluir en mi carné de citas.
Pero nadie es perfecto. En esta etapa de la vida, en que uno se cree un rana, (o un sobreviviente de la inundación), la vida te da sorpresas, como canta Rubén Blades, y ustedes serán testigos de la que me depararía el destino.
Concurrí esa mañana a desayunar a la pizzería café (engendro moderno de lo peor de ambas: la sórdida pizzería con el arrabalero café), donde habitualmente leía el Clarín de ojito. Esto último, nada más que de miserable, porque aunque jubilado, alguna moneda todavía tenía para mi vida cotidiana. Si Dios me conservaba esta salud favorecida, llegaría por el último puerto con total comodidad. Pero esto nunca nadie lo sabe, ni tiene un contrato por escrito al respecto.
Retornemos a esa particular mañana. No sé si por la primavera, o porque Dios así lo quiso, comprobé que delante de mí se encontraba tomando un café, una mina que estaba bastante buena y sola...
Tenía más de cuarenta y aparentaba, dentro de su producción, menos de cincuenta, un cuerpo generoso, con lindas piernas y una cara armoniosa.
Me recorrió un cosquilleo de abajo hacia arriba. Buen síntoma carajo, pensé para mí, todavía logro calentarme.
La empecé a mirar fijamente y luego de un rato comprobé que me devolvía alguna de las miradas.
No desaprovechemos una de mis últimas posibilidades, pensé para mí coleto con el fin de darme ánimo, y en un arranque de valiente locura, me acerqué a su mesa y le pedí permiso.
-Disculpe señorita, me puedo sentar a su mesa.
Con un gesto de asombro me dijo:
-Estaba esperando a una persona, pero ya se hizo demasiado tarde, así que puede con mucho gusto. Estoy bastante aburrida y con tiempo.
Pensé que, como sucedáneo a un plantón y aburrimiento, lo mío era un comienzo bastante pobre, pero hice de tripas corazón y me senté.
-Mi nombre es Luis, ¿cómo té llamás?-Empecé a utilizar el tuteo, como elemento de acercamiento y para tantear la reacción y el terreno.
-El mío Marta. Estaba esperando a una coordinadora de ventas domiciliarias, y creo que, por algún problema, no se presentó.
La empecé a mirar con más atención. Era una mina que, si bien empilchaba modestamente, lo hacía en forma bastante armoniosa y ya le hice la radiografía, apresurada como era mi costumbre: Una chirusita de barrio con pretensiones de clase media. Típica mina que podría picar para el levante, considerando que pese a mis años, mantenía una presencia bastante armoniosa entre el chasis y la carrocería.
-Bueno, qué suerte, le dije, pues gracias a ello puedo llegar a conocerte.
La expresión de su rostro, de indiferente, se transformó levemente en el esbozo de una sonrisa.
-Es nuestro día de suerte. Algo negativo puede transformarse en algo positivo.
Tenía las defensas bajas. Este tipo de comentario, tan obvio y proclive al rápido acercamiento, en otra oportunidad me hubiera alertado y llevado a la desconfianza, pero la época primaveral seguramente había activado la última reserva de hormonas que me quedaban y me metí como un caballo.
-¿Por qué no salimos y caminamos un poco, aprovechando la hermosa mañana que tenemos?
Aceleré a la espera, por lo menos, de una desactivación inmediata.
Pero no, ella aceptó y yo empecé a hacerme los ratones.
Al poco nos sentamos en la plaza, donde el sol primaveral estallaba con su luz encandilante. Seguimos charlando sobre intrascendencias propias del momento, hasta que, armado de valor, le dije:
-Aquí cerquita tengo mi departamento y con el correr de los años logré adquirir ciertas cualidades culinarias, que quisiera poder demostrarte.
-Acepto, pero con la condición de que yo preparo el postre, por lo que antes deberíamos pasar por un almacén y conseguir unas vainillas.
Al rato estábamos en casa, y tomamos unos tragos antes de ponernos a cocinar,
Para mí, lo mejor del almuerzo siempre estaba en la siesta y esta vez, pensaba, el tema venía completo.
Tomamos unos tragos de Gancia con limón y pusimos manos a la obra. Me coloqué mi coqueto delantal y comencé con la confección de mi plato favorito. Ella hizo lo suyo y nos sentamos a la mesa, terminando rápidamente un opíparo almuerzo regado con un buen vino sacado de mi bodeguita.
Luego nos fuimos a la cama. Yo empecé a utilizar los elementos de seducción que los años y la experiencia me habían acreditado, apoyados químicamente por la pastilla azul, pero noté con preocupación que, en vez de activarme, mi vida iba poco a poco decayendo, llegando a un mareo parecido a esas trancas propias de las jodas juveniles, ya perdidas en la historia. Y al rato el desastre total: me quedé dormido.
A los dos días de no tener noticias, apareció mi hijo en el departamento, y llamó inmediatamente a la policía. El forense le dijo: si bien todavía es una conclusión previa a la autopsia, por los elementos encontrados en el recinto, podemos llegar a la conclusión de que su padre falleció por mezclar en la ingesta un poderoso somnífero con una pastilla de Viagra. Calculamos por lo visto en el lugar del hecho, y por las declaraciones de algunos testigos entre los vecinos, que trajo aquí a una mujer. Esto es similar a otros casos acaecidos en la zona, producto del accionar de una delincuente a quien el periodismo denomina “La viuda negra”.
Parece, que a su padre le han robado dinero y efectos personales, por lo que le rogamos su colaboración con el fin de evaluar la magnitud del ilícito.
Apoyado en la mesita de luz el bastón estoque quedó como testigo riente, guardando en su alma filosa, la inutilidad de su protección, pensando que también, quizás, ésta sería su última aventura.
El negrito sotreta.
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