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PARAÍSO

Por Víctor H. Campana

La imagen de ella estaba fija en la imaginación de él. Cuando más la extrañaba, Raúl cerraba los ojos para verla mejor, entonces repetía su nombre, dulcemente unas veces, furiosamente otras: Paraíso... Paraíso... Y los recuerdos del pasado suyo durante los años vividos junto a ella, acudían a su mente en sucesión interminable. Se ha dicho que recordar es volver a vivir. Así, el recuerdo de Paraíso se renovaba constantemente en su mente y en su corazón. Era un recuerdo dulce y tormentoso al mismo tiempo. Un recuerdo que Raúl amaba y del cual no podía ni quería prescindir.
Acurrucado en un sillón en la sala de su casa y mirando a través de la ventana abierta la puesta del sol al otro lado del valle, Raúl recordaba una vez más la historia de su truncado amor. Sus recuerdos casi siempre comenzaban en el día en que su corazón se desbordó para decirle a Paraíso cuánto la amaba. Aquel día cuando, sentados juntos a la orilla del río, le dijo,
-Óyeme, Paraíso, tú eres el último amor de mi vida. Después de ti no habrá otra. Quiero decir, en el caso que decidieras dejarme.
Ella, acariciándole el rostro con ambas manos, respondió,
-Pero que tontito eres. Si sabes perfectamente bien que te voy a amar por el resto de mi vida y que nunca, nunca voy a dejarte.
Raúl había conocido a Paraíso unos cuantos años atrás, al comienzo de la primavera. Por eso era que él hallaba una íntima relación entre ella y la primavera. Así, en cierta ocasión le dijo,
-Tú eres siempre para mí como el amanecer de un día de primavera, claro, alegre y fragante. Eres como una dulce muchachita quinceañera. Y me parece que te he conocido desde siempre. Desde cuando eras una niñita alegre, juguetona y traviesa.
Ella, vibrando con el mismo tierno e intenso sentir de él, lloró tristemente sobre su hombro. Tal vez pensaba en la claridad furtiva de su juventud que se iba. Y estrechándose aun más contra él, con un tono de amarga reminiscencia, dijo,
-Pero si nunca hubo la alegre claridad de un día primaveral en mi vida.
Tal vez hubo aquella claridad durante su infancia. O tal vez no. Su juventud había sido opaca, imprecisa, casi inútil. Un día, con sorpresa y sin alcanzar a comprenderlo totalmente, Paraíso vino a saber que su niñez había pasado. Un hombre, suficientemente mayor como para ser su padre, había entrado en su vida. Así, de pronto, Paraíso se había convertido en mujer y, poco tiempo después, en madre. Por supuesto que sabía que cómo toda mujer, ella había nacido para ser madre también; pero un hondo reproche de sí misma solía ensombrecerla. Sentía que le habría gustado esperar a madurar, para entregarse a un hombre elegido por la segura reflexión de la mujer, que no por la insensata ilusión de la niña. Con el propósito de olvidar las memorias dolorosas de los últimos cinco años de su vida, Paraíso se trasladó a otra ciudad, halló trabajo estable, puso más atención a su religión, se relacionó con nuevas amistades y llevó una vida tranquila y relativamente feliz. Pero dos años después, cuando conoció a Raúl, los recuerdos y sentimientos de antes aparecieron de nuevo como fantasmas a perturbar sus sueños y su tranquilidad. Ante el dilema de confesarle o no a Raúl que había vivido con un hombre y tenido un hijo, ella decidió callar, por lo menos hasta que hallara suficiente valor para abrirle su corazón y divulgar su pasado, hasta que estuviera segura de que Raúl no la rechazaría al descubrir que ella no era la inocente niña que él creía haber encontrado.
Influenciada por el tierno cariño de Raúl, un día le dijo,
-Raúl, quisiera ser como tú crees que soy, una muchacha quinceañera y entregarme a ti virginalmente. Yo que nunca le he pedido nada a la vida, deseo ahora que me quieras como si tú fueras el primer hombre en mi vida, porque, en realidad, tú eres el primer hombre que he amado en mi vida.

Ante tal expresión de amor, Raúl sintió que una inefable felicidad invadía todo su ser. Él, que era espontáneamente locuaz, sólo pudo expresar su emoción a través del alegre resplandor de sus ojos. Silenciosamente la estrechó entre sus brazos, la miró profundamente, y luego la besó larga, dulce, apasionadamente.
En otra ocasión mientras paseaban por el campo, ella se tornó repentinamente triste y lágrimas asomaron a sus ojos. Besándola en los ojos, Raúl le preguntó,
-¿Que te pasa, amor, por qué lloras?
Ella, balbuciente, respondió,
-¡No sé! Pero sufro al pensar que tal vez algún día me olvidarás y que entonces vendrás a pasear por aquí con otra.
Mirándola con esa intensa mirada suya que parecía querer penetrar hasta el más recóndito solar del alma de ella, Raúl dijo,
-¿Con otra? ¿Crees acaso que después de ti puede haber otra? No, Paraíso, tú eres y serás la única. Porque tú eres incomparable, insubstituible, inagotable. Mira, aquí, sobre este verde campo y bajo la generosa sombra de estos robles centenarios, pongo al cielo por testigo y te prometo que aunque la vida nos separe y nunca más vuelva a verte o saber de ti, tú serás siempre mi único amor. Nunca, nunca habrá otra mujer en mi vida.
Así había sido el amor de ellos, tierno y profundo. Habían vivido asegurándose constantemente el uno al otro de que el amor de ellos terminaría solamente con sus vidas. Habían reñido muchas veces, pero sólo para reconciliarse después y amarse aún más todavía. Y habían sido felices, con una felicidad que les había hecho vivir más intensamente, que les había dado entusiasmo para sobrellevar alegremente las duras vicisitudes de la vida diaria. El amor de ellos les había servido de estímulo para una auto superación. Se habían robustecido espiritual e intelectualmente. Ambos lo comprobaban diariamente en cada uno de sus actos. El amor había sido el incentivo para un mejoramiento personal.
Poco tiempo después de haber venido a vivir con Raúl, Paraíso había vuelto al colegio para completar su educación secundaria y luego continuar en la universidad. Raúl había trabajado muy duro para lograr un ascenso luego de obtener su título de ingeniero mecánico. Ambos habían adoptado una religión oriental. Ambos tenían una noción clara de lo que habían adquirido. Tanto esto era así, que cierto día ella le dijo,
-Raúl, desde que te conozco, el mundo es más amplio para mí. Mi vida tiene ahora mayor significado. Todo te lo debo a ti. Todo, Raúl. Me siento totalmente encadenada a ti, y amo agradecidamente esta dulce cadena que me une a tu vida.
Paraíso estaba tan enamorada que lo único que existía para ella era el presente, junto a Raúl. El pasado había desaparecido y el futuro era sólo una prolongación del presente.
Raúl recordaba claramente la noche en que prácticamente había cambiado el rumbo de sus vidas. Esa noche, como tantas otras veces, salieron a pasear por el río. Tomados de las manos caminaron a lo largo de la ribera, gozando de la fresca y limpia brisa del valle. Hablaban frívolamente sobre lo que estaba aconteciendo en el mundo. Y reían como dos felices adolescentes. Hablaban de ellos mismos y de esas cosas siempre repetidas y siempre nuevas que se dicen los enamorados. Ella decía,
-Esta mañana me desperté pensando en ti y luego recordé el maravilloso sueño que tuve contigo anoche.
Y él decía,
-Te extrañé todo el día, pero me sentí alegre al final de la jornada sabiendo que pronto habría de tenerte entre mis brazos.
Después comenzaron a hacer planes primero para la próxima semana y luego para el futuro de ellos. Después de que Raúl mencionara su propósito de comprar una casa, ella dijo,
-Que lindo, Raúl, entonces nos podremos casar.
-Por supuesto que nos casaremos, eso es indudable.
-¿Es esa una promesa, mi amor?
-Más que una promesa: es nuestro destino. Tú y yo hemos nacido para vivir juntos por siempre en este mundo a través de nuestros hijos.
-¿Nuestros hijos, Raúl? Nunca antes mencionaste niños. ¿En realidad quieres tener niños? -preguntó ella sorprendida.
-Oh, si, yo los quiero. ¿Tú no?

-Sería maravilloso tenerlos. Una pareja de niños, un varón y una mujercita harían nuestra vida simplemente perfecta -dijo ella con cierta tristeza en su voz, bajando la cabeza y tratando de contener las lágrimas.
-¿Qué te pasa, mi amor, por qué esas lágrimas?
-No lo sé. Tengo miedo. Simplemente tengo miedo.
-¿Miedo de qué? ¿De ser madre?
-No. No de ser madre. No sabes cuánto amaría ser la madre de tus hijos. No sabes cuánto me gustaría darte un hijo aunque ello me costara la vida.
-Entonces ¿por qué lloras? -preguntó Raúl de nuevo.
-Porque tengo miedo. Y no sé cómo explicarte lo que siento en este momento. Por favor, perdóname y estréchame en tus brazos -dijo ella acercándose más a él.
-Está bien, mi amor. Lo olvidaremos todo por ahora -dijo Raúl abrazándola y besándola en los ojos y en la boca. Luego, susurrándole al oído, le preguntó,
-¿Quisieras ir a comer en un restaurante francés y compartir una botella de vino y música romántica?
-Oh, si, Raúl, si que me gustaría. Eres tan dulce y bueno y me haces sumamente feliz -respondió ella.
-Te prometo una noche maravillosa. Ya lo verás. Vamos a seguir amándonos y gozando de nosotros como antes.
Después de aquella noche, la vida entre ellos tomó un giro inesperado. Aunque continuaban amándose con la misma ternura y pasión de antes, algo así como la sombra de una tragedia se cernía sobre ambos. Era un punzante y absurdo presentimiento de que pronto habrían de separarse, tal vez para siempre. En tales momentos, cuando ese presentimiento se acentuaba, Raúl trataba de disipar la opresiva sospecha con algún motivo alegre, y reía. Su risa era sincera, alegre y contagiosa. Era una risa que vibraba como un diapasón. Encantada con la risa de él, Paraíso también reía.
Y así riendo, ella le dijo,
-¡Como me gusta tu risa, Raúl! Ríes porque la vida es alegre para ti, porque eres feliz. Me gustaría ser como tú eres, seguro de ti mismo, dueño de tu propio destino.
-Si, es verdad -respondió él-, la vida es alegre para mí, y soy feliz porque te amo, porque sé que eres mía, y porque sé que tú me amas también. Tu amor me da confianza y valor. Me gustaría que tú sintieras lo que yo siento para así poder alcanzar juntos lo que yo quiero alcanzar.
Entonces, trayéndola hacia su pecho, Raúl abrazó el cuerpo alto y esbelto de ella. Y en ese abrazo, el rostro de Paraíso, enmarcado en guedejas rubias, irradiaba amor. Los ojos negros de él y los verdes de ella se reflejaban entre sí, como tratando de mirar sus almas.
Casi tímidamente, ella preguntó,
-¿Qué es lo que quieres alcanzar, Raúl?
-Quiero llegar al Paraíso. Quiero materializar en nuestras vidas lo que tú y tu nombre significan para mí: el Edén, o Shangri-la.
-Es un sueño bello, pero imposible -respondió en ella en tono sombrío.
-Si ponemos nuestros corazones en lo que deseamos, podemos convertir nuestro sueño en realidad -dijo él acariciándole el rostro.
-Desearía poder compartir tu sueño. Yo sé que, para mí, eso es imposible. Y desearía que tú fueras un poco más práctico. Tú no ves la fealdad de la vida y no sientes el dolor que hay en ella -dijo Paraíso rechazando la caricia.
-¿Porque no me quejo? Porque veo la fealdad, veo la belleza; porque siento el dolor, siento el placer: ellos van siempre juntos, como los dos lados de una moneda, uno detrás del otro. ¿No puedes tú ver eso? -dijo él con visible emoción.
-No, no lo puedo. Tal vez soy muy negativa, y tú demasiado positivo -dijo ella con cara seria.

-Cuando adoptas una actitud ya sea ésta negativa o positiva, estás fuera de balance. Sin equilibrio emocional no hay felicidad. Tú eres realmente feliz cuando las emociones no se cargan a un solo lado; cuando percibes la vida en su totalidad y en completa armonía -dijo él en tono conciliatorio.
-¿Quieres decir que yo estoy emocionalmente desequilibrada? -preguntó ella enojada.
-No, ¡por Dios! Por supuesto que no. Lo que quiero decir es que para ser feliz, tenemos que aceptar los dos lados de la vida igualmente.
-Oh, ya lo veo. Tú aceptas y yo no. De manera que ahora me estás haciendo ver que no somos compatibles -dijo ella sarcásticamente.
-Por favor, mi amor, ¿qué es lo que te pasa? -preguntó él, sorprendido.
-¿Qué es lo que te pasa a ti, señor Perfecto? -respondió ella despectivamente.
Lo que había comenzado como la percepción de un ideal y base del futuro de ellos, gradualmente se deterioró a tal punto de convertirse en un caluroso altercado. Esta vez, la discordia no parecía ser una más de sus tantas e inconsecuentes riñas de antes. Raúl, con el propósito de reconciliarse intentó besarla, pero ella lo rechazó. Entonces él, entre cómico y serio, adoptando una actitud celosa le dijo,
-¿Es que ya no me quieres? ¿Acaso se ha despertado tu interés por algún otro?
Tal pregunta, en lugar de hacerle gracia, le provocó un enfurecido enojo. Entonces sucedió lo inesperado, lo inconcebible. Paraíso, transfigurada por la ira y con una satánica determinación nunca antes vista en ella, dijo,
-¡Ándate de mi lado! ¡No quiero verte más!
Raúl trató de calmarla extendiendo los brazos hacia ella. Pero Paraíso se volvió furiosa. Con una determinación maligna gritó,
-¡Déjame! ¡No me sigas. Y no trates de buscarme porque no me encontrarás!
Paraíso, volviéndole la espalda, corrió alejándose de él. Fue así como Raúl, petrificado, y con los brazos aún extendidos hacia ella, la dejó ir.
El amanecer de un nuevo día encontró a Raúl solo y totalmente confundido. Paraíso no había vuelto. Raúl salió a buscarla por todas partes, fallidamente. Preguntó por ella a quienes él creía que podrían darle alguna información, pero nadie sabía de ella. Nadie había vuelto a verla.
Paraíso había desaparecido.

* * *

Por varios meses Raúl mantuvo todas las pertenencias de Paraíso igual como ella las había dejado. De esa manera él trataba de conservar viva la presencia de ella. Pero un día, accidentalmente se regó agua sobre el peinador de Paraíso y él se vio forzado a secarla. Sacando un cajón donde el agua había entrado, desocupó su contenido en el suelo. Al retornar las cosas ya secas al cajón, Raúl encontró una pequeña bolsa de seda conteniendo un libro. Era el diario de Paraíso. Su corazón casi se detuvo. Por varios minutos Raúl permaneció inmóvil sentado en el suelo. Luego, lentamente abrió el diario y lo leyó de principio a fin. Cuando terminó de leerlo, lo apretó contra su corazón. Su cara estaba distorsionada por un indescriptible dolor. Entonces lloró, en silencio al comienzo, y luego ruidosa y angustiosamente cual si estuviera mortalmente herido.
Esto es lo que el diario decía:

Abril 14, 1984.
Mi hijo nació ayer aquí, en casa. Frank, su padre, y Petra, la comadrona, me asistieron en el parto. Extraño a mis padres. Cómo me gustaría que estuvieran conmigo ahora. Les perdono por haberme desconocido como hija, porque siento que aún les quiero. Extraño especialmente a mi madre. Estaba tan enojada y lloró tanto cuando supo que su única hija, de apenas 15 años de edad, se había envuelto con un hombre 20 años mayor que ella y salido preñada.

Abril 15.
Tengo miedo de tomar a mi bebecito en mis brazos. No sé si lo quiero o no.

Abril 16.

Hoy día comencé a alimentar a mi hijo con mis senos. Ahora sé que si lo quiero. Frank y yo finalmente decidimos su nombre, se va a llamar Roberto.

Abril 20.
A veces siento que quiero a mi hijo como si fuera mi hermanito, pero cuando se prende de mi pecho, siento que de verdad es mi hijo y que soy en verdad su madre.

Febrero 18, 1987
Casi tres años han pasado desde la última vez que escribí en este diario. Mi hijo ha estado creciendo como un muchachito alegre y saludable, pero ayer se enfermó. Estoy terriblemente preocupada. Parece que es un simple resfrío y espero que estará bien en un par de días.

Febrero 20.
Robertito está peor y tuvimos que llevarle donde el médico. El médico dijo que tiene pulmonía y que debemos hospitalizarlo. Es la primera vez que me he separado de él y no puedo dejar de llorar.

Febrero 25.
Ayer Dios se llevó a mi hijito. Me siento devastada, no creo que merezca este castigo. Quiero morirme. Siento que me estoy muriendo cada instante de muchas maneras. Siento que mi agonía va a ser larga y penosa.

Enero 17, 1988.
Hace casi un año que murió mi hijo. Pensé que le seguiría pronto, pero aún estoy aquí. Me siento enferma y preocupada desde hace dos semanas. No me llegó la menstruación. Hoy fui donde el médico y confirmó mis temores. Estoy embarazada.

Enero 19.
Frank no sabe que estoy embarazada y no pienso decírselo. Después de la terrible experiencia que tuve con mi primer hijo, no quiero otra igual.

Enero 25.
Hoy consulté con Petra, la partera que me ayudó a dar a luz a Roberto. Le dije que quería abortar y ella se comprometió a ayudarme. Tendrá que ser en casa de ella, un día de la próxima semana, en la mañana, luego que Frank vaya a su trabajo.

Febrero 2.
Ayer tuve el aborto y hoy me siento terriblemente enferma. Tengo fiebre y las aspirinas no trabajan. Frank dice que si la fiebre persiste me llevará donde el médico. Esto me asusta más. Estoy sangrando y creo que esta vez si me voy a morir.

Febrero 10.
Hoy volví a casa luego de una semana en el hospital. Tuve una infección uterina. No pude ocultar al doctor lo que había hecho. El doctor le explicó a Frank la causa de mi enfermedad. Me salvaron la vida pero no pudieron salvar mi útero. Ahora soy una mujer estéril.

Mayo 5.
Mi relación con Frank se enfría cada día más. Él trata, pero no puede ocultar su resentimiento. Tener un hijo ha sido el sueño de toda su vida. Aceptó la muerte de Roberto sabiendo que yo podía darle otro hijo, pero yo maté su sueño. “Tú eres la única responsable de tu esterilidad. Eso es imperdonable”, me dijo enojado. Él tiene razón, pero no me importa lo que dice, porque no quiero tener hijos. Además, ya me estoy cansando de él.


Mayo 12, 1988.
Hoy decidí separarme de Frank. “Puedes hacer lo que tú quieras”, me dijo cuando le expliqué lo que había resuelto. Me voy a vivir en otra ciudad, lejos de aquí. Quiero dejarlo todo y olvidarme de la vida fea y dolorosa que he vivido hasta ahora. Quiero comenzar una vida nueva, como una persona diferente donde nadie me conozca.

Mayo 12, 1990.
Hace exactamente dos años que llegué a esta ciudad para darme una vida nueva. Fue duro al comienzo hasta que me adapté a mi situación de mujer sola en un lugar extraño. Tuve suerte, conseguí trabajo estable y me hice de nuevos y buenos amigos. Hasta ahora he llevado una vida agradable y tranquila. Nada dramático sucedió durante los últimos dos años, hasta hoy día, cuando descubrí que dentro de mí había una mujer nueva. Quien me llevó a este descubrimiento es un hombre encantador. Se llama Raúl. Lo conocí en casa de mi amiga Rosana quien me invitó a almorzar. Raúl y ella son primos. Desde el momento en que nos vimos y chocamos las manos, nos gustamos. Él me hizo sentir mujer de nuevo. Estoy enamorada por la primera vez en mi vida.

Mayo 13.
Hoy día Raúl y yo cenamos juntos. Me dijo que estaba enamorado de mí y me besó. Nos besamos. Es la primera vez que me ha besado un hombre en más de dos años. Estoy enamorada. Estoy feliz. Nos veremos mañana otra vez. Quiero verle todos los días por el resto de mi vida.

Agosto 15.
Los tres últimos meses han sido los más felices de mi vida. Estoy convencida que todo va a ser aún mejor. Hoy día me vine a vivir con Raúl. No tenía sentido que viviéramos aparte si todos los días estábamos juntos. La vida es bella. Su amor llena toda mi vida. ¡Lo amo! ¡Lo Amo! ¡Lo amo! Y también me amo a mí misma.

Junio 13, 1993.
Durante los tres años pasados he estado viviendo en la gloria. Mi memoria sólo me dice de los últimos cinco años desde el día en que vine a vivir en esta ciudad. Pero las cosas más significantes de mi vida, las que en verdad vale la pena recordar siempre, han sucedido desde el día en que conocí a Raúl. Todo este tiempo me he sentido completamente segura y feliz. Pero hoy día no es igual que ayer. Hoy día me siento insegura y atemorizada.

Junio 14.
Estoy confundida y asustada por lo que pasó ayer. Raúl, por primera vez me dijo que deseaba tener familia, no un hijo, sino varios. Sus palabras, en lugar de hacerme ver un futuro dichoso, trajeron a mi memoria todo lo que aconteció cuando tuve el aborto clandestino. En ese entonces no me importó haberme quedado estéril, pero ahora, cinco años después, me maldigo a mí misma. No sé qué hacer. Lo único que sé es que estoy terriblemente asustada.

Junio 20.

Me siento completamente frustrada y derrotada. Lo peor de todo es saber que soy un obstáculo para la realización del sueño de Raúl. No me importó haber matado el sueño de Frank, y ahora lo estoy pagando con Raúl. Yo sé que nunca voy a tener el coraje necesario para decirle a Raúl la amarga historia de mi vida. Pero no seré tan egoísta para recibir todo su inmenso amor, sabiendo muy bien que, como mujer estéril, no podré reciprocar ese amor en la medida que él se merece. Él quiere proyectarse a sí mismo a través de sus hijos conmigo. Ese es su sueño y yo soy el obstáculo de su sueño. La única solución viable para mí es desaparecer de su vida, dejarlo libre para que él encuentre otra mujer. Es una solución terriblemente dolorosa, pero estoy decidida. Crearé una escena de incomprensión y enojo, como una pelea verdadera y definitiva, para justificar ante sus ojos mi decisión de separarme de él. Estas son mis últimas palabras, ¡Te amo, Raúl. Te amo de verdad, mi adorado Raúl. Pero debo dejarte porque te amo y quiero que seas feliz¡

Aunque en su diario Paraíso decía claramente la razón por la que había decidido separarse de Raúl, ella no mencionaba lo que se proponía hacer con el resto de su vida.

* * *

Un tiempo inmensurable ha pasado desde el día en que Paraíso se alejó de Raúl, virtualmente desapareciendo del mundo. Las sienes de Raúl se han plateado. Una leve tristeza se ha impregnado en su rostro, y ya no ríe tanto como reía antes. Parece que algo de su risa se fue con Paraíso.
La vida de Raúl ha sido, desde que ella lo dejó, una constante búsqueda llena de fe y de esperanza. Al comienzo su búsqueda se extendía a lo ancho y largo de su mundo exterior. Después, gradualmente, comenzó a mirar dentro de sí, y un día, durante uno de sus largos períodos de contemplación, descubrió su ser interior. Fue como descubrir un nuevo mundo. Allí, en el mundo interior suyo, existía lo que había estado buscando afuera de sí. Todo lo vio como en un sueño, pero las imágenes, el escenario, y las acciones que se desarrollaban delante de su vista eran más claras y más poderosas de todo lo que él llamaba “vida real”.
Un venturoso día para él cuando volvió al río, Raúl, al igual que en ocasiones anteriores, se sentó en aquel lugar favorito que lo consideraba exclusivamente suyo. Allí, en compañía de Paraíso, había disfrutado momentos inolvidables. Sentado junto a la orilla del río, Raúl dejó que su imaginación fluyera sin ningún esfuerzo consciente. De pronto sintió que todo su ser fluía al igual que el río, pero circularmente, expandiendo más y más el horizonte. La voz del río y los múltiples sonidos del valle traídos por una fresca y acariciante brisa, producían una fascinante melodía. Los sonidos, maravillosamente orquestados, crecían gradualmente hasta repercutir como el gran final de una sinfonía. Finalmente, este gran final sinfónico explotó quebrándose en millones de partículas que, como luminosas notas musicales, se esparcieron por el firmamento. Entonces vio la luz llegando desde más allá del cielo. Esta luz, más brillante que muchos soles juntos, iluminaba toda la tierra.
Bajo la luz y el sonido, el río se convirtió en océano. A lo largo del océano se extendía una blanca e iridiscente playa. Una brisa suave bordaba con copos blancos la superficie del mar. Y allí, en esa playa estaba Paraíso, descalza, vistiendo un liviano vestido blanco, parada frente al mar. Su cabellera dorada caía libremente sobre sus hombros desnudos. Con las manos sobre sus ojos escudriñaba el horizonte.
Raúl corrió hacia ella. Cuando ya estaba cerca, con toda su voz le gritó, ¡Paraíso...! Ella tornó a mirar, y al ver a Raúl, con los brazos abiertos corrió hacia él. Recibiéronse así entre sus brazos y permanecieron por largo tiempo unidos en un intenso y jubiloso abrazo.
-Esperaba que vinieras en un barco -dijo ella-. Te he esperado aquí en esta playa todo el tiempo.
Paraíso estaba alegre, radiante de juventud y felicidad. Una aura blanca y dorada la envolvía. El timbre de su risa y de su voz resonaba como cascabeles de plata y, cual onda luminosa, se extendía a través del espacio.
-Me ha llevado mucho tiempo para llegar a ti -dijo Raúl-. No sabía cómo venir. Pero ahora que lo sé, entiendo que lo que buscaba nunca lo había perdido. Tú eres lo que buscaba. Tú eres el amor, Paraíso. Siempre has estado dentro de mí y no lo veía.
Cuando Raúl retornó al mundo de la realidad física después de su experiencia mística, comprendió que dentro de él había mundos invisibles, mundos que para verlos y estar en ellos, sólo necesitaba mirar dentro de sí. Finalmente se dio clara cuenta de que todo lo que buscaba estaba contenido en una sola palabra: Amor. Al encontrar a Paraíso en el mundo interior suyo, Raúl vio que ella, la mujer que amaba, era sólo el instrumento de la vida a través del cual el amor podía manifestarse como realidad tangible.
Dos golondrinas volaban juguetonamente haciendo círculos sobre su cabeza. Él las vio como el símbolo de Paraíso y él mismo. Mirando a las dos avecillas, Raúl rió con su risa alegre, amplia y musical de antes. Y el eco de su risa repercutió en el valle.



Texto agregado el 15-01-2004, y leído por 329 visitantes. (0 votos)


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