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Inicio / Cuenteros Locales / roboret66 / Sombras del espíritu. Parte II.

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III


Su recámara era pequeña, no poseía la gran cosa, un tocador, un póster de Bon Jovi pegado a la pared; un closet; la cama individual, con un respaldo en el muro, pegado a la cabecera; vibraba, cuando la base friccionaba el entarimado del piso, producía un sonido peculiarmente hueco. Nuestros susurros y gemidos encuentran eco, no sé donde; a mi oído, se escuchan lejos, parece que no son reales, huyen de la habitación, no desean ser aprehendidos infragantes, parecería existir un pasillo donde las vibraciones corren, rebotando sobre los muros y alejándose lo más de prisa posible. El sudor de nuestros cuerpos se mezcla y los une como el pegamento, pareciera espectador, fotografiando palmo a palmo la violenta reacción de la pasión. Los ritmos no son ordenados, la fuerza bestial, no sabe de amor, de espera, sino que, descubre su naturaleza como de quien desea absorberlo todo, busca en el cuerpo lo que quizá es invisible, algo nos aprisiona y esclaviza con los deseos, no podemos controlarlos, son fieras que rompen las cadenas, que ciegas, buscan y abordan su objetivo, sin embargo nos tornan ciegos – ¡debes hacerlo, no importa a qué precio!-. Somos autómatas dirigidos, almas errantes, esclavos inocentes, no tenemos control de nosotros mismos, los deseos tiranizan nuestro interior, pero ¿qué podemos hacer?, nada, sólo dejarnos llevar, utilizar la fuerza primitiva para satisfacer las pasiones de la Miros que parece sigue el instinto plenamente. El tambor rechina con los violentos movimientos que arrullan su gozo, sin embargo también desmiembran la cordura de mi cabeza -¿qué estas haciendo?-. Como un pequeño retintineo, una voz surgida de algún lugar lejano me cuestiona, me sobresalta… me apaga; no puedo detenerme; las tinieblas aparecen nuevamente cubriendo la memoria, que se ha convertido en una especie de selva negra, oscura en hoja, tallo y cielo –pero yo ¿dónde me encuentro?-. Lore ¿dónde estás? El trabajo, no termina, la Miros todavía no ha llegado al paraíso, los movimientos violentos deben continuar, aunque la mente me haya abandonado, sólo el cuerpo se encuentra trabajando en las mazmorras del inconsciente, alejado del mundo etéreo de la maravillosa sensación. -¡Sigue, por favor, no te detengas!-. El tímpano prefería abandonarse para evitar estar allí, corría como lo hacen los cobardes, no importándole su amigo, su compañero, su protector. Era una máquina, sí, un organismo artificial, construido para lograr su función, alejado de la calidez humana, del amor terreno, de las emociones sacrílegas, sí, ese era yo, objeto sin alma, sin posibilidad de la alegría, un corredor vacío, animado únicamente por ecos arrastrados por el hedor frío, e imágenes congeladas; -¡el tiempo se ha detenido en mi cabeza!-. Mi fortaleza se gasta en satisfacer a esta mujer. -¿Dónde estás Lore? ¿Por qué me has abandonado?...-.
La luz era poca, suficiente para observar sus hombros, su rostro que buscaba alcanzar la catarsis al unificar nuestras partes más nobles, todo corría lento, los gemidos creaban sombras, danzantes en rededor, llamando y esperando la conclusión; mis ojos, en la penumbra, notaron algo, un objeto debajo de la cama que había sido expulsado fuera, repentinamente, sin que nadie lo llamara, como si hubiera estado esperando el momento, ahogando su porte en la lobreguez, la zona oscura, la parte negra de la noche para hacerse presente en un momento no adecuado; se expuso a la tenuidad del brillo lunar y la vi, estaba ahí, la reconocí, ¿por qué? Era la mano de Lore, mi Lore, su anillo de plata que le había regalado gritaba internamente de terror, deseaba escapar de ese lugar maldito, dejar detrás toda la maldad. ¿Miros, qué has hecho?...¿ por qué? El dorso había perdido todo color sano, sabía lo que había acontecido, pero no pude decir nada, sólo seguí, seguí, como si así, mi alma pudiese liberarse del tormento, mientras que ella seguía en el éxtasis, en el cielo, como comentaba, sin embargo, creo, el infierno la atormentaba, pues esta vez era algo diferente, como si quisiera llegar a algún lugar que no existe, más allá de su lamentable error…
Lo había hecho por mí, como ella misma me lo había contado a la mañana siguiente, había sentido celos, y unas ansias locas de hacerle mal a su pariente, como si el demonio se hubiera apoderado de su alma, pero al mismo tiempo, quería ser como su prima, pues se había dado cuenta que yo estaba enamorado de la finada, -se veía en tus ojos-, me decía - un brillo especial, peculiar, un modo de ser que trascendía el roce de los cuerpos y se instalaba en un lugar de alegría, eso lo envidiaba, y desgraciadamente yo te amo, y no iba a permitir que una provinciana se inmiscuyera en mis asuntos-. Oh, Dios mío, ¿qué ha hecho esta mujer? ¿Por qué? - Quería darte lo mejor, y creo que lo era ella, por eso me obsesioné por parecerme a ella, y qué mejor si ella compartía nuestra intimidad, ¿qué mejor si veía todo mientras me poseías, me hacías tuya?-. La vida parece perder sentido, los ojos ya no ven lo que miraban, la convicción se ha desvanecido y la tormentosa aflicción me hace ver siluetas en la noche…el tiempo se ha torcido y debo recomponerlo…


IV

La ponzoña empieza a surtir su efecto; Miroslava que anteriormente rebosaba de alegría, ahora se nota desesperada, va de un lado a otro, apresurada, mientras que el agua de la perplejidad se desliza continuamente por sus rojizas mejillas; el mundo se me hace lento; ella no se enteró que impregné el veneno en las paredes interiores de la copa cuando no estaba, quizá yo deseaba morir así, lentamente, para purificarme de cualquier maldad, las sombras empiezan a apartarse, la luz empieza a penetrar, sin embargo todavía la voz ahogada de la Miros, resuena en mi interior como cuchillos cortando la carne -¡Maldito!, no te vas a ir solo, yo te seguiré dónde quiera que vayas-. Una imagen solemne, fúnebre, atormentada se filtra en la luz, era ella cortándose las venas frente a mi cuerpo que no podía descansar en paz, tal vez la materia tiene un poder muy grande, pues no desea abandonar al espíritu, tal vez son muchas cosas que se aferran a la culpa, no obstante el olor de la muerte es frío, helado, y se impregna mientras las imágenes desaparecen, pero luego, aparece una calidez en tu corazón, como cuando alguien te arropa después de arribar de una helada y larga jornada, la muerte es así, pero detrás de ella, viene la misteriosa sensación que te une a tus seres queridos…

Texto agregado el 19-08-2006, y leído por 141 visitantes. (0 votos)


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