Me observaba ahí muy tranquilo frente al cruel reflejo de mi propia vida; tortuosa, imbecil y amable. Con un disfraz de mil harapos, recostados sobre la inminencia de mi abultado cuerpo.
Me miro sollozar como un cobarde, infinitas veces sometido a estos juegos, y aun no comprendo la realidad de las cosas, no puedo ver un solo atisbo de sol de entre las deshojadas rosas, y se diluye mi conciencia; se esfuma el pensamiento confundido. Y estoy perplejo sin más que unas tiras como abrigo, y una cruel sombra sobre el lecho.
Quizá alguna vez me logre escapar de la silueta de la vida, si ella permite que me rinda, pues aquí esta todo, mi bella mirada de espinas, y aquel sol que no quiero sobre mis escandalosos ojos.
Nadie intente siquiera quererme, si de mis labios no hay petición lanzada, pues bien si quieren unas lagrimas, que toquen mi puerta aves enamoradas y así con un suspiro matarlas de hoy por siempre.
Que no me busquen los amigos esos que no son muy buena gente, que se divorcien de mi estilo, y del amor que profeso por la poderosa muerte, si creen que la vida es pesadumbre conciente, pues que miren los dedos de su prójimo herido y la iluminada esencia de las fuentes, que se posan como enriquecido aroma en aquella risa de los dientes.
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