PREMONICIÓN
(a Ednushka)
Aunque sigo manteniendo una suerte de negación ante los diagramas de cuatro dimensiones, que me hacen sentir un imbécil, en la ocasión pude interpretar con relativa facilidad, concentrándome en el vector relevante de la pantalla de navegación, que el rumbo era norte-oeste-futuro, con una altura que no recuerdo ni viene a cuento.
Lo que no logré discernir nunca fue cómo, ni cuándo, ni por qué, había embarcado en la nave que me transportaría en el tiempo y en el espacio.
Cuarenta y cinco minutos después (segundos más, segundos menos) avanzaba por uno de los pasillos laterales del teatro “Octavio Paz”, de Puebla, que como todo el mundo sabe fue inaugurado en 2015.
Cargaba sobre mis espaldas, naturalmente, con unos añitos más, pero las miradas codiciosas de las mujeres, si ustedes disculpan la inmodestia, me demostraban que no habían hecho mella en (me cuesta decirlo, soy tímido) mi presencia varonil irresistible.
Poco después, para mi alivio (porque también soy modesto) descendió la intensidad de las luces y comenzó la representación.
Los actores eran excelentes, la escenografía estupenda, la música arrobadora y los efectos especiales sorprendentes, pero por encima de todo ello se destacaba el guión, tan extraordinario como para opacar todo lo demás.
Si tuviera que explicar de algún modo –eso pretendo, en realidad- la excelsitud de la obra, sólo atinaría a decir que a través de un sincretismo que fusionaba elementos del teatro universal de todos los tiempos irrumpía en las almas de los espectadores, de los que se hacía dueña. Digamos que los (nos) hipnotizaba.
En un momento determinado, una de las protagonistas femeninas exclamó con bellísima voz: “a veces pienso que somos las calles por las que caminamos” y en ese momento sentí que una corriente eléctrica me sacudía con violencia, poniéndome al borde de liberarme de aquel estado hipnótico.
Lo mismo sucedió con otros parlamentos, que me resultaban muy familiares, pero sin que las sucesivas conmociones (calculo que mis pulsaciones andarían por los 200) llegaran a “despertarme”, si es que se entiende lo que quiero decir.
Parcialmente repuesto de semejante invasión a mis sentidos pregunté, al finalizar la obra y cuando logré recobrar razonablemente la compostura, quién era el genial autor.
- LA autora, me respondió una señora evidentemente feminista considerando el modo en que resaltó el artículo femenino “la” y la mirada despectiva (por machista, supongo) que me dedicó.
FINAL CONVENCIONAL
En ese momento desperté y comprobé que estaba en mi cuarto, rodeado como siempre de mis ositos de peluche. En cuanto recuperé la lucidez (es un decir) comprendí que el sueño había sido alimentado por los textos de una joven escritora que me habían atrapado durante unas horas por la tarde, a los que pertenecían las frases que mi loco subconsciente onírico había puesto en un escenario de fantasía.
Así y todo intuí que se trataba de una premonición: esta chica escribirá grandes obras de teatro en un futuro no muy lejano, pensé. FIN
FINAL VERDADERO (créase o no)
La señora feminista, pasado el disgusto inicial por la cuestión de género, terminó accediendo a informarme, y debo reconocer que lo hizo con mucha amabilidad.
En la foto que tuvo a bien exhibirme aparecía una mujer sumamente atractiva, luciendo tacones y minifalda que resaltaban sus largas piernas y su porte de modelo.
Me resultó tan familiar como para (¡otra vez, qué embole!) ser recorrido por una nueva descarga eléctrica. El tiempo había pasado (lógico, se los dije de entrada) y la había transformado en una mujer más plena, pero era ella, estaba seguro.
Tanta era mi convicción como para osar insinuar que la conocía, pero nadie me creyó, por supuesto.
Dos horas después, ya instalado frente a mi PC al sur, al este y al pasado, o sea, en mi hic et nunc, entré a la página de los cuentos y lo verifiqué: era ella, sin duda alguna.
Se los cuento pa’ que no se sorprendan si llegan a hacer un viaje similar, nada más que por eso. FIN
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