Han pasado cosas, es cierto; he escrito estos días, pero no tengo nada digitalizado, me gusta más hacerlo a mano y con una pluma. Tal vez escaneo una hoja que escriba y se la mando como un archivo adjunto.
Algo que si me gustaría contarle: de seguro se acuerda que yo siempre escribía con un portaminas amarillo, con una amohadilla roja, y nada ni nadie podía quitarme del portaminas. Pues bien, hace unas semanas este amado y único portaminas perdió mi influencia, esa que lo obligaba a escribir cosas detestables sobre cualquier trozo de papel o superficie que encontraba a mi paso, aquel perdió mi mala compañía y de seguro ahora está felizmente perdido, desaparecido. Desde ese momento, sin su presencia, mis dedos continúan preguntando hasta la fecha, su textura, su equilibrado trazo. Me convertí en un sucio polígamo escribiente, entré en contacto con una serie de imposibles sustitos de su forma y aroma, he resultado abrazando en impensables veladas de escritura a lápices, bolígrafos, estilógrafos, portaminas, marcadores, plumas, de muchos colores, figuras, nombres tan distintos, pero sé muy bien que ninguno será igual. En mi derroche de hermosura, sumergido en mi locura escritural, sólo el dulce aroma de la tinta derramada sobre la punta de mis dedos, cual frío y exquisito rocío de la tarde en la sabana, ha logrado distraerme de su ausencia, y me ha resultado ya imposible desprenderme de esa sensación, tan sensual y tímida como una tierna estudiante que te admira por lo que haces, y controlas su silencio con un gesto de ilusión, posible solución.
Ajá, se me perdió un portaminas, y ahora escribo con pluma.
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