La guerra civil, declarada, encomillada, negada o simplemente ignorada por algunos ciudadanos, había desembocado en un caótico cuadro en el que se pretendía establecer que algunos habían desafiado a otros. Esto generó una reacción en cadena en la que, “buenos y malos” se trenzaron en una batalla inoficiosa que dejó como secuela, una cantidad indeterminada de muertos, heridos y exonerados. La memoria prodigiosa de algunos, desde sus respectivas trincheras, juzgaba a unos y otros y se levantaban candidatos desde ambos bandos, para reconstruir la nación. Los vencedores habían instaurado el Día de la Libertad, que, en rigor, ayudaba muy poco a la reconciliación. Los muertos, muertos estaban, pero la perspectiva del tiempo ennoblecía su martirio. Se llamó a plebiscito y las urnas dictaminaron que era preciso restañar heridas. En consecuencia, se cambió el Día de la Libertad por el Día de la Conmemoración, establecido en una fecha distinta. Esto vino a significar que existieran dos días en que los ánimos se exacerbaban y se producían disturbios puesto que, unos, no aceptaban que su día hubiese sido anulado y otros, estimaban que crear una fecha reconciliatoria por simple decreto era un argumento artificioso. Se optó por instaurar el Día del Abuenamiento. Tampoco eso fue una solución.
Con el suceder de los años se crearon el Día de la Gratitud Mutua, el día del Olvido, el día del Recuerdo, el Día del Perdón Voluntario, el Día del Perdón Obligado, el Día del Nunca Más, el Día de la Reconstitución de la Memoria y el Día de Acordamos no Acordarnos. En cien años, el país era absolutamente invisible. Trescientos cuarenta de los trescientos sesenta y cinco días del año, transcurrían en medio de concentraciones, disturbios, motines y enfrentamientos. Mientras tanto, en la cámara se seguía discutiendo la creación de un día que acabara por fin con tanto caos…
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